El hombre que hace equilibrio en el país de los terremotos

Por Fernando Gonzalez

Ricardo Lorenzetti es el dirigente más contracultural que tiene la Argentina de la era de la confrontación K. En público habla pausado y no le pone demasiado énfasis al volumen de sus frases, como si ninguna de ellas fuera más importante que la otra o como si todas tuvieran la misma importancia.

No cita a pensadores exóticos ni se enreda en laberintos jurídicos. No transpira ni mueve demasiado las manos. Su mayor preocupación, y quienes lo escuchan parecen agradecerlo, es relacionar los conceptos políticos, legales e institucionales con la vida real. La ciudadanía, como la llama elegantemente el presidente de la Corte Suprema de Justicia. "‘Los gobiernos hablan mucho del poder y los ciudadanos hablan mucho de sus problemas”‘, dijo ayer Lorenzetti en el siempre magnífico Alvear Palace Hotel ante 300 empresarios convocados por el Cicyp que preside Eduardo Eurnekián. "Pero, si no encaramos una agenda que nazca de los problemas concretos de la gente, no se solucionan".

Lo escuchan hombres de negocios y diplomáticos. Lorenzetti no quiso que hubiera dirigentes políticos y casi no los hay. Las excepciones son Federico Pinedo, Guillermo Francos y Eugenio Burzaco. Por allí están Héctor Méndez y José Ignacio De Mendiguren, de la Unión Industrial, aunque el Vasco es quien recibe las consultas empresarias para Sergio Massa. En las mesas se dejan ver el ruralista Luis Etchevehere; Carlos de la Vega, de la Cámara de Comercio; cerca de Adrián Werthein, Adelmo Gabbi, Marcelo Figueiras, Gustavo Weiss y Santiago Soldatti. También está esa leyenda de la medicina en la que se convirtió Facundo Manes y algunos periodistas importantes como Magdalena Ruiz Guiñazú, Daniel Hadad, Jorge Asís, Néstor Scibona, Liliana Parodi y Román Lejtman. Por los analistas está Graciela Romer y los diplomáticos top son Everton Vieyra (embajador de Brasil), la napolitana Teresa Castaldo (Italia) y el muy prudente Kevin Sullivan, de la embajada de EE.UU.

Lorenzetti sobrevuela los temas sensibles pero deja traslucir sus opiniones. Quien quiera oir que oiga. El narcotráfico y la seguridad necesitan políticas de Estado. Las reglas deben ser estables, para las empresas y para los ciudadanos. Y el ruido de las denuncias no solucionan ningún problema concreto. Algún palo para el Gobierno y algún otro para la oposición. Es el hombre del equilibrio en el país de los terremotos. Como cuando le preguntan por el número de miembros de la Corte que preside. La Presidenta los designa, el Congreso los aprueba y nosotros seguimos funcionando, se escapa.

Termina recordando a su abuelo panadero. "Era un inmigrante pobre pero con dignidad",explica Lorenzetti, y reclama acuerdos básicos para que toda la sociedad recupere aquella dignidad. Para el final, elige el optimismo: "No podemos pensar siempre en el Apocalipsis; hay que construir esperanza", es su última frase. Y se prepara para los aplausos de quienes habían ido a aplaudirlo.

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