Hugo Genazzini, dueño del “plato volador” dijo que si la Municipalidad tiene algo serio para proponerle que lo llame

Hugo Genazzini, dueño del “plato volador” dijo que si la Municipalidad tiene algo serio para proponerle que lo llame

El propietario de la polémica construcción en la zona del Lago dice estar dispuesto a escuchar ofertas, critica a la Municipalidad por cambiar las reglas de juego y asegura que de haberse terminado, el boliche “sería hermoso”

-En la medida que Tandil crece a nivel turístico también crece el rechazo a su “plato volador” que no pudo terminar: ¿es consciente de que en algún momento se tiene que resolver este problema?

-Perfectamente. Pero no fui yo el que complicó las cosas sino las distintas administraciones municipales que con el cambio de gobierno variaron  las reglas de juego: primero estaba todo bien ahí, o sea, nos mandaron para esa zona, nos aprobaron todo, y después resultó que el boliche bailable no se iba a poder habilitar.

- Pasaron casi veinte años y el plato volador sigue ahí.

-En 2007 teníamos casi vendido el lote a una gente que iba a poner un hotel. Y resulta que tampoco lo aprobaban. Habíamos cerrado trato y vienen y nos dicen: “No podemos hacer el negocio porque no nos aprueban el proyecto”, por un decreto del gobernador  (Felipe Solá) para la preservación de las sierras.

-¿Volvió a sentir que fue una injusticia?

-¡Y si toda esa zona está edificada!  Se han hecho construcciones fuera de reglamento y no sé, parece que les cobraron una multa y las habilitaron. Pero a nosotros, que hicimos todo por derecha, nos dijeron que no.

-¿Por qué dice “nosotros”? ¿Tiene socios?

-Sí, es una sociedad anónima que por lo visto cayó en un mal momento en Tandil, por el cambio de administraciones; bueno, mala suerte, tampoco me voy a amargar o matarme por esto.

-En realidad el rechazo de la gente es por una cuestión estética, no política, ni legal.

-¿Sabe que yo me río cuando dicen que no les gusta?

-¿Va a decir que es linda?

-¿No le dije acaso que no está terminada? Cuando yo paso por una obra en construcción tampoco me gusta, sin embargo no puedo dar una opinión porque no sé cómo va a quedar terminada. Entonces no me enojo con lo que dicen en Tandil, ahora, claro, yo no viviría ahí, ni saldría a regar las plantitas. Si el fin era otro…

-Con todo respeto le digo que cuesta creer que ese plato volador se convierta en algo agradable.

-Le aseguro que sí, parquizado y con un par de detalles arquitectónicos que no se llegaron a hacer porque ya habíamos desistido de seguir ya que sabíamos que no nos iban a habilitar, pese a que antes nos mandaron ahí.

-¿Qué le falta a la construcción?

-Un cerco, un techo con el cual apenas se veía la estructura,  pintar ese techo, la iluminación. Vi una simulación a través de un programa de computación y le aseguro que quedaba hermoso. Pero bueno, al final uno se encuentra con tantas trabas que se cansa.

-¿Qué otras trabas?

-Una persona dijo que si abría su ventana, nuestra construcción le impedía ver la sierra, ¡Fíjese! Es como que yo diga que quiero mirar donde él vive y en vez de su casa quiero ver el pasto o que me enoje porque tengo gente delante de la fila y entonces les pida que se vayan porque estoy yo.

-¿Cómo se arregla esto?

-No sé. Los lotes están en venta, porque nos cansaron todas esas cosas que le conté.

-¿Cúanto miden?

-2500 metros cuadrados.  Si la Municipalidad tiene algo para proponerme, que me llame. Y si Lunghi quiere hacer algo tendrá que explicarlo, porque yo todos los requisitos que me pidieron los cumplí.

-¿La Municipalidad nunca le propuso comprárselos?

-No. En una de esas reuniones me sugirieron que pusiera  un restaurant, pero, ¿yo qué sé de restaurantes?

-¿Y tampoco tuvo ofertas de ningún privado después de aquella de 2007?

-Otra gente me ha ofrecido plata pero no se acercaba a lo que valen esos terrenos.

-¿Estará pidiendo mucho?

