Felisa llora, Cristina llora... y yo también

Por Carlos M. Reymundo Roberts 

Parece que, como la risa y los bostezos, el llanto es contagioso. Porque esta semana a todo el mundo se le dio por llorar. La primera fue Felisa "Monedero" Miceli, frente al tribunal que la estaba juzgando por la plata que le encontraron en el baño de su despacho. Las crónicas contaron que "lloró amargamente". Pobre Infelisa, todo por un descuido. Un flor de descuido. No es el tipo de profesional con el que la Presidenta quiere trabajar. Siempre pone como ejemplo a Lázaro Báez, que hizo construir bóvedas en un subsuelo para que dólares y euros tuviesen un asiento seguro y la temperatura adecuada. En cambio, la Miceli mostró ligereza en un espacio en el que conviene andar con pie firme.

También Cristina, en la intimidad de Olivos, se quebró. Aun acostumbrada a sobrellevar sinsabores, sobre todo por el lado de la economía, no pudo soportar el peso de dos espantosas noticias. La primera fue que en Córdoba los de Smata aceptaron una rebaja de salarios con tal de que Nissan hiciera una inversión de 600 millones de dólares. Desde que se firmó el acuerdo con el sindicato, que en los hechos es una vuelta a la odiosa flexibilización neoliberal de los 90, Cris cruzaba los dedos para que la cosa no se filtrara. Pero no hay caso: todo termina saliendo a la luz. Así, el espectacular anuncio que ella misma había hecho de pronto empezó a tomar mal olor. Temió el título de los diarios: "Los obreros, la variable de ajuste para que lleguen inversiones". Con casi ocho años como jefa de Estado ya está en condiciones de tolerar que los obreros sean la variable de ajuste. Pero no el título en los diarios.

La otra noticia que traspasó su ánimo fue que en el último año en la Argentina se vendieron menos alimentos. Para peor, el informe de la propia industria era lapidario. No sólo cayeron los productos premium: hasta arroz y fideos sufrieron una retracción. "¿Es cierto?", le preguntó a Kicillof. "Sí, pero es por esa ridícula moda de hacer dieta", replicó Kichi, un león vendiendo explicaciones inverosímiles. La señora no podía creerlo: la década ganada termina con la gente comiendo menos. Hay que hacer algo, y hay que hacerlo urgente, ordenó. ¿Apertura de comedores populares? ¿Reparto de alimentos en las zonas más vulnerables? ¿Un plan de rebajas en la canasta básica? Nada de eso. "¡Quiero que obliguen a los que dieron esa información a desmentirla ya mismo!"

Otro que lloró desconsoladamente fue Norberto "Nomecrean" Itzcovich, el director del Indec. Lloró escribiendo una columna para Ámbito Financiero en la que explicó que "no resulta fácil definir qué es la pobreza o cuándo una persona es pobre". Nomecrean agregó en su dolido artículo que el tema se debate internacionalmente desde hace años. No le falta razón. Los chicos que están muriendo de hambre en el Chaco y en otras provincias, ¿son realmente pobres o hay que pensar en una mala alimentación, en padres descuidados? El florecimiento de villas en todo el país, ¿nos habla de un fenómeno de marginalidad e indigencia o, en todo caso, estamos ante un boom de la arquitectura casual? Instituciones como el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que han registrado un extraordinario crecimiento de la pobreza en los últimos años, ¿hacen un trabajo de campo a conciencia, con profesionales independientes e instrumentos adecuados, tipo los del Indec, o se largan a inventar cifras desde la comodidad de sus oficinas en Puerto Madero? A Máximo Kirchner, que no trabaja ni estudia ni tiene planes sociales, ¿podemos considerarlo un carenciado? Estoy de acuerdo con Itzcovich y con Kichi: hay que tener cuidado cuando se habla de pobreza. A ningún pobre le gusta estar en boca de todos. Y, mucho menos, figurar en una fría estadística. Por eso, este Gobierno les va a tributar a los pobres el homenaje que se merecen. Los va a ignorar.

Finalmente, confieso que también yo prorrumpí en llanto esta semana. Primero, al enterarme de que le estamos dejando al próximo presidente, según se supo por una nota de Jorge Oviedo en LA NACION, una deuda para el año próximo de 25.000 millones de dólares. El problema no es la deuda. Cristina la defaultea, o la dibuja, o le da a la maquinita, o se fuma las reservas y enseguida, muy tranqui, nos explica en una cadena que el desendeudamiento sigue adelante. El problema son esos vencimientos en manos de tipos como Macri, Massa o Scioli. A esos irresponsables capaz que se les ocurre pagar.

Después lloré, pero de emoción, al asistir el martes a la ceremonia en la que Gabriel "Cuidadoconscioli" Mariotto premió con medallas de oro a la madre y a la hermana de Cristina por "la condición gigante de haber formado a la Presidenta". También lloré de arrepentimiento: llegué a pensar que Cuidadoconscioli ya no tenía funciones. Durante el acto comprobé que, con un perfil más bajo, está abocado a los temas importantes, a satisfacer las demandas más urgentes. Y, por qué no decirlo, lloré de bronca. ¡Qué poca cobertura le dieron los medios a la premiación de doña Ofelia y Giselle! Mucho espacio a estigmatizar a los pobres y apenas unas líneas para las hacedoras de Cristina.

Por suerte, la semana terminó con la noticia de que el Papa recibirá nuevamente a la señora. Se ve que la extraña. Me imagino el reencuentro: cada vez que la ve, llora..

 

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