José Suárez, fotografía y humanismo

Dentro del siempre intenso y atractivo panorama artístico de BA, las exposiciones fotográficas se mantienen relevantes. Por estos días, hay nuevas propuestas en la Fototeca Latinoamericana, Buenos Aires es retratada en “el espíritu de Weimar” por Claudio Larrea o se prolongan por un mes las visiones americanas en las últimas andanzas del suizo Werner Bischoff (Museo Fernández Blanco). Una de las novedades es el rescate de la obra del español José Suárez, que nos presenta el Borges.

“Unos ojos vivos que piensan” se titula la retrospectiva que –para homenajear al artista que simboliza el espíritu de Galicia- proviene tras la exhibición en su propia tierra y, recientemente, en Madrid. Sucede que Suárez, tan gallego y español hasta la médula, en sus sentimientos y en su obra, también estuvo ligado durante casi toda su vida a la Argentina, el país que lo abrazó en su exilio, como tantas otras víctimas de la Guerra Civil.

                

Suárez llegó en barco desde Lisboa, en una dolorosa ruptura familiar, política y profesional. Aquí se volcó al cine (fue director general, director de fotografía, asistente) pero no dejó su espíritu de reportero –trabajó así para La Prensa- ni su pasión fotográfica, que entregaría series como La Pampa, Santiago del Estero, Paisajes de la Patagonia o Nieve en la Cordillera.

                

Suárez había nacido a principios del siglo pasado (1902) en Allariz, estudió derecho en la  prestigiosa Universidad de Salamanca, pero fue atrapado por la fotografía. A la vez, en toda su veta artística, por las vanguardias europeas de ese momento. Relacionado con la crema de la intelectualidad española (José Bergamín, Pérez de Ayala, Rafael Alberti y, especialmente, Miguel de Unamuno) sus obras –fotos, filmaciones- guardan desde allí una impronta profundamente humanista. Se dio justo con Unamuno uno de sus vínculos más fuertes y éste le escribió el prólogo para su primer libro, “50 fotos de Salamanca”.

                

Acaso por algún signo del destino, el homenaje a Suárez llega por estos días, cuando se cumplen las ocho décadas de aquel furioso enfrentamiento en el templo intelectual de Salamanca. “Venceréis, pero no convenceréis”, le disparó Unamuno a los franquistas. “Viva la muerte”, había gritado Millay de Astray.

                

A esa altura, Suárez y tantos otros ya estaban exiliados, y su patria se desangraba.

                

Vivió y trabajó por más de una década en la Argentina, luego se radicó en Punta del Este y su espíritu viajero lo llevó a Japón, otra de sus mayores influencias (y donde llegó a reportear a Kurosawa). La vuelta a España se concretó en 1959 pero, siempre, bajo la vigilancia y la opresión franquista, con dificultades para exhibir sus trabajos. Finalmente pudo hacerlo con “Marinheiros” (su serie fotográfica más famosa, de aquella primera época, quedando inconclusa la obra fílmica) y con su serie sobre “La mancha”.

                

Muerto en 1974, antes de la caída de la dictadura, Suárez fue definido como “el artista olviado” o “traspapelado”, según el crítico de arte Juan Manuel Bonet. Ahora, llegó el tiempo de rescatarlo.

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