Macri pone a prueba su método de evitar pactos

Macri pone a prueba su método de evitar pactos

Mauricio Macri decidió poner a prueba su método en las condiciones más extremas. El respiro cambiario de la semana pasada reforzó un principio rector del macrismo, que implica eludir cualquier acuerdo o pacto general con la oposición o actores económicos y sociales. La elusión de los abordajes macro no rige solo para la economía.

 

Negociaciones fragmentadas, coincidencias puntuales e interlocutores diversos volvieron a ocupar el centro de la escena y de la táctica oficialista, en desmedro de contactos exploratorios con representantes d­­­­­­el conjunto del peronismo no kirchnerista realizados hasta la semana anterior. Volvió a imponerse la "lógica del presidencialismo segmentado", como definió a la praxis gubernamental de Cambiemos el politólogo Luis Tonelli en un interesante paper publicado hace pocos días.

Los diálogos individuales con gobernadores opositores en la Casa Rosada y las reuniones con los propios ( María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta ), destinadas a empezar a abordar posibles caminos para reducir el déficit, marcaron la semana y mostraron el rumbo que seguirá el proceso encarado por el Gobierno. Su objetivo es dar señales lo antes posible de que logrará lo necesario para cumplir con lo exigido por el FMI y, también, de que podrá retomar el control de una situación que en algún momento parecía escapársele de las manos, no solo en el plano financiero-cambiario. No es poco.

El cierre semanal del dólar a casi un peso menos de lo que llegó a estar siete días atrás, gracias a algunas medidas del titular (en comisión) del Banco Central, Luis Caputo, llevó respiro a la quinta de Olivos. Allí la plana mayor del oficialismo trabajaba a destajo con el lápiz rojo que nunca llegó a usar el fallido candidato presidencial radical Eduardo Angeloz. Como en los días previos, analizaba números y oportunidades de recortes o traspasos de gastos (y déficits) para elaborar un primer borrador de la hoja de ruta que lleve a reducir gastos en 2019 por alrededor de 300.000 millones de pesos (casi 100.000 millones más de los mencionados originalmente), según detalló Rogelio Frigerio.

Esas evaluaciones concentrarán la atención del círculo más cerrado del macrismo esta semana, al tiempo que se empezarán a evaluar propuestas de los demás socios de Cambiemos, en especial del radicalismo, y algunas que han acercado desde el peronismo. Aunque nadie sabe dónde encontrará el dólar su techo, el equilibrio inestable del viernes devolvió al Gobierno un punto de apoyo para seguir desarrollando su vocación por la acupuntura, aunque muchos reclamen cirugía mayor y señales más rápidas y contundentes. La respuesta del Ejecutivo es irreductible, dice que con esa práctica ha sorteado todos los escollos que el "círculo rojo" vaticinaba que no superarían. Al menos, hasta acá.

El temor a un peronismo unificado, con piel de cordero y dientes de lobo, es la pesadilla de las noches macristas, alimentada por los antecedentes y agitada por muchos intérpretes de la realidad, que espanta cualquier posibilidad de un acuerdo que exceda el límite del recorte de gastos, la aprobación del presupuesto del año que viene y de algunas leyes puntuales o designaciones, como la del presidente del BCRA.

Macri sabe bien cuán beneficiosa suele ser la cartelización para los que negocian con los gobiernos y cuán costosa es para el Estado. Habrá que ver si con su expertise evita el riesgo del que advierte Tonelli: "Los acuerdos ad hoc e informales insumen costos de negociación más altos al multiplicarse los actores con vetos institucionales, que consiguen recursos a cambio de su apoyo a las decisiones que impulsa el Poder Ejecutivo".

La fragmentación del peronismo es una realidad que retroalimenta visiones contradictorias. Para quienes adhieren a la intransigencia macripeñista, el Gobierno debe evitar unir lo que la realidad (o el kirchnerismo) desunió. Para quienes cuestionan su falta de vocación acuerdista en medio de la urgencia, la "lógica de la segmentación" solo puede complicar y retrasar más la búsqueda de soluciones de fondo, y no solo coyunturales, que demandan desde los mercados hasta las organizaciones sociales, actores ambos con alta capacidad de alterar súbitamente cualquier escenario, tanto económico como político-electoral.

