Federico Luppi: “Soy incapaz de entender por qué la gente elige a los verdugos”

Federico Luppi: “Soy incapaz de entender por qué la gente elige a los verdugos”

Federico Luppi es uno de los actores argentinos más importantes de los últimos 50 años. Su carrera está atravesada por diferentes marcas.

Por Daniel Cholakian – NodalCultura

Federico Luppi es uno de los actores argentinos más importantes de los últimos 50 años. Su carrera está atravesada por diferentes marcas. Parte de lo más importante que se ha hecho en la televisión argentina al menos hasta los años ’90, integró el mítico Clan Stivel y su programa “Cosa juzgada”. En el cine fue protagonista de hitos fundamentales como “El romance del Aniceto y la Francisca”, “La Patagonia Rebelde” y lo mejor del cine de Adolfo Aristarain, como “Tiempo de revancha”, “Últimos días de la víctima” y “Un lugar en el mundo”. A pesar de ser un típico actor dramático, pudo con la comedia con personajes secundarios inolvidables, como el Sr. Baiocco de “Juan que reía”. El cine popular y masivo lo tuvo casi siempre presente, tanto como el cine del gran Eduardo Mignogna, al que recuerda con mucho afecto y reconocimiento.

Su presencia en el cine estuvo muy vinculada al debate político, y él mismo asume su condición de hombre politizado. La charla toma permanentemente el sentido de lo político, pues su visión de la situación nacional y global es de profunda preocupación. Constantemente afirma que le cuesta entender el presente “Más allá del temor o el terror que te produce, siento que soy incapaz de entender porque la gente elige a los verdugos. Este país ha elegido, acordate, a Bussi como gobernador y a Menem como presidente 2 veces. Creo que hay que estar en un estado de obnubilación realmente notable. Yo me pregunto, en una zona casi religiosa, qué suponen que pueden brindar estos individuos que mienten, roban, especulan, venden, traicionan. ¿Cuál es el costado brillante de estos sujetos, que tipo de especulación se hace para elegirlos? Qué se puede ver en este individuo (Mauricio Macri, el presidente argentino). No habla, no piensa, no tiene conceptos más o menos elaborados, sus categorías humanas son francamente lamentables y se rodea de gente agresiva y despreciadora. Es extraño. Yo hace muchos años, como seguramente mucha otra gente, entendía efectos, causas, concatenaciones entre un hecho y la política se me hacía más o menos entendible. El hecho es que hoy no la entiendo. Hay tipos hoy en América Latina que parece que salen fuera de la línea de montaje de lo humano.  Que pena, che, que pena” afirma con un tono dolido y doliente.

Luppi está protagonizando en Buenos Aires por estos días la obra de teatro “Las últimas lunas”, acompañado y dirigido por Susana Hornos, su compañera de vida. La pieza, de Furio Bordon, da cuenta de dos momentos en la vida de un hombre viejo y su hijo. El primer acto es la tarde en la cual el personaje va a dejar la casa del hijo para internarse en un geriátrico, y el segundo un monólogo sobre las relaciones humanas y la soledad. Luppi se mantiene como el centro de la escena durante la hora y media que dura la obra, y lo hace navegando entre la presencia potente del hombre que parece decidir todo y la introspección del “viejito”, como él mismo lo califica.

Respecto del personaje que interpreta Luppi en “Las últimas lunas”, Hornos afirma “el personaje siente que ya está. Que llegó a viejo, que ya no tiene que ganar premios, que ya puede hacer lo que se le cante, y que no le importa que los demás sigan hablando, que él dirá lo que tenga que decir”. De algún modo, la obra propone también un sentido lúcido sobre la vejez en cuanto su relación con la utopía. El autor sugiere que el viejo ya no va a pensar el futuro según su conveniencia, sino que su idea del deber ser y del deber hacer para los tiempos siguientes, van a ser del orden de lo utópico, de aquello que no será realizable.

NodalCultura dialogó con Federico Luppi y Susana Hornos en su casa del barrio porteño de Caballito a propósito de política, teatro, el arte y la vejez.

