Los herederos

Los herederos

Por Mariano Pinedo, Diputado de la Provincia de Buenos Aires

Cuando en el año 1945, millones de trabajadores argentinos ya sentían en el Coronel Juan Domingo Perón un autorizado a hablar en su nombre, de manera automática se produjo la reacción: Perón preso. El poder establecido creyó que debía ocultar, sacar de la escena, desprestigiar y eliminar el riesgo de que el pueblo tenga su interlocutor sobre la base de una relación personal y humana como es la de la confianza y el amor. No podía conducir el corazón, sino la lógica de su sistema; esto es, que nada salga de control. Pero no pudo ser. El pueblo se hizo oir y exigió la libertad del coronel. Y Perón salió al balcón aquella noche del 17 de octubre; no explicando, no intelectualizando ni analizando cosas raras, sino oyendo, viendo, sintiendo. Otra vez un vínculo de hermanos.

Ese “movimiento colectivo” fue interpretado como “el renacer de una conciencia de los trabajadores”. Surge en nuestra Patria, no como algo nuevo, sino renacido del fondo de su cultura criolla, india y mestiza, un articulador social que no es el dinero, ni los propietarios, ni las armas. Un sujeto que se erige, poderoso desde su dignidad de persona (por eso la alusión a la conciencia, como distingo particular y único del ser humano que se sabe situado y viviendo su historia en un lugar concreto), vertebrando una comunidad que aspira a ser armónica, justa, organizada.

Esa historia, de amores profundos como el que vinculó a Evita con su pueblo, con dolores inmensos y despedidas dolorosas, despertó a un pueblo, encontró un conductor, forjó un Estado. Esa historia, protagonizada por la familia trabajadora, consolidó una nueva Constitución. En 1949, una convención constituyente consagró, entre otros, el derecho a la preservación de la salud, al cuidado de la salud física y moral de los individuos, a un régimen de trabajo que reúna los requisitos adecuados de higiene y seguridad para que “no exceda las posibilidades normales del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación por el reposo”. Esa historia concibió y concretó el derecho de los trabajadores al bienestar, “cuya expresión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indumentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sin angustias sus necesidades y las de su familia en forma que les permita trabajar con satisfacción, descansar libres de preocupaciones y gozar mesuradamente de expansiones espirituales y materiales”.

La historia que el pueblo busca y siempre encuentra, es como el agua que corre. Nunca detiene su curso. No hay prisión, ni recorte, ni dique que la detenga. El tiempo está siempre a favor de esa, nuestra historia.

Los herederos de la prisión de Perón, de su derrocamiento, de los fusilamientos y desapariciones, de la mutilación de cadáveres venerados por el pueblo; los que creyeron que podía torcerse la historia prohibiendo utilizar su nombre, siguen creyendo que debe evitarse el poder que viene de los vínculos, de las conciencias, de las dignidades. Siguen creyendo que la razón del número es superior al latido del corazón. Los herederos del Decreto Ley 4161, hoy buscan eliminar vestigios de esa historia.

La historia de ese pueblo que, defendiendo a la familia –“natural designio del individuo, desde que en ella generan sus mas elevados sentimientos afectivos ... y la consolidación de principios espirituales y morales que constituyen la esencia de la convivencia social”-, defendiendo a la persona humana, supo crear un Ministerio de la Salud, para que podamos cuidar lo mejor que tenemos, que es nuestro pueblo. No hay déficit cuando se cuida al pueblo en su salud. El agua que corre de esa historia, en la persona de don Ramón Carrillo, plasmó los derechos de la Constitución en su acción humilde, profesional, comprometida. En sólo 8 años, se construyeron 4229 establecimientos sanitarios en todo el país, ampliando la capacidad hospitalaria a más de 130.000 camas. Disminuyó la tasa de mortalidad infantil y creció la esperanza de vida de casi 62 a más de 66 años en menos de una década. Se crearon centros de salud, para enfocar la medicina preventiva, desde las distintas miradas y problemáticas que tiene la persona, tanto en lo físico como en lo psíquico, emocional y espiritual.

Se erradicaron enfermedades crónicas y se disminuyeron otras tantas a niveles de los primeros países del mundo. Pero, sin embargo, los herederos, creyendo que le pegan a Perón -de quien aún se ocupan en los discursos presidenciales para achacar culpas por problemas que deben y no saben resolver-, creen borrar la historia eliminando el ministerio de Carrillo quien, intuyendo el ataque personal como única respuesta a su inmensa tarea, dijera alguna vez: “si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre el esfuerzo donde dejé mi vida”.

Así como la voz de la vida, de la salud, de la integridad, llegaron a oídos de Perón y de Carrillo, también llegó el grito de millones de trabajadores que encontraron sus derechos laborales y de seguridad social, su organización y también un ámbito estatal que equilibre las relaciones con el capital. Ese ministerio de Trabajo, que los herederos primero dejaron de hacer funcionar como tal y luego lo sometieron al criterio eficientista de los genios del excel.

Sepan, sin embargo, que nada ni nadie impedirá que esa conciencia, nacida y renacida desde el fondo de nuestra historia gaucha, en contacto con el olor de la tierra, el sabor de las alegrías y la fuerza del corazón, siempre encontrará el camino para seguir su curso. El tiempo, otra vez, sabrá acomodar el cauce.

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