Mallo puede ser una bomba para el kirchnerismo

Por Nicolás Balinotti

 

Desde el sexto piso de una amplia oficina en el corazón de Recoleta, Marcelo Mallo supo digitar el despliegue de punteros en el conurbano bonaerense hasta darle vida al polémico proyecto de reclutar barrabravas para llevarlos al Mundial a cambio de apoyo político y territorial.

 

Desde ese despacho, en el que hasta hace poco sobresalían fotos de Cristina Kirchner y Aníbal Fernández, y un cuadro en sepia de Eva Perón, Mallo gestionó encuentros reservados para Rudy Ulloa Igor, ex chofer de Néstor Kirchner; Carlos Long, abogado de Ulloa, y se jactó de sus influencias con los hermanos Nejamkis, quienes supieron administrar parte de la pauta oficial cuando Juan Manuel Abal Medina estaba a cargo del gabinete.

También desde allí puso en marcha dos empresas dedicadas a la comercialización de cereales que habrían sido beneficiadas por fondos de la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario, cuando Julián Domínguez era el ministro de Agricultura. En definitiva, desde ese búnker en la calle Arenales al 1600, montó un centro de operaciones por el que circularon cientos de secretos del kirchnerismo.

Hombre de códigos, se descarta que Mallo encienda el ventilador y revele detalles de proyectos sospechosos o dinero desviado.Tampoco tiene por qué hacerlo. Quedó detenido por su supuesta relación con los tres fugitivos del triple crimen, lo que lo obliga únicamente a referirse a ese caso, si es que realmente tiene algún dato para aportar. A los hermanos Lanatta los habría conocido a través de la barra brava de Quilmes, donde Mallo supo tener influencias.

Ex concejal de Quilmes y vinculado a la agrupación Compromiso K, Mallo se hizo fuerte en Francisco Solano, su territorio. En la zona, trabajó con Aníbal Fernández, Sergio Villordo y Francisco "Barba" Gutiérrez. Pero el salto a la fama lo dio con Hinchadas Unidas Argentinas (HUA), el proyecto para reclutar barrabravas para llevarlos al Mundial de Sudáfrica 2010. El proyecto inicial contemplaba blanquear a los barras en los clubes y emplearlos a sueldo como "acomodadores en los estadios". Además, escondía una intencionalidad netamente política, reconocida por él: "Los muchachos pueden ser conductores sociales, transmisores de ideas para la comunidad y hasta fiscales en las elecciones".

Antes de caer por tener armas en su casa, allanada por la búsqueda de los tres prófugos, Mallo dedicaba su tiempo a una ONG que trabaja en las cárceles y mantenía activa su participación en el PJ bonaerense, en donde se lo relacionó con José Ottavis, uno de los jefes de La Cámpora. Cuando Ottavis lideraba la Juventud Peronista bonaerense, Mallo le armó un acto en el que subió al escenario a los hermanos Rafael y Fernando Di Zeo.

En Sudáfrica, durante la cima de su protagonismo, Mallo administró los pasajes de avión de casi 200 barras de todo el país. También agilizó el desembarco en Johannesburgo de un contenedor repleto de alimentos que un sindicalista poderoso donó para la tropa de barras argentinos. Cuando el Mundial recién había comenzado, debió regresar a Buenos Aires porque se había quedado sin fondos en efectivo para el día a día de la comitiva de HUA. Pero no volvió más.

Después de la experiencia sudafricana, Mallo tomó distancia de HUA y volvió a dedicarse de lleno a la política subterránea. Trabajó en la última campaña para los candidatos del Frente para la Victoria en el conurbano bonaerense. En la interna provincial, eligió a Julián Domínguez por sobre Aníbal Fernández. No argumentó públicamente por qué. Ese dato tal vez cobraría hoy cierto interés en la trastienda del triple crimen y los tres prófugos.

Mallo conoce muchos secretos del poder. Hace unos años, vestido con una remera negra con la figura de El Padrino, evitó dar detalles a LA NACION sobre el nexo entre la políticas y las barras. Respondió con una sonrisa pícara, mirando de reojo una chequera que estaba sobre la mesa, lista para usar.

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