La liviandad argentina (pro y contra)

La liviandad argentina (pro y contra)

Por: Ricardo Kirschbaum. El oficialismo cree que se entró al primer mundo y la oposición, que está en marcha una catástrofe.

La realidad es que el mundo está lleno de acuerdos comerciales, aunque se los discuta, porque, justamente, para eso están. Incluso, la guerra comercial chino-norteamericana es una discusión de acuerdos. Otra realidad es que cuando se espesan esas relaciones comerciales entre las dos superpotencias, los comentarios son de temor y son globales.

Una tercera realidad: no hay acuerdo comercial perfecto, intocable y eterno. Si se quiere, una cuarta, entre otras muchas: en América sólo dos países no tienen acuerdos comerciales con alguna globalidad y son Cuba y Venezuela. Y nadie en su sano juicio puede hablar de que se trata de dos economías saludables, sino más bien todo lo contrario.

Entre nosotros, la tendencia a arropar lo comercial con disfraces políticos es vieja. Nuestra economía es de las más cerradas, pero nada nos impide compararla cuando políticamente conviene al discurso con las más abiertas. Según la óptica política forzada, Trump es un genio o un salvaje y lo mismo Xi Jinping. El reciente acuerdo del Mercosur con la Unión Europea no podía quedar al margen.

El liberal francés Macron puede coincidir en las apariencias con el horrorizado senador Pino Solanas. Macron abre paraguas y teme una invasión de alimentos sudamericanos que le reste votos entre los subvencionados agricultores franceses. No, que se los sume entre los consumidores tentados por la oferta de productos más baratos y buenos. Pino Solanas sentenció: “Es un día negro para los intereses nacionales”.

Las simplificaciones políticas y su contrapartida necesaria, las artificiales complejidades ideológicas, en nuestro caso lo único que produjeron a lo largo de décadas fue un aplaudido discurso de vivamos con lo nuestro y la sólida realidad del deme dos en cuanto, según la cotización del dólar, se pueda viajar de shopping a Miami o, más cerca, a Chile.

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Desde el Gobierno y desde el kirchnerismo se vio en este acuerdo empezado a tratar hace 20 años y que llevará otros tantos para que sea efectiva realidad, la gran oportunidad electoral imposible de dejar pasar. El gobierno festejó el fin de una inmovilidad tan larga y que el Mercosur despierte, pero es un paso, no la entrada triunfal al primer mundo. Si el canciller quiere llorar conmovido, que llore.

Pero a una sobreactuación corresponde, según nuestras costumbres, otra. El ex ministro Kicillof, que con Cristina no quería que se importara ni un clavo pero sí que se exportaran cosechadoras maravillosas a Angola (cosa que no ocurrió), salió a superar a Solanas: “Es una tragedia”, dijo. Y más que diciéndolo, asegurándolo. Una rapidez de diagnóstico extraordinaria.

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El candidato Alberto Fernández consideró que por su investidura debía aportar a la crítica un sustento oral mayor, pero tampoco necesariamente destacable. Dijo: “No hay nada que festejar”, porque el oficialismo festejaba. Añadió: “No quedan claros los beneficios, pero sí los perjuicios para nuestra industria y el trabajo argentino”, que por ser tantos y notorios no creyó necesario especificar.

Los acuerdos comerciales son tan viejos como el mundo y la habilidad para ganar en ellos no se consigue con discursos cuanto más ruidosos mejor, sino con negociación seria y con practicidad más que con la inmovilidad de las ideologías que otros dejan de lado para avanzar. El desnudado uso electoral de este acuerdo revela otra realidad: seguimos estando a favor o en contra de lo que sea, aunque no sepamos bien qué es.

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