Usted afirmaba que no le es posible entender el presente político del mundo. Probablemente sea una sensación más común de lo que parece.

Federico Luppi: Es verdad, pero tampoco voy a descubrir el engrudo. Cómo puede esta gente pertenecer a una comunidad y burlarse tan espantosa y ampliamente de la responsabilidad. Es tan grave el nivel de impunidad. ¿Hablás de producción, de ahorro, de trabajo conjunto y tenés 20 palos afanados en un banco extranjero? ¿No te pasa nada adentro?

Porque está bien, llega un momento que uno puede intentar hacer algún tipo de especulación filosófica – política, pero con estos gobernantes no sirven. Un ministro de economía de un país, que se supone que debe manejar las herramientas más eficaces, o al menos las más recomendables, como Prat Gay, hablando de la “grasa militante”. ¿A qué mundo perteneces para despreciar así a la gente que labura? Es un tipo que le pide perdón al ladrón porque le robó poco. ¿Qué hay adentro de esa cabeza? Y peor ¿qué hay dentro de nuestra cabeza? Es pavoroso. En términos de especulación racional, este debe ser uno de los momentos más torpes de mi vida.

Esto además es un fenómeno mundial, no solo local o regional.

FL: Justamente, ahí está la gravedad, porque una cosa es que hay un barrio que está lleno de 460 hijos de puta, que obviamente es un número atemorizante. ¿Pero un continente?

Cree que en “Las últimas lunas” y hay una reflexión en torno a las políticas de vejez.

FL: Si, porque no hace más que remachar en el hecho de que la política es organizar la vida en una ciudad, como decían los griegos. No hay elemento cotidiano, ninguno por más aparentemente superficial que sea, que no corresponde al orden del llamado asunto político. El pan está caro, las minas son putas, los banqueros son ladrones, todos son conceptos políticos. Nos guste o no, no es una cuestión de elección de orden estético.

Me llama la atención ahora, y lo digo con cierta vergüenza porque debería estar más avispado para eso, que el tipo que ayer daba la vida por Cristina, hoy está trabajando codo a codo con este gobierno. Y hablo del tipo que trabajaba justamente en el ANSES (Administración Nacional de la Seguridad Social en Argentina), Diego Bossio (NR: diputado nacional que dirigió el Anses durante la gestión anterior y se separó del bloque original y suele acordar políticas con el gobierno actual)

Susana Hornos: No es casual que el ejemplo que da Federico, ya que corresponde al espacio del que depende la gente mayor, la más vulnerable. Hace poco decíamos que se hacían cosas para que el ANSES funcione y ahora la persona que era la cara de esa institución, lugar del que tanto depende la tercera edad, de pronto gira de un día para el otro. Entonces rápidamente aparecen todas las dudas ¿en manos de quién estamos? La tercera edad es uno de los lugares más vulnerables. Es la edad en que dependes absolutamente en todo. Económicamente, físicamente, medicamente. Necesitas cordones umbilicales con tu familia, con los abogados, con los médicos. Una de esas vías debe ser justamente el ANSES. Y ahora te preguntas, si tan rápidamente han sabido darse la vuelta ¿esto cuánto va a durar? A mí me llena de dudas, si una persona a nivel particular es capaz de algo así, que no será capaz con esa institución.

En la obra el personaje afirma que los viejos son los únicos que tienen utopías, porque los jóvenes piensan en que tienen tiempo para realizar las cosas. ¿Será momento de volver a pensar en términos utópicos?

