Las estrellas son nuestras, pero las alegrías son ajenas

Las estrellas son nuestras, pero las alegrías son ajenas

Multicampeones en sus clubes, a este grupo de futbolistas de la Selección argentina la gloria le sigue siendo esquiva. Chile fue el campeón y nuestro sueño se hizo trizas. Otra ilusión que se esfuma. El tren volvió a pasar...

Otra final que se escurre entre los dedos. Un sueño renovado que coquetea con la felicidad y termina entregándose a una frustración. Hace casi un año, fue el gol del alemán Goetze, a los 112 de juego. Esta vez, fue en los penales: Higuaín lo tiró por arriba del travesaño y el remate anunciado de Banega terminó en las manos de Bravo. Suficiente como para que otra vez, por una cosa o la otra, se produzca un regreso a casa con las manos vacías. Porque parece que este grupo, por lo menos es lo que trasciende hasta aquí, no está predestinado al grito sagrado de ser campeones.

La desilusión se instaló en los rostros, en los gestos y hasta en las lágrimas de un grupo de futbolistas que está acostumbrado a sentarse a la mesa del éxito en sus clubes. Pero con la Selección, siempre hay un último obstáculo que les juega en contra, por debilidades propias o agentes externos, y por algo la Selección Argentina acumula 22 años sin títulos oficiales y esa mochila se va haciendo cada vez más pesada, cuando llegan los momentos de definiciones.

En esta Copa América Argentina fue de menor a mayor. Tuvo sus mejores rendimientos en los duelos mano a mano con Colombia y Paraguay, en los últimos pasos de su camino a la final. Pero ayer en el partido de la gloria con Chile no hubo sociedades ni convicción para salir a quemar las naves. Se miró de reojo lo que hacía el rival, el primero que se le animaba a intentar mojarle la oreja, lo que le restó fluidez al juego y falta de compañía para los hombres de ataque.

Para esta generación de jugadores argentinos la Copa América podía ser una revancha. Casi un desahogo, o la ambición dejar atrás más de dos décadas de frustraciones. Y sin terminar de rodillas, ni clavándose puñales por lo que debieron y no pudieron hacer, chocaron de frente nuevamente contra otro resultado negativo, y recién cuando cicatricen las heridas que les quedó por haber estado a doce pasos de la gloria, podrán pensar en una nueva oportunidad en la Copa del Centenario, el año próximo, en Estados Unidos. Ahora, el dolor está en primer plano. Para los jugadores y para los hinchas.

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