-Eso nunca se sabe. Hemos invertido ahí y no es cuestión de regalar. Miro los valores en Tandil y me doy cuenta de que tengo un lugar privilegiado, con una vista increíble hacia las Animas y el Lago, espectacular.  Cuando me instalé -hacia 1996- en esa manzana sólo había al fondo una losa abandonada y en la esquina un chalet a medio construir. Después no existía absolutamente nada más, en esa manzana ni tampoco alrededor.

-Quien compre,  lo primero que hará será demoler, ¿le va a doler?

-Y... me puede llegar a doler, sí. Esa construcción, para lo que fue creada, era ideal, estoy convencido. Aunque yo ya me retiré de la noche. Aun si me habilitaran el bailable, ya no quiero lidiar con la noche.

-Parece que esta historia tiene mucho por delante aún.

-Le repito: si la Municipalidad tiene una propuesta para ofrecerme, yo feliz, pero algo firme, no una cosa irrisoriaLa última vez les dije “cómprenlo ustedes y hagan un museo” pero me parece que con los que estuve no son los que definen. Yo donde aparezca una oferta razonable, estoy dispuesto a vender. Pero razonable, no como una vez que me llamaron desde la Municipalidad y me dijeron “te pagamos desarmarlo”. ¿Qué es eso? Es como que yo le diga “su auto no me gusta, así que le compro las ruedas y después guárdelo en el garaje”.  

Mc Cain, Thyssen y el “plato volador”

A los 62 años, y tras dos décadas dedicadas a los bailables en la localidad bonaerense de Saladillo, Hugo Genazzini optó por alejarse del ruido de la noche y reemplazarlo por una actividad menos frenética al convertir su histórico boliche en un salón de fiestas.

Atrás quedaron los tiempos en los que, asegura, año tras año le surgían competidores y él siempre salía victorioso “porque le ponía ganas y honestidad”. Con esa fórmula,  sostiene, se ganó el respeto de las autoridades y de la sociedad “pese a estar en un ambiente mal visto”.

Ese mismo trato esperó encontrarse en Tandil cuando en los tiempos del ex intendente Zanatelli fue tentado a radicar un bailable aquí y ser punta de lanza de un plan que el militar retirado había pergeñado para la noche serrana: erradicar los locales del centro y que todos los bailables fueran hacia la zona del Lago.

El primero en aceptar el desafío fue Genazzini y su extraña propuesta con forma de plato volador, cuyos planos fueron rápidamente aprobados. Compró el terreno y comenzó a construir. Con el tiempo y ya con otras administraciones municipales, las normas consideraron que de ninguna manera se podría habilitar al público un espacio de esas características en plena falda de una sierra. “Jamás será aprobado por el Concejo Deliberante”, se sinceraron los funcionarios del actual jefe comunal, Miguel Lunghi.

Genazzini nunca pudo abrir su bailable. Y desde entonces la ciudad rechaza una construcción reñida con la estética que, en medio de uno de sus paseos más atractivos, despierta el rechazo de tandilenses y visitantes.

“Yo no nací en Saladillo, pero debo decir que me instalé aquí y me abrieron todas las puertas -confiesa el empresario desde aquella ciudad-, entonces hago una comparación con lo de Thyssen, la fábrica de silo bolsa, ¿Se acuerdan que le complicaron la vida a esa fábrica en Tandil, dicho incluso en un reportaje al propio dueño que le hicieron ustedes y entonces se trajo la fábrica a Saladillo?

Acá le abrieron las puertas y le fue bien. Ese empresario siempre contó las vueltas que le dieron allá y la burocracia que le antepusieron. Después lo vinieron a buscar y les dijo que nunca más iba a ir a Tandil. Saquen sus propias conclusiones. Lo mismo les pasó con Mc Cain”.

-Eso ya fue hace mucho.

-¡No importa! No importa, porque sigue toda esa burocracia que complica las cosas. A mí las autoridades de Tandil en un momento me pidieron determinados requisitos  y los cumplí, luego vinieron otros y cambiaron las reglas. La diferencia es que a mí el dinero no me sobra ¿No les gusta la construcción que quedó a mitad de camino? El que quiera desmontarlo que me pague lo que vale y que haga lo que quiera”. 

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