Inmigrantes: datos estadísticos y testimonios locales

Inmigrantes: datos estadísticos y testimonios locales

El último censo, de 2010, arrojó un total de 2.556 vecinos originarios de otros países, con preponderancia latinoamericana. Las experiencias de vida de algunos de estos vecinos, sus motivaciones para abandonar sus países y el trabajo cotidiano.

“De todos los racismos el peor es el cotidiano, el chiquito que no culpabiliza. El que piensa, como le escuché decir una madrugada a un conductor de radio: ‘Yo no soy racista, sólo digo primero nosotros, después ellos’. Ellos no votan, no tiene voz ni ley que los ampare. Pobres primero, negros después. Ahí están como esclavos en fábricas de barrios y suburbios. Bolivianos, peruanos, cabecitas. La Asamblea del Año XIII ya pasó y ellos ni siquiera saben que alguna vez los esclavos fueron liberados también en Buenos Aires”.

El párrafo corresponde a un texto de Osvaldo Soriano, publicado en el diario Página 12 en 1994. Ese texto llevó por título “El desprecio”.

Los prejuicios se actualizan y, a veces, se transforman en políticas de Estado. Recientemente, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, dijo: “Acá vienen ciudadanos paraguayos o ciudadanos peruanos que se terminan matando por el control de la droga. La concentración de extranjeros que cometen delitos de narcotráfico es la preocupación que tiene nuestro país”.

Las cifras indican otra cosa. Según la Organización de Naciones Unidas (ONU), en el país viven alrededor de dos millones de inmigrantes en calidad de permanentes. De ese total, las cárceles registran 1.420 extranjeros por delitos relacionados al narcotráfico. El número equivale al 0,07 del total de personas de otros países que llegaron a la Argentina. Los dichos de la funcionaria coincidieron con un decreto presidencial que endurece la política migratoria.

En el medio quedan miles de inmigrantes, muchos de ellos provenientes de países de la región, que han encontrado en Argentina una mínima esperanza negada en sus tierras de origen. Y lo hicieron a fuerza de trabajo.

En el caso local, hasta 2010 existían 2.556 inmigrantes. Es decir, representaban el 2,4 por ciento del total de la población, que en ese momento ascendía a los 106.273 habitantes. Siempre según los datos censales registrados en ese año, 1.805 provenían de otros países americanos, 689 de Europa, 45 de Asia, 15 de África y 2 de Oceanía.

La colectividad con mayor arraigo es la paraguaya, que para 2010 contaba con 671 vecinos, seguida por la uruguaya con 407 inmigrantes. El cuarto lugar era ocupado por personas procedentes de Bolivia, en un total de 288. La migración italiana, en tanto resabio de una tendencia propia del siglo XX, contabilizó 385 vecinos, y más atrás la española.

En las elecciones legislativas de 2015, el padrón de extranjeros habilitados para votar fue en Luján de 1.250 personas.

La preponderancia de las migraciones correspondientes a países de la región es un fenómeno relativamente nuevo. De todos modos, el historiador Dedier Norberto Marquiegui marca que “ya había inmigración de Bolivia a la Argentina en el primer censo nacional de 1869 y había inmigración chilena y paraguaya”. Sin embargo, “solo iban a los lugares fronterizos, cercanos”. Ejemplificó que “los bolivianos a Jujuy o Salta, los paraguayos a Misiones o Chaco, y los chilenos a la Patagonia o Mendoza”.

“Durante la segunda mitad del siglo XX, con el advenimiento de las migraciones internas vinculadas al proceso de sustitución de importaciones y el peronismo, empiezan a venir hacia Buenos Aires. En Salta y Tucumán los bolivianos trabajaban en la cosecha de tabaco. Acá están dedicados a la horticultura. Hay que ver las posibilidades que les da cada lugar. Es un fenómeno interesante”, repasó.

TESTIMONIOS

Laura nació en Encarnación, la ciudad paraguaya que limita con Posadas, en Misiones. Vino al país por primera vez en 1998 como respuesta a las dificultades laborales y ajustados ingresos económicos. Como en muchos otros casos, su llegada a Luján se produjo por vínculos familiares.

Su primera estadía en el barrio Ameghino, su actual vecindario, terminó como consecuencia de su separación y el desamparo en el que quedó envuelta con sus hijos: “Me volví porque me separé y quedé muy desprotegida, prácticamente en la calle. Tenía mis hijos muy chicos. Y volví a la Argentina porque los chicos estaban más grandes, podía llevarlos a la escuela. Allá la situación era y es muy complicada. Comés o alquilás”.

De regreso al barrio Ameghino, continúa con sus trabajos como empleada doméstica. Con mucho esfuerzo, tiempo atrás completó los estudios secundarios en el Bachillerato Carlos Fuentealba del barrio Ameghino. Laura recuerda que durante sus años de cursada, de lunes a viernes, “entraba a trabajar a las 8 de la mañana, salía a las 6 de la tarde y de ahí me iba a estudiar”.

