Una Iglesia con sus puertas abiertas, para recibir a todos sin excluir a nadie

Una Iglesia con sus puertas abiertas, para recibir a todos sin excluir a nadie

Desde los primeros años del cristianismo y vida de las comunidades primitivas, había diferencias y discusiones, pero se resolvían del mismo modo que se han resuelto hoy y siempre. 

Ante todo el "puntapié inicial" del Sínodo de los Obispos sobre la Familia con la Palabra del papa Francisco alentando a todos a hablar claro y con humildad. Es decir que cada uno expresase su opinión sobre los más variados y nutridos temas que comprenden la pastoral de la familia y lo hiciesen también escuchándose, respetándose y dejándose modelar por la acción eficaz del Espíritu Santo que actúa y actuará en el momento oportuno como lo ha hecho hace dos mil años guiando con hombres débiles, divididos, y tantas veces equivocados la Barca de la Iglesia entre luces y sombras por los caminos de la humanidad.51No toda familia soporta tanta transparencia de mostrar claramente que sus hijos se equivocan, son imprecisos y hasta ambiguos. Podríamos haberlo evitado... o quizá era mejor que el mundo viese esto. Y pedimos perdón como sabemos hacerlo porque nos lo enseñó Jesús a quien se escandalizo por las diferencias.

El Sínodo no se redujo a hablar de la comunión de los divorciados o sobre las personas con tendencia homosexual. Déjenme agregar algunos temas que fueron quizá más importantes: los hijos de los matrimonios separados y divorciados (su sufrimiento y heridas que se les causa), los niños por nacer, la contracepción (y las organizaciones internacionales encargadas de promoverla), la pobreza y la desocupación de millones de familias, las adopciones, las adicciones que sacuden a los hijos en muchas familias, los matrimonios con hijos con problemas especiales, los ancianos abandonados o que en calidad de abuelos hacen de padres de sus nietos, y varias decenas de temas más. Claro que cada uno puede elegir como preponderante el tema que más le aqueja: pero esto no es objetivo. Y menos aún ponerlo en la tapa de un periódico como tema que más preocupa a la sociedad.

Aún a costa de que nos llamen ingenuos, pienso que esa tendencia a subrayar la polémica interna es algo que no hay que olvidar a la hora de juzgar las informaciones sobre el sínodo: a los periodistas les gusta hurgar en las rendijas de las divisiones, de modo que a veces pueden parecer más grandes de lo que son en la realidad. Obviamente, no se pretende negar con esto que haya puntos de vista enfrentados entre los participantes en el sínodo, ni la presencia de "agendas" (también mediáticas) que promueven que las propuestas y conclusiones vayan en una determinada dirección, mostrada a veces como única e inevitable.

Lo que quiero destacar es que -en un porcentaje elevado- se trata esencialmente de diferencias de tono, matiz, énfasis y formas de expresión y no diferencias de fondos que debían conducirnos al pánico y a la triste realidad de una Iglesia donde todos se pelean con todos y dividida en sus bases.

Hubo y habrá diferencias de opiniones. El sínodo en sustancia aprobó abrir un debate a todos los niveles dentro de la Iglesia sobre temas aún tabú como la homosexualidad y la comunión para los divorciados que se vuelven a casar. Esto recién comienza: el documento final de los Obispos que vuelve a repetir una y otra vez que Cristo (y por lo tanto su Iglesia continuadora de su Obra salvadora) recibe a todos sin excluir a nadie es la base equilibrada y esperanzadora para un debate interno como el de los primeros cristianos en los Hechos de los Apóstoles.

El autor de la nota es Claudio Caruso, sacerdote, director de Crónica Blanca Argentina.

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