Felipe Anello, un librero que es testigo de la historia puntana

Felipe Anello, un librero que es testigo de la historia puntana

El dueño del legendario comercio de Belgrano y Colón, fue maestro y trabajó en la quinta familiar.

Se apoya en un elegante bastón, camina por el negocio y conversa con los clientes. Ya no se ocupa de vender, pero sí de regalarle una sonrisa a todos los que llegan en busca de la novedad literaria o reclamando un manual que nunca llega. Felipe Anello, el legendario librero de la ciudad, se ríe cómplice y cuenta: “Me jubilé en 1990 y aproveché para dejarle a mis hijos los dos negocios: la librería a Pablo Javier y la papelería a María Lucía. El trabajo mío ahora es hacer nada y encima lo hago sentado”.

A sus 89 años, el  viejo maestro de escuela, tiene mucho para darle a su comunidad y comienza la charla con la explicación del cartel que aún se lee en la vidriera: Librería Anello 1917. “El primer comercio fue de mis padres, Felipe y Ana Bardaro, que empezó a funcionar ese año en la esquina de Rivadavia y Balcarce como La Despensa de Cuyo. Después se mudaron a un local en Rivadavia entre Belgrano y Pringles, más tarde a Colón y Pedernera. Y a esta esquina de Colón y Belgrano llegaron en 1923”.

Fue el menor de 4 hermanos y nació en esa esquina el 19 de mayo en 1925: “Día glorioso para la Patria”, dice y se ríe a carcajadas. José Felipe, Ángela María, Ana Ángela Antonia y él vivieron sus mejores años en esa casa, donde actualmente él vive con su esposa, Noelia del Tránsito Véliz (se casaron el 7 de febrero de 1953) en la planta alta.

Empezó a trabajar en la quinta que tenían sobre la calle San Juan y después le ayudaba a su madre a vender la fruta y la verdura que cosechaban. “Ahí aprendí a plantar, cosechar y encajonar. A mí me encantaba todo eso y en esa época la mandábamos a Buenos Aires en el tren frutero”. Pero en 1946 tuvieron que dejar la actividad porque según recordó “no nos dieron más agua para riego. Los quinteros más viejos decían que se había tomado esa decisión porque teníamos que comprarle todo a Mendoza”. Anello se lamenta y dice: “Había unas hermosas quintas de unas veinte familias que en los veranos mandaban toda su producción en cajones al Mercado de Abasto de Buenos Aires. Todo eso se perdió”.

A la par del trabajo, estudió y se recibió de maestro en 1942 con otra personalidad de San Luis: “Fuimos compañeros de promoción con el profesor Hugo Fourcade”, dice orgulloso. Su carrera de librero empezó en 1946 cuando trajo los primeros ejemplares de la Acción Católica y los vendía en uno de los locales de la casona donde hoy funciona el Concejo Deliberante (Colón 561). En 1952, cuando falleció su madre, el almacén se transformó en papelería y librería como es ahora. “En esa época aparecieron los precios máximos que el Gobierno nos obligaba a cumplir pero de una manera particular. Porque a cambio de mantener el precio nos decían que adulteráramos la balanza para que las cosas pesaran 50 o 100 gramos menos y así hacer una diferencia. Pero yo dije que eso no lo iba a hacer, dejé el almacén y me dediqué a la papelería”.

Después de los libros religiosos llegaron los escolares y más tarde las novedades poblaron sus estanterías: “Pasaba el tiempo y se vendía cada vez más, el negocio prosperó y me dediqué sólo a ellos. Otros del rubro, como Mitchell o Celorrio, cerraron y durante mucho tiempo estuve solo. Y aunque la situación económica siempre fue muy difícil, me pude mantener”.

Confiesa que le gusta leer novelas, libros de historia y de política y dice que los clientes que proyectaron su negocio fueron los universitarios: “Cuando empecé a traer los libros de la universidad, los profesores que venían a comprar me daban buenos consejos de cómo debía tratar a la gente y así me formaron como vendedor. Yo les agradezco muchísimo ese gesto que tuvieron porque me enseñaron mucho”. Cuando se lo consulta sobre los libros que más vendió, se refriega los ojos y con una mueca de fastidio se sincera: “Lamentablemente se me han borrado esos recuerdos, pero puedo decirte que vendimos muchas más novelas que manuales escolares”.

Ahora otro Anello continúa: su hijo Pablo, quien de chico lo acompañaba detrás del mostrador y en los últimos años es la referencia de los que necesitan comprar un libro. “Por supuesto que le he dado muchos consejos porque para ser buen librero hay que conocer de muchas actividades. A mí me ayudó mucho ser maestro y leer”.

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