Maldita inseguridad: los robos crecieron 6 veces más que la población

Maldita inseguridad: los robos crecieron 6 veces más que la población

Oscar Argüello, en pleno microcentro porteño. Mauro Olguín, en Lanús. Leonardo Díaz y su mujer Natalia, en Venado Tuerto. Agustín Cantello en Luján. Julio Melgar, Juan Urquiza y Teresa Litteri en Pilar.

La lista es larga.

Adrián Brunori en Córdoba. José Tripolone en Banfield. Sandro Procopio, María Damiano y Mauricio Brandán en Rosario. Angela Fernández en Ciudad Evita.

La lista incomoda.

Marcelo Godoy en Ituzaingó. María Teresa Ricci en Pergamino. Mercedes Behotats en Miramar. Héctor Corral en Moreno. Alfredo Valladolid en Longchamps.

La lista fastidia.

Los novios Sergio Fernández y Betiana Bringas en Laferrere. Domingo Gómez en La Plata. Y anteanoche, Héctor Costilla, en Claypole.

Igual que otros argentinos en todo el país, ellos votaron en las PASO del 9 de agosto y no van a votar el domingo que viene. Están muertos.

Fueron asesinados durante asaltos en los últimos 60 días.

¿Y entonces?

El gran mito de la inseguridad de la última década ha sido que los delitos no crecieron tanto como dicen los medios, sino que los medios repiten los hechos indefinidamente y eso hace que la gente se sienta insegura. Sería más o menos así: un ladrón asalta una farmacia en Palermo y, como la noticia se repite varias veces en la televisión, la gente “siente” que hubo muchos asaltos cuando en realidad fue uno solo.

La primera ministra de Seguridad que tuvo la Argentina, Nilda Garré, contó en un encuentro con periodistas que había visitado un pueblo santafesino donde “no pasaba nada” y una vecina comentaba que tenía miedo por “lo que decía la televisión”. Y que, como muchos canales eran de Buenos Aires, la mujer estaba atemorizada por hechos que sucedían a más de 500 kilómetros de su casa.

La ministra no dijo entonces que Santa Fe era la provincia con mayor tasa de homicidios del país y que, cuando la mujer decía que tenía miedo, era porque en la capital y en la primera ciudad de su provincia (Santa Fe y Rosario) morían asesinadas cuatro personas por semana, la mayoría en asaltos o venganzas del narcotráfico. Esto sucedía en su entorno y afectaba a su círculo de conocidos más allá de que la mujer viera por TV el robo a la farmacia en el lejano Palermo.

La “sensación” de inseguridad que inmortalizó Aníbal Fernández no es porque los medios cubren las noticias policiales y las difunden sino porque los hechos, simplemente, suceden. No se inundan las calles de algunas localidades de la Provincia porque los medios lo informan. Se inundan porque llueve y faltan obras hidráulicas.

Todos conocemos a alguien que fue robado, que la pasó mal durante un asalto o que lamenta pérdidas a causa de la inseguridad. Es ese sencillo y a la vez extenso entramado social de lo que le pasó a un hermano, a un vecino, a un compañero de trabajo o a uno mismo lo que llevó a la inseguridad a ítem de drama.

En todo caso, los medios replican eso y uno siente que lo que le ha pasado al conocido, o a sí mismo, no es aislado porque también les pasa a los otros. Siente que es parte del todo. Y que el todo viene por más.

El próximo presidente de la Argentina debería desactivar el falso teorema de los hechos repetidos, ideado para justificar el miedo –eso de que es “por cuestiones ajenas y lejanas”– y negar lo obvio.

Los tres candidatos que lideran las encuestas han encarado el tema de la inseguridad en sus distritos con recetas parecidas: más policías y más cámaras.

