El gradualismo potencia los errores no forzados

En la inauguración de un nuevo período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional el Presidente lanzó mínimas propuestas de política económica.

El Gobierno está obteniendo logros parciales, al cabo de poco más de un año de gestión, como se advierte en la desaceleración de la tasa de inflación en el segundo semestre de 2016, y ahora en el desempeño de la recaudación de impuestos vinculado con la actividad económica agregada en los dos primeros de 2017.

Pero aún está lejos de mostrar un curso sólido de salida de una larga recesión, más de un lustro, porque si bien algunos sectores parecen haber iniciado una saludable recuperación desde niveles muy pobres de un año atrás, como el caso de los automotores, inmobiliario, y ahora parecen haberse sumado el de motos y de maquinaria de uso agrícola y vial, hay muchos otros que se mantienen retraídos, como el de alimentos y bebidas, textiles y calzados, así como el de algunos bienes de uso intermedio, como el siderometalúrgico.

Una de las razones por las cuales aún los indicadores de confianza de los consumidores, como los de actividad industrial y de la construcción, y del consumo básico y masivo de las familias, en particular de ingresos medios a bajos, se mantiene en la senda negativa, es porque el Gobierno ha optado por políticas gradualistas para normalizar varios aspectos de la economía: como la reforma del estado para exterminar el abultado déficit fiscal, o al menos llevarlo a un rango aceptado internacionalmente de hasta 3% del PBI; la eliminación del régimen de precios regulados o administrados; y en particular cambios más osados en materia tributaria y laboral; como sí hizo con la salida del cepo cambiario; la eliminación de la mayor parte de las retenciones a las exportaciones; la resolución del largo pleito con los holdouts y el aumento de las asignaciones y subsidios familiares a los sectores de menores ingresos que estaban excluidos.

A menudo se justifica el gradualismo en las experiencias fallidas de las políticas de shock como las que caracterizaron a la salida de la hiperinflación de fines de los 80 y principios de los 90 con la Convertibilidad fija entre el peso y el dólar; como la salida traumática de la Convertibilidad con devaluación, default y pesificación asimétrica de activos y pasivos, porque después de una depresión brutal, surgió una reactivación singular, aunque en ambos casos no tuvieron suficiente profundidad, y se volvió a caer en una crisis.

Sin embargo, aún no ha habido un debate serio sobre cuánto de la reincidencia en estado de crisis fue producto de fallas de base de esos modelos, como el de la Convertibilidad fija del peso con el dólar, o de la superación de la crisis de fin del 2001, cuando exigían acciones políticas para perfeccionarlos, para adaptarlos a la nueva coyuntura local e internacional; y cuánto a giros interesados en busca de perpetuidad política, en beneficio propio, o de unos pocos.

En ambos casos, como ahora, también se incurrieron en errores no forzados de gestión, pero fueron disimulados por la magnitud de los resultados logrados, sea de baja de la inflación hasta llevarla a cero, en el primer caso, o de reactivación en los primeros cuatro años del segundo, en ese caso al punto de dejar una inercia que fue sostenida con el manipuleo de las estadísticas de inflación y de también de actividad, y peor aún de la realidad social.

De ahí que en pos del cambio se optó por el gradualismo, con la clara intención de dar pasos moderados, pero sólidos, que aseguraran el tránsito por un camino de consolidación de una salida sostenida y sustentable de baja de la inflación y reactivación de la economía. Sin embargo, los mentores de esa estrategia parece no haber advertido que esa opción tenía como principal exigencia no cometer errores forzados, porque rápidamente haría frenar el proceso y volver a empezar, con el consecuente impacto negativo sobre las expectativas de los consumidores y de los inversores, y la demora del cumplimiento de las metas de baja de la inflación y de la aparición de los aún poco visibles brotes verdes, más allá de los que ofrece la naturaleza en la Pampa Húmeda.

Algunos errores no forzados y sus efectos 

1. El intento de no cumplir con el trámite legal de las audiencias públicas para acordar la revisión de los cuadros tarifarios de luz y gas, a comienzos de 2016; porque no sólo afectó el humor social, sino porque afectó severamente las expectativas de baja de la inflación, la cual sólo con la acción del Banco Central se logró encarrilar hacia la velocidad objetivo, hacia el último tercio del año;

2. El anuncio anticipado en junio de 2016 de proponer al Congreso de sendas reformas tributarias y laboral, con efecto a partir del año siguiente, y que ayer el Presidente volvió a plantear para el corriente año, pero con aplicación en el siguiente, porque frenó la ejecución de los abultados anuncios de inversiones productivas, más de USD 60.000 millones, los cuales dejaron de publicitarse por parte del nuevo Ministerio de Hacienda, porque los empresarios, frente a esa señal, decidieron esperar a contar con los nuevos beneficios para ejecutarlas, con excepción de los vinculados con las urgencias energéticas;

3. La persistencia de precios regulados para diversos bienes y servicios públicos y privados, como sobre los cigarrillos, combustibles, medicina prepaga, abonos de TV por cable, telefonía, aranceles escolares, entre otros, que se suman a las tarifas de luz y gas, porque cuando llega el turno de la corrección, generalmente anticipado al aumento paritario de los salarios, afecta las expectativas de gasto de los hogares, y perpetúa el receso del consumo de los productos esenciales;

4. Los Precios Transparentes, porque con el sano propósito de diferenciar entre el precio de contado, que tenía incorporado el costo financiero de la venta a plazo en hasta 12 cuotas sin interés, se le quitó a la población la generalizada “ilusión monetaria” de creer que con la cuota fija en un contexto inflacionario le podía sacar ventaja a la inflación, porque sólo tomaba la decisión de compra si con su limitado presupuesto podía hacer frente a la cuota, sea de la heladera, el colchón, o de un celular. 

Ahora, con un precio claro, no mucho más barato al contado y sí más caro en la cuota mensual, decidió dejar de adquirir el bien, porque el primero continuaba siendo inaccesible, y el segundo había perdido todo atractivo.

El Presidente evitó en su paso anual por el Congreso de hacer anuncios anticipados de sus próximos pasos en materia de política económica, más allá de avalar las metas de inflación que se fijó el Banco Central de la República Argentina, y las fiscales que definió el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne.

Sin embargo, más allá de las limitaciones que impone la agenda electoral de medio término, muchos agentes económicos esperan señales concretas de aceleración de algunos pasos, bien estudiados, para no cometer errores, de modo que la reactivación que comenzaron a experimentar algunos sectores productores de bienes durables y de inversión, se extienda a toda la inversión y, sobre todo, al segmento del consumo masivo, sin que afecte la senda descendente de la inflación que ahora el consenso de los economistas presupuesta para el comienzo del segundo semestre.

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