FL: Es posible. A mí me gusta mucho el futbol, desde la ignorancia, por supuesto. Un juego cuyas reglas se hicieron para divertir y crear condiciones de competencia “leal”, con todo lo que eso implica. Hay sujetos como Messi, o cuando yo era chico, Walter Gómez o Pedernera o Boyé, que lograban que apareciera la cercanía de una realidad que se podía acariciar y coquetear con ella. Porque existía de verdad. La gambeta no era mentira, el gol no era mentira, el físico no era mentira, la inteligencia y la imaginación no eran mentira. Aunque fuera un tipo en un potrero, en unos minutos llegaba a generar una condición lúdica, de juego puro, y eso era irrepetible. Eso hace que la gente salga de la cancha de futbol, o de dónde fuere, con la idea de que el juego tiene capacidad transformadora. Más que el teatro. Porque el teatro curiosamente, por razones de estructura pensante del ser humano, necesita inequívocamente codearse con la muerte. Esa muerte que santifica. El juego tiene la repentización, la no regla -en el sentido de lo imprevisto como decía Panzeri-. Eso sorpresivo y absolutamente novedoso y fáctico, porque apareció, eso muy poca gente es capaz de hacerlo.

¿En el teatro el juego desaparece?

FL: No, no es que desaparezca, pero en el teatro el juego te plantea la obligación, casi el sagrado cumplimiento de una ley que tiene que ver con la verdad. Y yo no sé, no lo sé, si el juego es verdad. Yo no sé. ¿Por qué hace 7 u 8 mil años un montón de pelotudos que estaban trabajando en una ciudad, para crear una comunidad inventan el teatro? Hay una cosa del juego del teatro que te supera inclusive en la ambición de definirlo.

A mí el sistema me derrotó hace muchos años. Como todo el mundo la peleo, me limpio las camisas, la zurzo,  pero estoy derrotado. Para quien como yo está derrotado, el hecho de que algo de la condición homo faber del hombre me salga genial, no es porque tenga un talento espectacular. Siempre recuerdo aquella frase de Picasso que era bastante piola, “yo no busco, encuentro”. Ese individuo que cree que tiene el talento del mundo –a lo mejor lo tiene, yo no lo sé- no sirve si no está buscando algo. Además la cuestión es si lo encuentra. En realidad, el ser humano cuando tiene posibilidad concreta de crear algo, me parece a mí que lo hace pese a sí mismo.

¿No hay algo del orden del trabajo en la búsqueda de eso que se encuentra?

FL: Sería un poco torpe de mi parte decir que no, pero de verdad el trabajo profundo, agudo y bien dirigido ¿es garantía de éxito? Yo no lo sé… A mí me ha pasado haber conseguido cosas, en un ensayo o en el cine, que en la puta vida pensé que las conseguiría.

SH: Igual en ese sentido, Federico siempre afirma que él no hace la película, sino la hace el director. Y tiene anécdotas que ha contado de Aristarain o de Favio, que justamente reflejan  que no es que de pronto surgió, es que a su manera y conociéndolo, ensayando, lo han llevado a ese lugar. Más allá de la historia que están contando. Siempre cuenta que en el rodaje de Martín H. de Aristarain, una escena que en los ensayos había salido perfecta, pero durante el rodaje estuvieron un día trabajando y no salía…

FL: Una escena preciosa, preciosa. Yo la tenía masticada… Fui a filmar y me salió como el culo. Como el culo! No pude dormir. Y al día siguiente fui y me salió genial, sinceramente.  A la noche, en la cena, Aristarain me dijo “Yo sabía que te iba a pasar eso. Eran tantas las cosas que querías poner, que te salió mal. Y cuando te aflojaste, y dijiste que sea una mierda. Salió aquello que tenías adentro”. Él tenía anotado en el plan de rodaje que eso iba a pasar.

Recordá la anécdota del día que los nazis entraron por la fuerza al estudio de Picasso. De pronto el alemán ve una cantidad de cartones, que eran los bocetos del Guernica. El alemán le preguntó en ese momento, “¿Eso lo hizo usted?” y Picasso, sin mirarlo, le contestó “No, lo hicieron ustedes”. A veces esta conjunción de política, conceptos y filosofía hace que el mal también ayude a construir arte, para lo cual hay que tener la capacidad de encontrar lo que está ahí.

¿Qué intento decir con todo esto? No es cuestión de ser capaz solamente, sino de conectarse con eso que uno cree que debe hacer por el otro. Cuando ocurre eso, algo pasa. Algo que no sabemos. Cuando algo se consigue en el mundo de la creatividad estética, el botón que se aprieta no se sabe cuál es.

