El Gobierno afianza la relación con la Iglesia en el Conurbano bonaerense para la contención social

Las preocupaciones son siempre las mismas: el combate a las adicciones y el desempleo.

Según las encuestas que analizan en la Casa Rosada, en el Conurbano bonaerense cedió la preocupación por la inflación y subió la inseguridad como principal dolor de cabeza el último mes en la percepción social. En ese cordón clave de la provincia de Buenos Aires es en el que el Gobierno registra sus peores números, aunque su imagen tampoco es tan desastrosa: Mauricio Macri se ubica hoy en torno a los 54 puntos de aprobación, bastante por debajo de María Eugenia Vidal, cuya imagen está por las nubes.

En ese sentido, en el Gobierno trabajan desde hace meses en la contención de la situación social de la provincia de Buenos Aires, en especial en el conurbano -poblado por 13 millones de habitantes-, el área más históricamente postergada, castigada aún más con el ajuste implementado desde principio de año por la Casa Rosada. El macrismo entendió que, para esa contención, el rol de la Iglesia es fundamental por una sencilla razón: tiene una presencia, una penetración y un conocimiento territorial de los que el Estado a veces carece.

En ese sentido, el Gobierno amalgamó en el conurbano durante este año la relación con la Iglesia que había empezado a sembrar durante la campaña del año pasado. Y lo hizo, según confiaron a Infobae fuentes oficiales, a través de los once obispos de las diócesis de ese sector de la provincia de Buenos Aires. El de La Plata, Héctor Aguer; el de Avellaneda y Lanús, Rubén Frassia; el de Gregorio de la Ferrere, Gabriel Barba; el de Lomas de Zamora, Jorge Lugones; el de Merlo y Moreno, Fernando Maletti; el de Morón, Guillermo Eichhorn; el de Quilmes, Jorge Tissera; el de San Isidro, Oscar Vicente Ojea; el de San Justo, Eduardo Horacio García; el de San Martín, Guillermo Rodríguez-Melgarejo, y el de San Miguel, Sergio Fenoy.

Los encargados de alimentar esa relación son el secretario de Culto, Santiago de Estrada, y el subsecretario Alfredo Abriani, dos funcionarios de perfil bajo y excelente relación con la Iglesia. De Estrada y Abriani suelen almorzar seguido con esos obispos en privado, según aseguraron tanto desde el Gobierno como desde la Iglesia. En esas charlas, las preocupaciones son siempre las mismas: el combate a las adicciones y el desempleo. Roberto Moro, titular del Sedronar, suele ser otro de los interlocutores.

En esa línea, el trabajo de apuntalamiento del Gobierno en el conurbano en conjunto con la Iglesia se complementa con la interacción entre la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, y los curas "villeros". Stanley, una de los principales nexos de la Casa Rosada con las organizaciones sociales, tejió en los últimos meses una fluida relación con los sacerdotes que fatigan a diario los asentamientos más humildes del conurbano bonaerense. Tiene, sin embargo, un escollo a sortear: su viceministro, Gabriel Castelli, ex Cáritas, es resistido por los curas "villeros" y por las organizaciones cercanas al Papa. En especial por Juan Grabois, de estrecha vinculación con el Vaticano.

Lo de Stanley -que no solo no recortó subsidios ni planes sociales, sino que los sostuvo y hasta los amplió- también forma parte de la estrategia oficial para paliar la situación social que, de cara a fin de año, obliga aún más a reforzar la contención. "La Iglesia impone presencia, trabajamos muy bien con ellos", explican en la Casa Rosada. Es una relación de mutua conveniencia. Mucho menos conflictiva la de Macri y el Papa Francisco, cuyo vínculo transitó con algunos altibajos este año.

Además de la Iglesia católica, la evangélica también una fuerte penetración en el conurbano, con menos cantidad de seguidores pero con más peso incluso en los barrios más postergados. El Gobierno también tendió puentes con ellos. No solo desde la Casa Rosada, sino también desde los municipios.

Un intendente de Cambiemos de la tercera sección del conurbano aseguró a Infobae que mantiene un fluido diálogo con el obispo local, de quien además explica que, el año pasado, trabajó con sigilo en contra de la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, a quien el macrismo vinculó con inteligencia durante la campaña electoral con el negocio del narcotráfico. "En realidad no importa si la Iglesia te juega bien. Lo importante es que no jueguen en contra", dicen desde un municipio macrista.

En el caso de los intendentes, la interacción con los obispos es igual de fundamental que para la Casa Rosada y la gestión de Vidal. Cerca de uno de los intendentes del peronismo más dialoguista, que ganó la intendencia el año pasado, aseguraron que el obispo de la diócesis de su municipio participa de las reuniones entre la intendencia, la Justicia y los funcionarios del Ministerio de Seguridad bonaerense, que se juntan al menos cada cuarenta días para analizar el combate del delito y el narcotráfico.

Sin levantar polvareda, la relación entre el Gobierno y la Iglesia en el Conurbano bonaerense se consolidó mientras los ruidos en torno a la relación entre la Casa Rosada y el Vaticano se acrecentaron con el correr de los meses. Los cortocircuitos, sin embargo, parecieron mermar hace poco más de tres semanas, tras la reunión privada entre el Presidente y Su Santidad en el Vaticano. "Espero que se hayan terminado las especulaciones", sostuvo Macri en Roma, tras el encuentro de una hora con Francisco. "El Presidente y el Papa tienen distintos orígenes, son ideológicamente distintos. Pero trabajan por el mismo objetivo", cuenta un integrante de la comitiva que viajó a Italia. De hecho, cuando sus colaboradores le preguntaron cómo había sido la reunión con Francisco, en la embajada ante la Santa Sede y minutos antes de la conferencia de prensa, el Jefe de Estado respondió: "Me fue muy bien, pero en febrero también creí que me había ido muy bien". Eso explica el desconcierto de la Casa Rosada ante la supuesta frialdad del Vaticano después de la cumbre de febrero pasado.

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