Cualquier opción entraña riesgos y la elección requiere dosis adecuadas de audacia, rigor de cálculo, bajo nivel de prejuicios, objetivos claros y mensajes precisos. Es lo que reclaman todos los interlocutores del oficialismo. No es poco para un gobierno que debe discutir previsiones y estimaciones de gastos e ingresos con el lastre de haber equivocado por mucho el cálculo de la inflación en los dos presupuestos que logró aprobar hasta ahora. Los opositores agitan esos antecedentes.

Un elemento insoslayable que se introduce en ese debate es que, como advirtió la gobernadora bonaerense, no alcanza un acuerdo con los gobernadores, así como no alcanza un acuerdo con los representantes del peronismo no kirchnerista en el Congreso. La división aporta una multidimensión compleja. Y nadie quiere perder, sobre todo a futuro.

Como en toda negociación, las partes ponen en juego expectativas basadas en recursos escasos e información relativa. En la política, igual que en la economía, el cálculo de costos y beneficios suele dominarlo todo, y no existe la verdad revelada. Tampoco, lo bueno y lo malo en términos absolutos, como se pretende instalar. Un gobierno de minorías, como el de Cambiemos, debe identificar con qué capacidad de coerción cuenta y qué incentivos puede otorgar para sumar a cada uno de los muchos que necesita. En definitiva, cuánto palo y cuánta zanahoria le quedan después de estos meses en los que perdió capital.

Por ahora, no hay un camino claro ni, mucho menos, despejado. El Gobierno lo ha demostrado. Después de los primeros y reservados contactos con el Peronismo Federal y el massismo, aparecieron las interferencias. Macri, Dujovne y Peña no tuvieron palabras amables para sus interlocutores en algunas de sus apariciones públicas y hasta se ocuparon de pegarlos al kirchnerismo por la herencia dejada. La imagen de Sergio Massa con el siempre inasible gobernador pampeano, Carlos Verna, y las advertencias de que no acompañarán cualquier ajuste se sumaron para llevar a todos varios casilleros más atrás. Cristina Kirchner disfruta y aguijonea a todos desde su silencio estratégico. Pero los adversarios no siempre se pueden elegir.

Tampoco hay una visión unívoca puertas adentro de Cambiemos, ni siquiera en el más homogéneo, pero no uniforme, espacio macrista. Las negociaciones de Peña, Larreta, Vidal y Frigerio con los peronistas, sin preaviso a los socios radicales, desató un malestar interno poco conveniente para la hora. Por si hiciera falta, el exceso de yoísmo histriónico de Elisa Carrió disparó la escasa tolerancia que suele desencuadrar al presidente de la UCR y gobernador mendocino, Alfredo Cornejo. El propio Macri tuvo que dejar de lado su poca afección a la atención de entuertos político-partidario-personales para mediar varias veces la última semana. Tal vez en esta etapa deba ejercitar algo más ese lado tan poco cultivado de sí mismo.

Aunque parezca que llegan a destiempo, los cálculos electorales aportan su cuota distorsiva en las negociaciones que tienen por objetivo inmediato, casi urgente, llevar tranquilidad a los actores económicos, que desconfían de la política, como admitió Vidal, y a los actores sociales, que cada vez confían menos en todos, como demuestran las últimas encuestas de opinión pública, casi sin distinciones.

La amenaza (aún en grado de tentativa) de algunas organizaciones sociales de reclamar comida frente a los supermercados el viernes próximo constituye una alerta peligrosa. Los funcionarios nacionales y provinciales cercanos a la problemática de los sectores más pobres admiten que si bien las principales agrupaciones no tienen vocación de escalar la confrontación y poner en riesgo la paz social, "puede haber focos aislados que cuando se encienden no se sabe cómo evolucionan". Muchas de esas organizaciones tienen lazos estrechos con los sectores de la Iglesia más enojados con el Gobierno, no solo por el debate sobre el aborto. Otro adversario complicado y con "capacidad de veto".

Nunca el gobierno de Macri tuvo tantos frentes abiertos sin poder adjudicárselos a la herencia ni el tiempo le ha corrido tan rápido. La situación terminará por demostrar si su táctica de segmentación sigue siendo efectiva o si cometió el pecado de enamorarse del método. Será el gran test para comprobar si ese kit de herramientas funciona tan bien para gobernar (y, sobre todo, en casos de crisis) como para las campañas electorales.

 

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