Un mensaje a Cuba y a toda la región

Un mensaje a Cuba y a toda la región

Reconocer que la política histórica de su país fue “errada” no es pequeña cosa. “Después de 50 años de una política que no funcionó debemos intentar otra cosa” admitió el líder norteamericano Barack Obama en relación a Cuba, en primer lugar, pero con un mensaje que involucró a toda América Latina. Raúl Castro, presidente de uno de los pocos países que reivindica el comunismo, respondió en sintonía: “Estamos dispuestos a negociar todo. Pero precisamos ser pacientes, muy pacientes”. Y Obama completó con una esperanza: “Con el tiempo, será posible virar la página”.

Todo esto debe entenderse en el contexto de una cumbre muy original, tanto para EE.UU. como para los latinoamericanos. Que después de medio siglo, el tiempo en que coinciden dos generaciones, La Habana vuelva sentarse por derecho propio -geográfico, lingüístico, social y político- en una cita continental es algo más que coyuntural o emotivo. Y no implica sólo el entierro de los restos anacrónicos de la Guerra Fría.

Hay razones económicas, en distintos niveles e intensidad, que gravitan en un acontecimiento observado hoy “urbi et orbi”. EE.UU., potencia sin duda aún dominante, debe enfrentar una realidad: la multipolaridad. No vale ya abanicar delante de los díscolos la sombra de amenazas militares. Fue Obama quien lo dijo, a su manera. Y no valen por una razón: hay otras potencias que buscan horizontes donde hacer que sus billetes se vuelvan más productivos.

Después de todo, y aun en estas épocas de tremenda ebullición financiera, el papel moneda debe guardar todavía alguna relación con el producto físico que lo legitima.

Al clausurar el foro empresarial aquí, el jefe de la Casa Blanca reveló el núcleo de sus preocupaciones sobre la necesidad de “intensificar esfuerzos regionales” en proyectos de infraestructura y cuestionar la existencia de un gap peligroso que ocurre en procesos de crecimiento donde se aumenta la distancia entre ricos y pobres. “Esto no es sólo malo para la estabilidad social. Es malo para los negocios”.

Los discursos revelan las preocupaciones de los presidentes elegidos democráticamente. El colombiano Juan Manuel Santos, por ejemplo, pidió apoyo a la región para que lleguen a buen término las negociaciones de paz con la guerrilla de su país. Pero dijo algo más significativo: 40% de los jóvenes sudamericanos (106 millones en total) viven en la pobreza y 3 de cada 10 niños no asisten a la enseñanza pre escolar: “Debemos comprometernos con ellos” reivindicó.

No menos categórico fue Rafael Correa. El ecuatoriano, con un tono mucho más moderado del que podría aguardarse dadas las circunstancias, sostuvo: “Nuestros pueblos nunca más aceptarán tutelas”.

El boliviano Evo Morales fue más duro y desconfiado. Recordó los tiempos en que los gobiernos norteamericanos seguían la “política de la zanahoria y el garrote” y expresó su desazón porque, aun después de esta magna conferencia de 35 países, el Departamento de Estado volvió a negar la derogación del decreto que contempla a Venezuela “como una amenaza para EE.UU.”.

Cómo será este nuevo proceso iniciado en el Continente es difícil de predecir. “Estados Unidos son poco confiables” bramó Correa. Y Evo Morales amplificó esa idea, primero en su discurso y luego en una conferencia de prensa. Le tocará al presidente Obama deshacer los nudos que ensombrecen las relaciones entre el norte y el sur de América.

No deja de ser llamativa una historia contada por Raúl Castro, ocurrida según dijo después de la invasión de Bahía de los Cochinos, cuando el entonces presidente John Kennedy intentó restablecer un diálogo: “Nos dijeron que iba a llamar por teléfono a Fidel (Castro). Ese mismo día nos llegó la noticia de su asesinato”.

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