La manera impiadosa en que el coronavirus demuele los dogmas habituales de la política

La manera impiadosa en que el coronavirus demuele los dogmas habituales de la política

Por Ernesto Tenembaum

Luis Brandoni es uno de los mejores actores de la historia argentina y ha sido un militante político durante décadas, con los riesgos personales que eso implicaba en los setenta. En los últimos años, ha sido además uno de los referentes más queridos de Cambiemos, a tal punto que fue quien disparó, con un video grabado en Madrid, el raid que permitió a Mauricio Macri recuperar un montón de votos en el último tramo de la campaña. A principios de semana, en La Nación, Brandoni dijo lo siguiente: “No se habla de la actitud seria, responsable, generosa, bondadosa, de la sociedad argentina. No es solamente la decisión del Presidente de llamar a la cuarentena, que fue muy oportuna. Después había que llevarlo adelante con millones de argentinos. La inmensa mayoría de los argentinos se ha comportado con muchísima prudencia y responsabilidad”.

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Más allá de algunos matices, el análisis de Brandoni coincide con el que, cada 15 días, repiten el presidente Alberto Fernández y los distintos dirigentes que lo acompañan cuando extienden y, a la vez, modifican la cuarentena. La manera en que la Argentina ha contenido hasta ahora la expansión del coronavirus se debe a una decisión política que tomaron, casi sin excepción, los distintos gobernantes del país, y al acompañamiento que esa decisión logró en la sociedad argentina. La puesta en escena del viernes, en la que Fernández, Horacio Rodriguez Larreta y Axel Kicillof interactuaban como si fueran del mismo partido político, refleja parte de eso. En este caso, además, los tres debieron recomponer relaciones luego del encontronazo de hace 15 días.

Por un momento, tras la irrupción del virus, los odios, rencores, posiciones irreductibles de otros tiempos, cedieron ante un acuerdo de hecho que, más allá de las opiniones de cada cual, es sin dudas inesperado. Brandoni, desde su lugar, dice lo mismo que, con sus gestos políticos, dicen Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Guillermo Montenegro, Jorge Macri o incluso el principal consultor de Cambiemos, Jaime Durán Barba. Como contrapartida, en cada conferencia de prensa de Fernández, hay referentes opositores en lugares destacados.

Alberto Fernández en una conferencia de prensa anterior en la que anunció la extensión de la cuarentena

Algunas personas -periodistas, algún dirigente opositor, ciertos intelectuales- definieron esta situación como “espíritu malvinero”. Aparentemente, se referían a la instalación de un espíritu triunfalista y patriotero, que ubicaba a cualquier crítico en el lugar de la antipatria, y que era la antesala de una derrota brutal. Se trata de una comparación que requiere de un poco más de esfuerzo para que suene atinada.

La guerra de Malvinas fue una de las grandes vergüenzas de la historia argentina. Para lograr consenso, una dictadura militar inició una aventura a la que envió a la guerra a miles de jóvenes sin preparación ni armamento, muchos de los cuales terminaron muertos. En ese contexto, la censura impedía cualquier discusión.

En las últimas semanas, en la Argentina, una reacción social muy apropiada obligó al Presidente a retroceder en su postura favorable al otorgamiento de la prisión domiciliaria a los presos, la Justicia evitó que un símbolo de la corrupción volviera a su casa, cuatro gobernadores desafiaron en público un anuncio presidencial, y el debate en redes y medios es ácido y, por momentos, masivo. ¿Quién sería el general borracho que declaró la guerra? ¿No es obvio que en un caso hubo desprecio por la vida y en el otro, un equipo de sanitaristas y científicos está intentando protegerla?

En cualquier caso, la imagen de Fernández, Rodríguez Larreta y Kicillof, juntos, y el trabajo de coordinación que están llevando a cabo es una novedad. Sería ingenuo pensar que esa respuesta ante un enorme desafío se transformará en un rasgo estructural de la política argentina: tan ingenuo como suponer que no dejará marcas en la historia de todos, especialmente si las cosas se desarrollan como hasta ahora. No es que desaparezcan las ambiciones o las diferencias ideológicas: lo que puede cambiar es la manera en que se las tramita.

Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta

El coronavirus ha sido muy duro para la especie humana. Es una experiencia que cambiará las maneras de vivir y de pensar a niveles que, desde este punto, son inimaginables. Y eso sucederá también con la política. Los sectores más dogmáticos intentan lo imposible: que sus enfoques no sufran ante el embate de semejante novedad. Así, algunos intentan sostener que los “gobiernos populares” enfrentan estas crisis mejor que los “neoliberales”. Los otros se aferran a la idea de que las cuarentenas son un inventos del “populismo” para someter a las sociedades que gobiernan, y por eso los liberales del mundo deberían desafiarlas con cacerolas o con “la rebelión de los barbijos”.

Los dogmas carecen de la flexibilidad y la riqueza que tiene la realidad, siempre caótica, imprecisa, inesperada. Pero esta vez eso queda expresado de manera muy cruel. Es imposible clasificar las reacciones de los gobiernos del mundo ante la amenaza viral según sus posturas ideológicas previas. Por ejemplo, para quienes temen la llegada de una dictadura comunista, quizás sea un alivio saber que las cuarentenas fueron establecidas por países con las instituciones democráticas más sólidas, que están gobernados, en algunos casos, por liberales y en otros por socialdemocrátas: Alemania, Italia, España, Francia, el Reino Unido. En todos ellos, no ven la hora de levantarlas.

En los últimos días, en la Argentina se debatió el caso sueco. Efectivamente, Suecia fue el país que impuso menos restricciones a sus habitantes y uno de los que más ha sufrido en cantidad de muertos. Según las miradas esquemáticas, su gobierno seguramente sería liberal. Sin embargo, su primer ministro, Stefan Lofven, es un socialdemócrata, de la tradición de Olof Palme.

Sanna Marin, la primera ministra finlandesa (REUTERS/File Photo)

Pero también es socialdemócrata Sanna Marin, la primera ministra finlandesa. Marin impuso medidas estrictas en el comienzo de la pandemia. Es la gobernante más joven del mundo, con apenas 33 años. Su padre era alcohólico. Eso provocó una crisis financiera en su familia que terminó en el divorcio. La primera ministra fue criada por su mamá y su novia. Es uno de los ejemplos que recorren el mundo sobre lo bien que las mujeres gobernantes han conducido la crisis: en Finlandia, pero también en Noruega, Nueva Zelandia, Taiwan, Alemania e Islandia.

Si en Suecia, que es gobernada por el socialismo, no se impusieron restricciones y en Finlandia, que también es gobernada por el socialismo, las hubo, en el otro país nórdico, Noruega, el gobierno conservador aplicó las mismas medidas que el socialismo en Finlandia. No hay una división ideológica allí sino, tal vez, otra cosa: una cuestión de valores más trascendente que los habituales slogans.

En América Latina, sucede lo mismo. Esta semana, el neoliberal Sebastián Piñera extendió la cuarentena en Santiago de Chile ante la proliferación de casos y revirtió su decisión previa de abrir un shopping. En ese sentido, su gobierno tiene un enfoque, que difiere en matices, pero coincide en lo fundamental con el del peronista Alberto Fernández o del conservador colombiano Ivan Duque Marquez.

Los tres gobernantes de América que lideraron la resistencia a las cuarentenas, con declaraciones inapropiadas, que estimularon el contagio, fueron Donald Trump, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel Lopez Obrador. ¿Cómo encasillar a ellos tres según los parámetros tradicionales o los alineamientos en política internacional? Lo que tienen en común es que los tres dividen el mundo entre buenos -ellos- y malos -quienes los discuten- y ejercen un liderazgo personal, donde ellos, y no los problemas, ocupan el centro de la escena.

Tal vez en la forma de cuidar a la gente se jueguen cosas más importante que la dinámica amigo/enemigo que ha gratificado el alma de tanta gente. Ante la desesperación, las personas más inteligentes y sensibles deponen diferencias, consultan a los que más saben, aunque no sepan todo, suman esfuerzos. En general, los líderes que abonan el enfoque amigo/enemigo han producido tragedias de distinta intensidad en estas últimas semanas.

La Argentina entra mañana en una nueva fase del principal desafío que enfrentó la salud de la población en el último siglo. La pelea se dará en cada rincón, pero principalmente en las pobladas villas de la Capital y el Gran Buenos Aires. Allí irán casa por casa médicos, militantes sociales, políticos peronistas y liberales, curas, ateos y sanitaristas de todos los gobiernos, para identificar focos infecciosos y aislarlos a tiempo. De esa pelea conjunta derivará gran parte del resultado de estos tremendos meses. Ninguno tendrá tiempo para preguntarle al otro si es neoliberal o populista.

Prioridades son prioridades.

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