Un año sin el ARA San Juan: la angustia, entre mensajes al mar y una vida en pausa

Un año sin el ARA San Juan: la angustia, entre mensajes al mar y una vida en pausa

Así vivieron el último año los familiares de los 44 submarinistas desaparecidos en el océano Atlántico. Este jueves a la tarde en la Base Naval habrá una misa en honor a los marinos. El presidente Macri estará en el lugar. Temen que se abandone la búsqueda.

 

El 15 de noviembre de 2017, el submarino ARA San Juan de la Armada Argentina emitió su última comunicación y luego se perdió todo contacto con la tripulación. Había zarpado del puerto de Ushuaia y se dirigía a la Base Naval de Mar del Plata, donde se encontraba su apostadero habitual. La información sobre la desaparición del navío, en el que viajaban a bordo 44 tripulantes, trascendió 48 horas más tarde. A esa altura, la Armada ya había desplegado la búsqueda en torno a la última posición conocida, en el área de operaciones del Golfo San Jorge, a 240 millas náuticas (432 km) de la costa. El resto de la historia ya es conocida: a pesar de la cooperación de 23 países, que destinaron aviones y buques para reforzar los rastrillajes en del océano Atlántico, aún nada se sabe de la suerte del submarino de origen alemán.

Desde entonces, la vida de los familiares de los 44 submarinistas -entre ellos, una mujer, la primera y única con esa especialidad en las Fuerzas Armadas- quedó pausada. Muchos dejaron sus provincias del interior del país para viajar a la ciudad e, incluso, algunos aún permanecen aquí, aguardando alguna novedad de sus hijos, sobrinos o hermanos; atentos a que no se cumplan esas versiones que indican que pronto dejarán de buscarlos, con la esperanza de que no se olviden de ellos. Así, desde hace 365 días, entre mensajes arrojados al mar y plegarias a Stella Maris, la virgen que, dicen, protege a los hombres en las tempestades del alma y en los embates del mar, sobrellevan su espera.

Marcela Moyano, la docente que abandonó su Mendoza natal tras el amor de su vida, el submarinista Hernán Rodríguez, dice tener la sensación de llevar sobre sus espaldas una mochila que “cada día que pasa se carga más de dolor, incertidumbre y impotencia”.

La mujer, que durante 52 días acampó  junto a otros familiares de submarinistas en Plaza de Mayo para pedirle al presidente Mauricio Macri que no se abandone la búsqueda del ARA San Juan, nunca dejó de escribirle a su esposo. Son mensajes de chat que no llegan, cartas que luego arroja al mar, promesas de amor eterno. “Le digo que lo sigo esperando, que no me abandone, que lo amo y que nuestro amor es ilimitado; que estoy luchando por encontrarlo”, dice, sin poder contener el llanto; ese dolor que en los últimos días se agudizó al cumplirse el primer aniversario de la última zarpada del submarino, la última llamada telefónica, el último contacto con Hernán. Pero, además, porque no tienen ninguna certeza sobre cómo continuará la búsqueda de la nave, hoy en manos de la empresa Ocean Infinity, que tiene previsto suspender en breve la actividad y retomarla recién en febrero. “¿Y qué hacemos nosotros durante esos meses? ¿Cómo hacemos para seguir?”, se pregunta.

“Tengo mi vida pausada, como todos los familiares. No podemos avanzar”, insiste, y sabe que en pocas horas podrá ver al presidente Macri, que tiene previsto arribar este jueves a la tarde a la Base Naval local para participar a las 17 del acto en reconocimiento y una misa en honor a los 44 marinos. “No hemos recibido nada de parte suya, ni siquiera que nos expliquen qué estrategia tienen para los meses en los que la empresa privada esté en dique seco”, asegura.

-Hace un año, por este tema, tomó licencia en la escuela, ¿pudo volver a trabajar?

-No todavía no, siento que no puedo. Estoy pendiente, me falta algo, la otra parte, y yo la quiero encontrar. No me está siendo fácil esta lucha y por eso le pido a Dios que me dé fuerzas para llegar a la verdad, para encontrar a Hernán y para que todos los responsables de esto paguen como tengan que pagar. Hoy, la prioridad es que los encuentren.  

Que los busquen hasta encontrarlos, que les digan de una vez por todas qué pasó el 15 de noviembre de 2017 en la profundidad del océano.

Para continuar, para poder iniciar el duelo y, algún día, quizás, aceptar que él ya no está.

Para que el tiempo deje de estar suspendido.

Eso pide Marcela.

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