Los Fernández, mutación de socios en antagonistas

Por: Pablo Ibáñez

«Creí que éramos amigos». Semejante rapto de ternura, en boca de un hosco como Aníbal Fernández, pretendió revestir de intimidad el episodio de las escuchas denunciadas por Alberto Fernández que dinamitó el último puente del ex ministro con los Kirchner.

El otro Fernández, el de Quilmes, se confesó dolido por radio porque su ahora ex amigo, el Fernández porteño, no le avisó que se presumía «pinchado». Le reprochó que nada le dijo en sus contactos por teléfono o SMS. De saberlo, relató, hubiese ido «por el responsable».

Los dos hablaron con sobreentendidos. Alberto no blanqueó -posiblemente jamás lo haga o, incluso, lo refute- que las escuchas a sus teléfonos y las intromisiones en su e-mail personal no surgieron, técnicamente, de la Secretaría de Inteligencia.

El ex jefe de Gabinete tiene la certeza, y así lo expuso ante un puñado reducido de íntimos, de que el seguimiento telefónico e informático fue ejecutado desde la Policía Federal. Esa fuerza, se sabe, estuvo hasta hace un mes bajo el mando de Aníbal F.

Por olfato o datos, el jefe de Gabinete cruzó al ex ministro no sólo como vocero de la Casa Rosada, sino y sobre todo, por interpretar la denuncia como una embestida personal, sostenida en la teoría de que Aníbal F. «volteó» a los funcionarios albertistas.

Esa cacería -que alcanzó a Marcela Losardo en Justicia, a Nicolás Trotta en Gestión Pública y a Alejandra Taddei en Economía- tuvo como capítulo iniciático, poco registrado, la salida de Débora Cohen de la Inspección General de Justicia (IGJ).

-¿Alguien me puede explicar qué pasó? -interrogó, con ojos de intriga, Cohen, el 22 de julio, cuando le notificaron que debía desalojar su oficina.

-Te alcanzó el tsunami Alberto -escuchó, como «eject» de boca de su segundo y luego sucesor, el anibalista Marcelo Mamberti.

Desayuno

La oleada que el miércoles trituró a Losardo y a Trotta se produjo luego que Alberto F., el martes, pactó por SMS un desayuno con Julio Cobos en el departamento de Puerto Madero que le alquila a un funcionario del Gobierno, que mira a la Reserva Ecológica.

La cita se produjo el jueves y, según el relato del ex jefe de Gabinete, giró en torno a las facultades delegadas. «Te confundís si creés que esto es otra 125», le dijo en referencia a la resolución por las retenciones que Cobos abortó con su voto no positivo.

Al vice, precavido, no se le cayó ninguna afirmación. Fernández se obstinó en precisiones y riesgos de que caigan las delegadas, prometió enviarle un informe sobre los puntos más sensibles, y antes de despedirlo le reiteró la advertencia: «Algún día esto te puede afectar a vos».

Pegó en zona baja: el sueño presidencial del mendocino. El Fernández porteño desparramó, desde ese día, que con el vice sólo tiene «diferencias». Reforzó la distancia con una frase dura: «Cobos es un conservador de centro que se disfraza de progresista».

No es Cobos, sin embargo, el detonante crítico entre los Fernández. Tampoco cargos o escuchas, más allá de que en las cercanías del ex ministro se dedicaron a ejercicios de memoria sobre un oscuro incidente con los teléfonos de la ministra de Defensa, Nilda Garré.

Enemistades

En otros tiempos, los Fernández montaron una sociedad en la que Aníbal decía aportar despliegue territorial en Buenos Aires, donde Alberto nunca pudo hacer pie, y donde todavía acumula enemistades míticas, entre otros el vicegobernador, Alberto Balestrini.

Cuando ascendió a jefe de Gabinete, Aníbal desempolvó su fantasía de gobernador bonaerense. En ese ring, Alberto opera como un canciller reservado de Daniel Scioli. A lo Vandor, plantea un kirchnerismo sin Kirchner, exclusión que alcanza al quilmeño.

El menú lo repasa con gobernadores como el salteño Juan Manuel Urtubey, el sanjuanino José Luis Gioja y Jorge Capitanich del Chaco, y con caciques legislativos del PJ, desde Agustín Rossi hasta José «Pepe» Pampuro. Recuperó, incluso, el diálogo con Mario Das Neves.

Con Scioli, en tanto, habló y se vio mano a mano más de una vez. En cambio, con Kirchner no tiene contacto desde fines de junio, cuando un diálogo, días antes de la elección, terminó a los gritos: «Con lo de Faggionato, terminaste de perder la elección», le auguró.

En ese sainete, el desayuno con Cobos puede ser apenas una anécdota. Sin café ni SMS de por medio, el peronismo pergeña conspiraciones más temibles. Pragmatismo, le dicen.

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