El lóbulo emocional de Héctor Magnetto

Por Demetrio Iramain - Cuando la derecha reclama "correcciones", le está exigiendo al kirchnerismo que pida perdón a los grupos económicos.
En un híbrido entre el deseo y la necesidad, las corporaciones económicas vuelven a creer que "la pelota está picando y hay que agarrarla antes que la recuperen los Kirchner", como aconsejó en julio de 2009 Hugo Biolcati, por entonces titular de la Sociedad Rural. El representante de la más recalcitrante derecha argentina estaba llamando veladamente a un golpe de Estado. Como hoy. El estanciero creía que el resultado de las elecciones del 28 de junio abría en el país un escenario político resbaloso, impredecible y, a la vista de sus espesos intereses económicos, esperanzador. El mismo "fin de ciclo" que creen inaugurar los protagonistas de la derecha tras las elecciones Primarias. Quienes desean ver muerto al kirchnerismo desde el primer día de su asunción se aprestan a arrinconar con títulos catástrofe a Cristina para que de una buena vez por todas acepte sin condicionamientos el pliego de demandas que ya en mayo de 2003 había exigido José Claudio Escribano.

Cada cuatro años, más o menos, la derecha se entusiasma con salir campeona después de ver los resultados de la primera fecha. Habrá que ver si su derrotero acaba finalmente en un exitoso fracaso, o todo lo contrario; en cualquier caso, la experiencia indica que lo intentará. Quienes no trepidaron en provocar un genocidio físico en los '70, y otro cultural y económico en los '90, es difícil que acepten los límites que les impone una democracia imperfecta todavía, pero ágil, dinámica, dispuesta a superarse. Las corporaciones siempre vienen por todo: es condición intrínseca al capitalismo.

Asistimos con asombro, y sin ninguna sorpresa, a un obsceno apriete mediático. El mal de Hubris, el lóbulo emocional de la presidenta, la inexorable transición, el pase de facturas internas, la sangría progresista en el kirchnerismo, etcétera. Cristina no tiene un plan para los dos años de mandato que le restan, informará en forma reservada Sergio Massa a la Embajada, como ya hizo en 2009, y en unos años lo revelará WikiLeaks. Magnetto sí lo tiene.

Ojo: de tanto insistir con que la mandataria perdió su capacidad de interpretar la realidad, o la desconoce por completo, van a querer hacernos creer que las acciones de gobierno carecen de legitimidad y están viciadas de lesa fantasía. Por ejemplo, el llamado al diálogo con industriales, banqueros y trabajadores para discutir mano a mano qué país están proyectando. Lo mismo con su estado de salud. Cuando la derecha reclama "correcciones", le está exigiendo al kirchnerismo que pida perdón a los grupos económicos. Cuidado con la "autocrítica": ante una derecha que viene de atropellada, agacharse a atar los cordones puede equivaler a un suicidio político.

A propósito, el antojadizo análisis sobre la patología clínica de la presidenta formulado por un neurólogo que hace su residencia en TN es singular. Para empezar adolece de una contingencia determinante en la práctica médica: revisar al paciente. El mandato ético de un médico debe ser dar prioridad a la salud del doliente, no privilegiar el interés político de los enemigos del enfermo. Paradojas de la libertad de prensa a la Argentina. Nelson Castro mató ya dos veces a Cristina. En ambas falló. Ni la glándula tiroides ni el virus del poder terminan de darle la razón. La presidenta insiste en recomponerse, pero mientras tanto los titulares de las corporaciones toman aire fresco y definen estrategias. El 28 de agosto, cumpleaños de Clarín, los encontrará unidos y organizados como no lo estuvieron en todos estos años. He ahí el último servicio prestado a los prepotentes económicos por la "justicia independiente", como se hace llamar a sí misma.

"Cuatro millones de votos menos para Cristina", se engolosina Clarín como un niño, aunque no dice "dos diputados más para el Frente para la Victoria", como limitaría un adulto. La titularidad de la Cámara de Diputados para la oposición, la presidenta de las Comisiones para la oposición, la economía para las corporaciones, para Clarín la Corte Suprema, y unas cuantas cosas más también. En el medio, el dueño del Ingenio Ledesma, Carlos Pedro Blaquier, aprovecha la volada electoral para plantear la nulidad de la causa que lo investiga por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad durante el genocidio cívico-militar, citando un fallo de la Corte contra Alejandra Gils Carbó. Sintomático. Y la presión contra la moneda nacional que no cesa.

El objetivo es obvio: impedir que el kirchnerismo mejore en octubre su caudal de votos, se consolide como primera fuerza en todo el país, y hasta aumente la brecha con la segunda minoría. El desafío es forzar un escenario en el que Cristina aparezca derrotada, sin margen alguno de maniobra, impedida de intervenir en la continuación presidencial, acosada por intrigas palaciegas, rencillas internas y múltiples disputas. La estrategia, que no es nueva, esta vez viene recargada. Fracasado el intento en 2009, cuando todavía contaba con un vicepresidente propio en la línea de sucesión presidencial, la derecha explora otros caminos. Julio Cobos es hoy Jorge Lanata. Las operaciones de prensa sobre la corrupción K se escalonan y apuntan, ya sin ningún prurito, a Néstor y Cristina Kirchner. La cadena mediática es tan imponente que no repara en el detalle de que sus "falacias verdaderas" son desmentidas simultáneamente a su publicación. Si lo apuran, Lanata hasta reconocerá que se equivocó en algún dato central, pero eso a quién le importa. El daño ya está hecho.

La pelota sigue picando en el área. Magnetto quiere empujarla al fondo de la red antes que vuelva a controlarla Cristina. En el apuro por convertir se pone en offside. Él se cree el salvador de la patria, el garante de la libertad de expresión, el héroe de los ofendidos por la "intolerancia K". Desde la cima de su poderío mediático, confunde los intereses de la Nación con los suyos propios. Su "natural tendencia narcisística a ver el mundo primariamente como una arena en la cual ejercer el poder y buscar la gloria", como diagnosticó Nelson Castro, lo lleva a la torpeza de demandar civilmente a un periodista que lo contradice desde su micrófono. Aislado de la realidad, ajeno a ella, confundido, patea creyendo estar ante al arco vacío y… la tira afuera. No hay duda: padece el síndrome de Hubris.

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