La hipocresía política de cada día

Por Julio Blanck

Voy a todos lados donde me inviten dijo primero Daniel Scioli, explicando su presencia en la apertura oficial del Espacio Clarín, el viernes pasado en Mar del Plata junto a otros políticos -el radical Ernesto Sanz, la macrista María Eugenia Vidal- y decenas de artistas en temporada de verano. 

Abundó el gobernador cuando las críticas desde el kirchnerismo le siguieron lloviendo: “Las peleas entre los dirigentes no le mejoran la seguridad, ni la educación ni la salud a la gente”, recordó.

La respuesta fue un Scioli en estado puro, refregándole a los ultraoficialistas los agujeros negros de la década ganada de la que él mismo es parte, tanto o más que cualquiera de sus críticos de ocasión.

Scioli se desmarca cuando puede. Es un oficialista que a veces se hace el opositor. No le sale mal: tiene confundida a mucha gente, a uno y otro lado del abismo.

Juega a ser el candidato kirchnerista sin tatuarse la camiseta en la piel sino apenas poniéndosela encima porque éste es su equipo hoy pero mañana podría jugar en otro: su propio equipo y no el de Cristina. Ya se verá si tiene el talante y la fortuna para lograrlo.

Por cosas como ésta sus compañeros de ruta a desgano lo acusan de hipócrita, entre otros calificativos cariñosos. 

Algunos no se explican porqué mantiene el favor de un segmento grueso de la opinión pública mientras ellos, tan tributarios de Cristina como el gobernador, apenas mueven el amperímetro de las encuestas. Se ve que no basta con aplaudir siempre, poner la sonrisa siempre, hacer lo que se les pide siempre como ahora hacen esto de echar fuego por la boca contra la presencia de Scioli en el Espacio Clarín marplatense.

Las redes sociales hierven con la contienda. En Twitter, los super K llaman El Tibio a Scioli y le endilgan “obediencia debida a Clarín”; pero también circulan definiciones chuscas al estilo “se está con los grupos corporativos o se está con Hotesur, Austral Construcciones y The Old Found”. Es difícil la misión que se propone el ultrakirchnerismo: profesar la fe de las vírgenes mientras se revuelca con Lázaro Báez y Amado Boudou.

En la lista de los obedientes oficialistas que salieron a sacudir a Scioli por haberse atrevido a asistir a un espacio que en su afiebrado verticalismo identifican como enemigo, se anotaron ministros nacionales y provinciales, gobernadores y diputados con altos cargos. Varios de ellos son aspirantes a alcanzar la candidatura presidencial por dedo y gracia de Cristina.

Paradojas de la política: unos cuántos de estos señores, que con tanto entusiasmo hacen uso de su legítimo derecho de desgañitarse contra Scioli, suelen hablar con periodistas de Clarín, tomando eso sí las precauciones del caso para evitar eventuales reprimendas. No se revelará aquí quiénes son. Pero ellos saben.

En ese intercambio profesional, como cuadra a cualquier político, se interesan porque sus actividades y opiniones sean adecuadamente difundidas por este diario; lo cual ocurre con puntualidad como es fácil verificar por quien se tome el módico trabajo de repasar nuestras ediciones cotidianas. 

En el fondo recóndito de esa dualidad quizás esté latiendo la pulsión por quedarse en algún lugar de poder una vez que Cristina y los suyos deban irse. 

A esta conducta, que es política y personal, se le debería hallar un nombre mejor. Por ahora podríamos llamarla hipocresía.

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