En un arte como la actuación, que tiene una relación directa y contemporánea con el público ¿el actor siente que algo se puede transformar cuando alcanza esos momentos de potencia creativa?

SH: Yo soy mucho más optimista que Federico en cuanto a lo que transformación que el teatro puede operar. No creo que cambie a la gente, ni mucho menos. Pero como a mí me ha pasado como público, creo que en el teatro muchas veces hay palabras, situaciones, lugares a donde uno va a partir de los que tu notas que algo está pasando en el espectador. Que el teatro que genere comunicación en el público es un hecho transformador. No hace falta que a partir de una obra crean en el Bien con mayúsculas. Hoy estamos con la televisión y los dispositivos, y también en el arte, volcados hacia la introspección, en el sentido de que no estás con el de al lado. Y el teatro sigue generando que el público se conecte. Durante los aplausos la gente está sentada y desde el escenario se percibe como la gente se mira entre sí, cómo establece comunicación a partir de aquello que les pasó durante la función.  Algo les ha pasado. Esto en general ocurre cuando uno ha sido honesto en lo que contó, aquella verdad de la que hablaba Federico.

FL: ¿Cómo le decís a un tipo que haga un gol como el de Maradona a los ingleses? Eso es repentización, eso es lo que no se puede hacer ni con un director, ni planificadamente. La planificación y el trabajo tienen un límite. Yo me sentiría más tranquilo, casi cristianamente más tranquilo, si por ejemplo los hijos de puta tuvieran conciencia de este límite. Si Hebe de Bonafini le dice a Macri “pará la mano”, le dice algo que dice una mamá. Pero los hijos de puta no tienen la menor posibilidad de entender esto.

¿Cuánto hay de esa vejez que aparece en Las últimas lunas y su idea de la utopía, y en las Madres y las Abuelas, como depositarios de aquella de capacidad de lucha que el resto de la sociedad no está teniendo?

SH: Pasa con su personaje que explica “puedo decir la verdad por muy fea que sea”. Tengo una abuela que murió con 96 años y decía que se había ganado el derecho a decir la verdad dónde sea y con quien sea. En el caso de las Madres y las Abuelas, creo que ellas lo hicieron siempre.

¿Cómo vive en este momento de su vida la experiencia tener que mantenerse en el escenario durante una hora y media y sostener prácticamente toda la tensión de la obra sobre sus hombros?

FL: Lo que pasa es que la obra está muy bien escrita y ha conseguido una fluidez literaria y dramática piola, y se puede llevar fácilmente. Me parece que lo que pasa con la pieza, sin definirla ni encasillarla, es que hay algo que interesa a la gente. Si uno pudiese cada día comunicar la soledad, creo que sería otro el mundo.

SH: Esto que dice Federico es central. Es algo que nos planteamos con él y Ramiro Vayo, el coprotagonista de “Las últimas lunas”, con quienes hablábamos sobre la obra y la vejez constantemente. Un día les dije “Está bien, la vejez está, pero en realidad estamos hablando de la incomunicación de este padre y este hijo”. Se la pasan hablando y no hablan. Incluso a través de la broma lo intentan, pero no hay caso. Y obviamente también habla de la soledad. Trabajamos durante semanas para poner el foco en la incomunicación y no la vejez. Incluso yo en los ensayos no estaba en la escena, pues mi personaje no modifica en nada la obra. Trabajamos las escenas con ellos de corrido, porque lo importante de esta obra son ese padre y ese hijo que tratan de hablar y hablar y no llegan a nada. Allí fue cuando empezaron a sentirse relajados, sobre todo Federico, que tiene todo el peso, especialmente en el segundo acto que carga la soledad, que es muy tremenda. Hay en el teatro muchos monólogos en los que el actor tiene interacción con el público, pero acá como hablamos de la soledad, el diálogo se establece con una planta. En esta segunda parte, trabajamos sobre la idea de la soledad, pero especialmente de la vitalidad. Porque al regar la plantita, mirar si tiene agua, no estamos hablando de un viejo que se deja ir y ya. Estamos hablando de alguien que quiere ver crecer una planta y allí hay una utopía. Porque no importa si él va a estar o no el año que viene cuando florezcan las flores, pero apuesta a ese crecimiento.