Daniel Scioli creó las policías locales en la Provincia y consiguió que en las calles se vieran más agentes, aunque la mayoría de ellos sean chicos de 20 años con boinas celestes –muchos vecinos ya los llaman “los pitufos”– preparados en siete meses. Con una cuidadosa ingeniería del ministro Alejandro Granados en el armado del sistema –incluyendo el trabajo de convencer a cada intendente, uno por uno, en casi 50 municipios bonaerenses– se consiguió así el primer objetivo de mostrar más policías en la calle. Se abrieron escuelas de Policía en toda la Provincia y los egresados se multiplicaron como nunca antes. Los policías en la Provincia pasaron de 55.000 a 95.000 en apenas dos años, algo tan rigurosamente cierto como que el delito no retrocede. No a niveles visibles. Lo que se hizo no es poco pero no es suficiente.

Mauricio Macri impulsó la creación de la Policía Metropolitana en la Ciudad de Buenos Aires, una iniciativa más festejada por los vecinos en sus inicios que ahora, cuando parece estancada. La Metropolitana está en menos de la mitad de los barrios porteños y no parece demasiado involucrada en la resolución de los hechos cotidianos sino más bien en un papel más distante y preventivo. Casi decorativo. La fuerza parece haber crecido más en su prestigio para hacer allanamientos “independientes” de las fuerzas del gobierno nacional que en su efectividad en la calle. Es una Policía que aún carretea pero no ha conseguido despegar. No es poco pero no es suficiente.

Sergio Massa adhirió con fervor a la siembra de cámaras en el conurbano y creó en Tigre un Centro de Operaciones municipal para monitorear todo las 24 horas. Agregó un novedoso sistema de alertas vecinales –que aún no es masivo– y hasta drones para filmar persecuciones policiales. Ha conseguido despegar a su gestión en Tigre del drama general de la inseguridad en el conurbano y su distrito fue afectado menos que otros. El problema de las cámaras es que graban lo que ya pasó. Un crimen filmado no recupera la vida perdida, apenas muestra cómo fue que se perdió. No es poco pero no es suficiente.

En los últimos 25 años la inseguridad no paró de crecer ni de expandirse. Pero los números no llegan a 2015 porque el Gobierno dejó de publicar estadísticas sobre el delito a nivel nacional hace siete años. ¿Por qué lo hizo? Pensar que ocultan las cifras porque el delito siguió creciendo es un razonamiento legítimo. Igual reacción ante igual problema: es lo mismo que hicieron con la inflación y con la pobreza.

Así, en siete de los ocho años de Gobierno de Cristina Kirchner no hubo datos oficiales de delitos a nivel nacional.

¿Qué pasó, entonces, hasta 2008, el último año en que se los midió? En 1990 la Argentina tenía 32 millones de habitantes. Ese año se registraron en todo el país 560.240 delitos. En 2008, la población llegó a 39 millones. Y hubo 1.310.977 delitos. Siete de cada diez fueron hurtos, robos de autos, asaltos a mano armada o robos violentos. En esos 18 años, entonces, la población argentina crecióun 22 por ciento y el delito, 134 por ciento. Seis veces más que la población.

Los policías, las armas y las cámaras no van a alcanzar si no se atiende en serio la marginalidad, el nido más confortable para empollar los huevos del narcotráfico. Esa cuestión central excede a los jefes de Policía y a los ministros de Seguridad.

En Salud hay cifras de homicidios más actuales, que pueden ser un síntoma de aquella cuestión social. De 2003 a 2012 hubo ocho asesinatos por día en la Argentina. Uno cada 3 horas, todos los días, durante 10 años. Siete de cada diez se cometieron con armas de fuego. Y el principal grupo de víctimas fueron los jóvenes de 20 a 24 años. Este grifo sigue abierto y es dramático: la vida humana es el único bien que no se puede recuperar en un allanamiento.

Hay un guarismo que se mantiene vigente desde los lejanos años 90. De cada 100 delitos denunciados, apenas 3 terminan con sentencia judicial. Los otros 97 se pierden en la maraña del todo pasa. La realidad indica que es muy difícil ir preso por delinquir en la Argentina.

No es la TV ni la repetición de los casos. Son los hechos. Por eso la maldita inseguridad va primera en las encuestas. Y les gana a los candidatos desde hace 25 años.

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