Garrotes

Por Diego Schurman

En su afán por convertirse en presidente, Daniel Scioli transitó la última semana haciendo guiños al poder económico. De toda esa gestualidad sobresalió su paso por la Bolsa de Comercio de Rosario, acaso un mimo para el sector financiero, y su participación en el ciclo "Democracia y Desarrollo" organizado por el Grupo Clarín.

 En su afán por convertirse en presidente, Daniel Scioli transitó la última semana haciendo guiños al poder económico. 

De toda esa gestualidad sobresalió su paso por la Bolsa de Comercio de Rosario, acaso un mimo para el sector financiero, y su participación en el ciclo "Democracia y Desarrollo" organizado por el Grupo Clarín.El gobernador bonaerense se presenta como el candidato del consenso, el que construye con las diferencias, el que puede amalgamar las distintas expresiones del amplio sendero ideológico."Hoy es común reunirse y sacarse fotos. No hace falta estar de acuerdo. Hace once años que la gente sabe dónde está Daniel. Si después de 30 años no podemos estar con quien piensa diferente, estamos en problemas", dijo el presidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, para explicar el derrotero de su jefe político. Fue una respuesta a Jorge Capitanich, quien había cuestionado al mandatario con el viejo refrán de "dime con quién andas y te diré quién eres".El jefe de Gabinete de la Nación expuso la percepción existente en vastos sectores del kirchnerismo. "¿Fui muy duro con él?", ironizó en su habitual conferencia de prensa matinal luego del garrote asestado en la cabeza del gobernador.Scioli hace equilibrio. Sabe que mientras no se le arrime un competidor interno de fuste no será blanco estelar –aunque, como se ve, sí espasmódico– del fuego amigo. Por ahora, del staff de aspirantes del Frente para la Victoria, el que más se le va arrimando es Florencio Randazzo. Pero el resto aún sigue por detrás.Por eso su atención está puesta primordialmente en cómo sacarle ventaja a Sergio Massa, a quien considera su verdadero competidor y de quien recela por copiar su estilo de campaña, generoso en sonrisas y fotos con personalidades del mundo del deporte y el espectáculo.Es sabido que ambos también se retratan con el poder político nacional e internacional, haciendo propaganda de sus respectivas giras nacionales y también internacionales, sobre todo por los Estados Unidos. Lo mismo sucede en sus cumbres con el poder económico, donde concitan la atención de los presentes, tal como sucedió, por poner un ejemplo, en el último coloquio de IDEA.La línea de acción se reitera en la relación con el poder mediático. El ciclo convocado esta semana por el Grupo Clarín en el Malba expuso la buena sintonía de Scioli y Massa con dos enemigos declarados del kirchnerismo: el propio holding de medios y la Mesa de Enlace rural, que también dijo presente en el encuentro.Sin embargo, el gobernador tiene una foto extra que el ex intendente de Tigre aún no pudo lograr. Es la que lo muestra junto al Papa en el Vaticano. Scioli imagina que esa "bendición" le ayudará a sacar una luz de ventaja en una carrera que –según algunos sondeos– promete ser cabeza a cabeza.A pesar de los denodados esfuerzos, Massa fracasó en sus intentos por obtener una polaroid –que es todo un signo de los tiempos– con el primer Sumo Pontífice argentino. Se especuló mucho sobre esa imposibilidad y acaso la injerencia del diputado en las internas palaciegas de la Curia la expliquen. Mientras fue jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, el líder del Frente Renovador apareció vinculado a un movimiento para remover a Jorge Bergoglio del Arzobispado de Buenos Aires. Esa maniobra fue adjudicada a una corriente de la Iglesia que terminó siendo derrotada en la interna vaticana, y cuyos exponentes locales eran los arzobispos Héctor Aguer y José Luis Mollaghan.Las crónicas del momento mencionaron como miembro clave de la operación a Jorge O'Reilly, cara de una desarrolladora inmobiliaria y la mayor constructora de barrios privados en Tigre. El empresario es un ferviente católico que mantuvo una estrecha relación política y de negocios durante la intendencia de Massa.Del ardid habría tenido injerencia Esteban Caselli, ex embajador argentino en la Santa Sede en tiempos de Carlos Menem. Uno de sus "ahijados", Oscar Sarlinga, a cargo de la diócesis de Zárate-Campana, se mencionaba entonces como el candidato a remplazar a Bergoglio en Buenos Aires.No por nada la procesión sciolista por Europa se volvió moneda corriente y la escala en el Vaticano, una buena razón para difundir por todos los canales posibles. Días atrás los que posaron con Francisco fueron el jefe de Gabinete, Alberto Pérez, y el subsecretario de Relaciones con la Comunidad y la Comunicación, Carlos Gianella.  Ambos funcionarios llegaron con sus esposas y algo más: un video donde los habitantes de Villa Garrote invitaban al Papa a visitar ese barrio carenciado de Tigre, la patria chica de Massa. "Te mandamos un saludo. En el 2016 te esperamos con mate y cosas ricas", se la escucha decir a Marcela Cresciente, flanqueada por Edgardo Carbonel y otros vecinos.Francisco vio las imágenes en un iPad y sonrío ante semejante muestra de cariño. La devolución de aquel gesto fue grabada con una cámara de mano. "Les agradezco mucho el saludo. Les deseo lo mejor. Les mando mi bendición. Sigan adelante y no se olviden de rezar por mí. Que Dios los bendiga y bendiga a las familias de ustedes", se lo escucha decir en un video que aún no tomó estado público.Fue un dos por uno: los hombres de Scioli no sólo se trajeron una nueva muestra del afecto de Su Santidad sino también expusieron ante él, como lo vienen haciendo en la campaña, que Tigre no es la Miami ni la Disney de Argentina. Poner en el centro de escena las necesidades de Villa Garrote es la estrategia del sciolismo para hablar de un distrito donde los barrios privados conviven con una treintena de barrios carenciados.Villa Garrote, un territorio donde 3700 personas saben de carencias, es todo un símbolo de lo que no se quiere mostrar en Tigre. Está rodeada de un paredón y en su entrada, como un presagio del destino, un cartel indica que se trata de una "calle sin salida".

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