En este segundo acto Federico aparece muy reconcentrado, como desapegado a la figura imponente que siempre tuvo en la escena a través de su voz y su figura.

FL: Es que hay que asumir lo más difícil de la propia vida, que es ser viejito. Lo importante no es la vida vivida, sino como te morís. A ver cómo te morís, si te morís como un perro, un pelotudo, un mentiroso, un charlatán, un vendepatria o morís con un cierto sentido de la pertenencia al género. Creo que sigue siendo la cuestión.

El ser viejito suena como peyorativo en algún sentido, pero este es un viejo que asume su condición y la transita

FL: Es cierto, pero fijate que la relación del ser humano con la finitud, o con lo que no se consiguió o no va a aparecer, es el momento más jodido y más áspero del ser humano. Consiste en decir “hasta acá llegué”. Que no hay que hacer tanto monumento y tanta historia y tanta poesía y tanta bandera. Es como el final de la obra de Gorostiza del viejo filólogo español que había se había especializado toda su vida en la especialización en la obra y la vida de Cervantes y había tenido premios, academia, universidades y todo el reconocimiento que se te ocurra. Y muriéndose, le dice a los hijos que debe confesarles algo que no le resulta fácil, pero debe hacerlo para morir con cierta paz. Y les dice que su vida ha sido feliz con El Quijote, que la ha pasado muy bien, pero en ese momento les puede asegurar que El Quijote le hincha profundamente las pelotas. Si eso fuese cierto, es un acto de generosidad incomparable. Porque es admitir que durante muchísimos años vendiste mercadería averiada. No por mala, sino porque le diste un valor excesivo. Nos pasa muy a menudo todo esto. Encontrar ese punto de unión con el otro, en aquello que somos más o menos parecidos, es algo que resulta muy difícil.

Esto de todos modos no tiene más importancia que para ejemplificar, si se puede, que estamos en un momento de la vida y del mundo donde nos hemos notoriamente empobrecido. Yo siento que no tengo facilidades para encarar temas importantes de la vida cotidiana, sabiendo que ahí adelante tengo cuatro hijos de puta. Hemos perdido mucho, no sólo porque perdimos a Fellini, Scola, Visconti, Francesco Rosi o De Sica. Me parece que se perdió una veta de sensibilidad para reconocernos. Hay una tendencia a ser negativo respecto de la inteligencia de lo creativo. Yo me crié en un mundo de héroes, y si lo miro por el lado de mis ancestros italianos, yo vivía en medio de un festival de personajes, situaciones, historias, sensibilidades y lágrimas que después no encontré. Gassman, Manfredi, Mastroianni, Totó, Sordi, un montón de actores y actrices que ya no están. Creo que no hay ya quienes vienen a representar esa sensibilidad popular

En los últimos tiempos me he convertido en una suerte de protestón más o menos institucional. Porque me pregunto siempre dónde metí la pata, qué errores cometí y exagerando un poco la romántica, dónde metí la pata que no pude ser feliz. Fabulo con el término. Cómo hacemos nosotros en la vida cotidiana para tener la mujer, los hijos, el laburo, intentando no meter el perro y tratar de ser mínimamente feliz. ¿Cómo hacemos? Ahí me doy cuenta que tengo muchas puertas cerradas, porque me cuesta abrir una puerta detrás de la que sé que seguramente hay un hijo de puta. Es muy difícil combinar con ellos y hacer un esfuerzo para que todos seamos una tribu más o menos alegre. A mí eso reconozco que me da un poco de pena. Entonces lo que hago es un largo y cotidiano ejercicio para la bronca.

¿Se puede hacer arte a partir de esto?

FL: No. Apenas se puede manejar un poco el dato de la realidad, en función de no creerte el rey cuando sos un mendigo.

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