Massa y su plan para cuidar el modelo sindical

Massa y su plan para cuidar el modelo sindical
Liberación o dependencia del poder sindical. Esta es la disyuntiva que, tarde o temprano, cualquier presidente argentino debió afrontar desde 1983. Y, aun eligiendo la liberación, todos terminaron con una dependencia absoluta para garantizar la gobernabilidad.
Algo similar se le plantea a Sergio Massa en el armado del proyecto para llevarlo a la presidencia de la Nación en 2015. ¿Podrá liberarse o se mantendrá dependiente?

Cuando el intendente de Tigre les dijo a un puñado de dirigentes barrionuevistas que no quiere la reelección sindical indefinida, pareció haber elegido la liberación. Después de todo, aunque hace treinta años que permanecen en el poder y pese a que ese trabajo es “insalubre”, como se quejó el metalúrgico Antonio Caló, a la mayoría de los dirigentes les brota una molesta urticaria cuando hablan de impedir los mandatos vitalicios.

Pero Massa no piensa que haya que liberarse de nada: valora el papel del sindicalismo como interlocutor social y no comparte la idea de que acordar con los dirigentes gremiales lleve a la dependencia. Aun así, cree que limitar el poder perpetuo será útil para que los sindicalistas construyan una legitimidad que hoy no tienen ante la sociedad.

En su rechazo a la reelección indefinida hay pragmatismo, además de convicción. Porque también es una señal a la camada de dirigentes de segunda línea de importantes gremios que apuestan a su candidatura y que sueñan con suceder a sindicalistas enquistados en sus sillones. Y es visualizado por el intendente tigrense como una oportunidad para el propio gremialismo: deberían resignar algo de ese poder omnímodo, acaso una de las facetas más irritantes para la gente, a cambio de preservar el modelo sindical actual, amenazado por el fallo de la Corte que diluye la personería gremial.

Massa quiere debatir con los dirigentes un proyecto de ley en donde la limitación de los mandatos figure como en un cartel con luces de neón, pero que, con menos exposición pública, quede ratificado el andamiaje legal de siempre, que concede prerrogativas exclusivas al gremio más representativo. Eso suena a música celestial para el establishment sindical, temeroso de que, a partir de lo establecido por la Corte, nazcan gremios paralelos que compitan por la representatividad y que agrieten su poder.

Para otros sectores sindicales, como la CTA disidente, ese esquema significa cambiar algo para que, en el fondo, nada cambie. Desde esta mirada, el problema no es sólo que los sindicatos son poco democráticos, sino que el Estado interviene para privilegiar con la personería a organizaciones confiables, aunque no sean realmente representativas.

Facundo Moyano tuvo que esforzarse la semana pasada para explicar a varios dirigentes del moyanismo su proyecto de democratización sindical. Ya habló con Julio Piumato y con Juan Carlos Schmid para dar garantías de que no promueve la atomización, sino justamente lo contrario: “La falta de democracia obliga a los laburantes a optar por la creación de un sindicato paralelo en vez de pelear la conducción internamente”, dijo a través de Twitter para contestar las destempladas críticas de Caló a su iniciativa.

La ronda de contactos del dipu-sindicalista también fue alentada por Massa.

“Hablá con cada uno porque parece que buscás desplazar a todos”, le aconsejó. Es que el líder del Frente Renovador no quiere que el malestar hacia Facundo dificulte el ingreso formal del moyanismo a las filas del sindicalismo massista después del 27 de octubre.

El joven Moyano no sólo es poco comprendido por sus aliados de la CGT Azopardo, sino también por nuevos dirigentes que apadrina y que llegaron hace poco a su cargo. “Recién asumo y ya me querés recortar el mandato”, le dijo uno de ellos. Pero, según cree Facundo Moyano, la bandera de la democracia sindical también le permitirá contener el avance de la CTA y hacerse fuerte entre gremios con simple inscripción.

Ya nadie discute que el tema de la democracia sindical está en la agenda política. Al proyecto moyanista se le sumará el massista, el de la CGT Balcarce, el de la CTA opositora (el que propone cambios más profundos) y el de la CTA oficialista (restringido a un código electoral más transparente). Desde la oposición se sumó otro a favor de la libertad sindical impulsado por el senador radical Gerardo Morales, que fija un cupo femenino en las listas de candidatos en las elecciones sindicales (algo más intolerable aún para muchos dirigentes que la exigencia de mayor democracia).

El otro tema que se instalará después de los comicios del 27 de octubre será el de la unidad sindical. Oscar Lescano, uno de los sindicalistas K que más predicó últimamente a favor de la reunificación de las CGT, hizo una contribución póstuma a la causa: durante el velatorio del líder de Luz y Fuerza, Hugo Moyano se cruzó con Caló y con otros rivales de la central obrera oficialista. El escenario, entre llantos y coronas florales, no era el mejor, pero intercambiaron promesas firmes de reunirse cuanto antes.

La palabra de moda en todos los sectores es “autonomía”: ninguno quiere un esquema de disciplinamiento ante el poder político como el actual. No fue negocio para nadie, concluyeron. Hasta los más leales a Cristina, por ejemplo, esperaron una eternidad para que se liberaran fondos propios para las obras sociales, como sucedió la semana pasada, pero ahora tiemblan porque se enteraron de que esas entidades quedarían bajo el control de un enemigo ideológico: les llegó el rumor de que el reemplazante de Juan Manzur como ministro de Salud podría ser nada menos que Martín Sabbatella.

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