“Trabajé siempre como empleada doméstica. Trabajé en un hotel y ahora trabajo por horas”, cuenta. Con ese mismo sacrificio, por estos días se encuentra levantando su casa de material. Y es literal, porque el trabajo corre por su exclusiva cuenta: “Ahora estoy levantando ladrillos. Como tengo dos días libres, esos días levanto paredes yo sola. No sabía de albañilería, pero fui aprendiendo”.  

En cuanto a sus connacionales, dijo que muchos se dedican a la construcción. Por caso, su hermano trabaja en una empresa constructora. “En Paraguay él trabajaba en panaderías, pero le pagaban muy poco. Y acá al principio trabajó en panaderías y pizzería”, agrega.

Cuando se la consulta sobre situaciones de discriminación por su nacionalidad, Laura apuntó que “en lo personal no tuve problemas directos”. Recordó, no obstante, que “hace poco, mientras acompañaba a otra persona en un mayorista, escuché a un hombre que hablaba de los ‘paraguayos de mierda’, de los ‘bolivianos de mierda que vienen acá y nos sacan el trabajo’, y lo decía fuerte, como para que todo el mundo escuche”. Para esta vecina, “fue la primera vez que me tocó escuchar a alguien que se expresara así; lo miré y pensé que tal vez sus padres o abuelos fueron inmigrantes, pero ahora discrimina a las personas que vienen de otro lado a vivir acá”.

Otra comunidad numerosa en Luján es la boliviana, en su gran mayoría dedicados a tareas de horticultura. En cercanías de Jáuregui, hay nuevos vecinos. Se trata de los pequeños productores que impulsan la Colonia Agrícola en el ex Ramayón, provenientes del Gran La Plata.

“La mayoría de los productores que hay en Argentina somos de Tarija, es de donde más inmigrantes hay. Y de Oruro se dedican más a la costura o la construcción”, explica Franz, originario de la tierra que limita con la provincia de Salta.

En su caso, hace 25 años que está en el país, de los 40 que acumula. También por un contacto familiar, llegó inicialmente a la ciudad de Mercedes, donde junto a su hermano trabajó “en una quinta, a media para un patrón, ganábamos un porcentaje, él nos daba la tierra y nosotros poníamos el laburo”.

Después de un tiempo regresó a Bolivia, al igual que su hermano, hasta que ambos volvieron a la Argentina, en ese caso a la zona de La Plata. El productor marca que las cosas han cambiado desde aquellos tiempos: “Ahora los parientes vienen, pero no se quedan, los que nos quedamos somos los más viejos, porque formamos una familia y no hay vuelta. Vamos de visita y volvemos. Allá la situación está mejor, hay políticas mejores para los campesinos. El gobierno se ocupó más del campo, el campesino anda bien allá”.

En tiempos anteriores, cuando Franz decidió venir, la realidad era distinta. Explica que “veníamos por falta de trabajo, no había mucho laburo, no es que nos moríamos de hambre, pero la plata no alcanzaba”. En tiempos del 1 a 1, “venías acá y te hacías de mil dólares que era un montón de guita allá”.

Tanto él como otros productores ya instalados en el ex Ramayón apuntan que el haber conformado familia marca para siempre su permanencia en el país: “Con los chicos ya es muy difícil volverse, ya no pienso en irme para allá. Ellos quieren quedarse acá”, apunta uno de sus compañeros.

El traslado a la zona de Jáuregui también les permitió mejorar las condiciones habitacionales, además de no lidiar con los costos de alquileres siempre en aumento. “La situación en La Plata ya no daba para más, estábamos condenados a vivir en una casa de nylon y madera. Y como alquilábamos no nos alcanzaba. Acá podemos vivir más dignamente”, plantean.

A pesar de hacer muchos años que viven en Argentina, la discriminación es un elemento siempre presente: “La verdad es que siempre hemos sido discriminados, toda la vida, siempre nos trataron de bolitas, eso se nota. Hay un racismo, lo vivimos todo el tiempo y ahora peor. En todo, en la escuela, por lo menos en La Plata, siendo que mis hijos son argentinos, en los hospitales. ¿Qué podés hacer? No podés decir nada, te callás y agachás la cabeza, nada más, la pelea no va, uno se acostumbra, es como una rutina. No sirve agarrarse a las trompadas. Y vos pensás que esos que te discriminan son hijos de portugueses, italianos, españoles, no sé si no se dan cuenta que son hijos de extranjeros. Es ponerte a discutir al pedo”. 

Franz asegura que los señalamientos negativos le entran por una oreja y le salen por la otra. Pero marca, casi jocoso, que “igual cuando los argentinos van a España les dicen de todo, les dan para que tengan”.

Destacan, no obstante, que “también hay gente buena, trabajadora, que te respeta. Acá no hemos tenido problemas, mucha gente nos ayudó bastante”.

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