Y un día, una mujer le paró el carro a Guillermo Moreno

Por Francisco Olivera. La denuncia de la despachante de Aduana Diana De Conto contra?el secretario de Comercio Interior sorprendió a todos. Incluso a los empresarios, que vienen soportando en silencio la prepotencia del funcionario kirchnerista
Fue sin duda un mal cálculo. Varias empanadas, unos cuantos choripanes y algunas copas de vino quedaron sin asignar anteanoche en la Rural, durante la asunción de Luis Etchevehere como presidente de la entidad y la despedida de Hugo Biolcati. De los invitados del Grupo de los Seis (G-6), que reúne a los sectores más representativos de la economía argentina y que solía almorzar cada 15 días hasta el año pasado, sólo estuvo Adelmo Gabbi, líder de la Bolsa. El resto faltó: José Ignacio de Mendiguren (Unión Industrial Argentina), Jorge Brito (Asociación de Bancos), Carlos de la Vega (Cámara de Comercio) y Carlos Wagner (Cámara de la Construcción).

Fueron las ausencias más significativas de un encuentro de concurrencia casi exclusivamente agropecuaria. Hubo unas pocas excepciones: Jaime Campos, presidente de la Asociación Empresaria Argentina; Héctor Méndez, líder de la Cámara del Plástico, y Diego Videla, gerente del Banco Galicia. Es cierto que los miembros del G-6 no se ven las caras desde diciembre. Decidieron dejar de hacerlo cuando advirtieron que cada uno de esos almuerzos, seguidos siempre de la difusión de un comunicado con los temas tratados, resultaba una exposición innecesaria, escasa en beneficios y pródiga en reproches gubernamentales. En el Gobierno hay suspicacias: de los seis, sólo uno votó a Cristina Kirchner en las elecciones primarias del año pasado. Y tres de ellos son, curiosidades nacionales, socios de la Rural: Mendiguren, criador de caballos cuarto de milla y expositor en Palermo; Gabbi, ganadero y agricultor, y Brito, productor con importantes inversiones en Salta.

La anécdota describe la dispersión y el desconcierto en que ha caído el establishment argentino. Algo que evaluaba semanas atrás Eduardo Eurnekian, uno de los hombres de negocios más hábiles y de los pocos que quedan de buena relación con el Gobierno. "Nadie que quiera hacer una asociación empresaria seria en la Argentina podrá en los próximos años prescindir del agro", dijo en un almuerzo con periodistas, del que participó LA NACION.

El panorama no tiene precedente en la historia. Desde hace un tiempo, la única guía de conducta corporativa parecen ser los efectos que el próximo paso provocará en el Gobierno. De ahí que uno de los temas de conversación de esta semana haya sido Paula De Conto, la despachante de Aduana que denunció a Guillermo Moreno por maltrato y amenazas. Fue entendible la sorpresa del propio secretario de Comercio Interior: el tono y el léxico que De Conto le atribuyó son los que él viene usando hace seis años, sin sobresaltos, con ejecutivos infinitamente más encumbrados. "La próxima vez vengan con sus mujeres. Ya estoy cansado de cogérmelos a ustedes", despidió una vez de su despacho a un grupo de petroleros que no atinó a objetar la propuesta.

Pero Moreno debería saber que casi siempre es más difícil negociar con mujeres. Lo saben los mismos y poderosos empresarios que dicen ahora estar extrañando a Néstor Kirchner. Con él, afirman, todo se volvía más sencillo y expeditivo que con Cristina. No parece una novedad. Un sindicalista de buena relación con Hugo Moyano exhortaba esta semana a este diario, a propósito del episodio de De Conto, a reflexionar sobre el coraje femenino. No es por azar, decía, que existan "Madres" de Plaza de Mayo y no "Padres".

El enfrentamiento de la despachante con Moreno puede haberse convertido así en un hito. Porque no sólo llamó la atención de los hombres de negocios sino que, además, movilizó a manifestantes a la puerta del departamento del juez Norberto Oyarbide, a quien le había caído inicialmente la causa que después rechazó. Cabría aquí preguntarse, por lo pronto, si esa reacción callejera habría sido la misma ante un conflicto semejante de Moreno con ejecutivos de mayor porte con quienes se ha peleado otras veces. Por ejemplo, Juan José Aranguren, presidente de Shell. Probablemente, no.

Fue esa fragilidad demoledora la que funda el nuevo oxímoron del mundo empresarial: la despachante no sólo se defendió a sí misma, sino que desencadenó sin quererlo un hecho político trascendente. "Qué gran perfil para reclamar -se maravillaba esta semana el presidente de una cámara-. Esta señora no es ni agresiva ni sumisa, ni deslumbrante ni fea, ni gorda ni flaca." Justo lo que le falta a un establishment que deambula desde hace tiempo entre la sobreactuación y la trinchera, y cuya prioridad pasaron a ser los sucesos políticos. Por ejemplo, la celebración del 27 del mes próximo, aniversario de la muerte de Kirchner, que muchos imaginan como primera respuesta del Gobierno a las protestas callejeras. Todo un desafío para el kirchnerismo: deberá lograr una militancia numerosa y evitar, en lo posible, colectivos rentados que le saquen la frescura o espontaneidad que no les reconoce a los caceroleros.

Son tiempos signados por lo simbólico y lo gestual en los que, desde la óptica de los hombres de negocios, la consigna es defenderse sin ofender. ¿Cómo ensayar un reclamo corporativo ante desgracias ajenas que, con el tiempo, podrían tocar la propia puerta? En los últimos meses, en dos encuentros internos de ejecutivos y periodistas del grupo Clarín, Héctor Magnetto fue interrogado sobre si se sentía solo en el conflicto con el Gobierno. La respuesta fue la misma en ambos casos. Dijo que sabía que los empresarios cuidaban sus intereses y que nunca se había metido en esta pelea pensando que alguno lo acompañaría.

El caso ocupa horas de discusión en las grandes cámaras empresarias. Por ejemplo, en la Unión Industrial Argentina, donde sienten que la contienda los excede, algo que suelen explicar con metáforas zoológicas: si dos elefantes se pelean pueden pisar a las hormigas, dicen, pero si se aparean, también. Es cierto que cualquiera podría ser el próximo. Pero ¿cómo saber, como pasó con las últimas asperezas entre Paolo Rocca y Cristina Kirchner, si un posterior acuerdo no volverá obsoleta la defensa inicial y descolocará a todos?

Es probable que la reciente caminata por la planta de Siderar le haya alcanzado a Axel Kicillof, viceministro de Economía, para convencerse de que Techint no tenía, como había fustigado cuatro días antes, "posición dominante": no volvió a acusar al holding. Pero nunca se sabe: un verdadero militante puede volver a convencerse.

Tal vez otra de las ventajas de Paula De Conto haya sido esa recurrente propensión femenina a no especular. Aunque aquí ya no resulta relevante: cuando reina la arbitrariedad, cualquier estrategia es un salto al vacío.

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