"Esto se convirtió en el Far West"

"Esto se convirtió en el Far West"
"Esto se convirtió en el Far West". Lo dijo anoche Santiago Del Moro en "Intratables" (América). Se refería a las peleas de todos contra todos, que en esta temporada veraniega parecen ser el plato preferido por las figuras del espectáculo a la hora de aparecer en los medios.

Cuando Santiago dijo lo del Far West, yo acababa de ver "Viviendo con las estrellas", en el mismo canal. Creo que ese programa es el reflejo más fiel y menos hipócrita del interés que las riñas despiertan en la actualidad, así en los medios como en el público. De hecho, en el ciclo que conduce Polino, puestos a juzgar el desempeño de un grupo de aspirantes a noteros, panelistas o conductores, lo que más valoran es la habilidad del participante para sacarles a unos famosos declaraciones en contra de otros famosos. Vale decir, lo que hoy cotiza en alza.

Del Moro fue más lejos y planteó una cuestión interesante. ¿Qué nos anda pasando que las agresiones cruzadas han dejado de ser patrimonio exclusivo de los provocadores a los que acostumbramos a llamar "mediáticos" para abarcar también a figuras consagradas, a gentes con carreras prestigiosas, construidas durante años con talento y trabajo? "Uno imagina fácilmente a los mediáticos peleando —señaló Del Moro—. Pero cuando pelea gente grosa como María Valenzuela, por ejemplo, yo ya no entiendo nada".

Luego, pasaron un fragmento de la reciente visita de Valenzuela a "Intrusos" (América), donde la actriz habló a calzón quitado de Ricardo Darín, quien supo ser su amigo tiempo atrás, y Soledad Silveyra, su ex compañera de elenco en la obra "Humores que matan". Del actor afirmó: "Dice que es mi amigo, pero no tiene ni mi número de teléfono". Tras enumerar la serie de altercados que mantuvo con Solita cuando compartían el escenario, remató: "Fue una guerra feroz, una pelea... No llegamos a las trompadas no sé por qué". De regreso al piso del estudio, el periodista Rafael Juli preguntó: "¿Por qué sale a decir todo esto ahora? ¿Para qué lo hace?".

Le respondió Luis Ventura desde un móvil: "Lo hace por promoción. Como ahora tiene una obra en cartel, da notas. María Valenzuela siempre sintió lo mismo. Pero ahora da entrevistas, y allí aparecen las pasiones terrenales". Le plantearon entonces a Ventura exactamente lo que se plantea cualquier persona con sentido común: ¿Por qué habría de jugar a favor de la venta de entradas para un espectáculo que sus protagonistas se presten al boxeo verbal en la TV? Para Ventura, la relación entre una cosa y la otra no es directa. A su modo de ver, el menú es de tres pasos: la pelea en la pantalla es vista por millones de espectadores y luego, replicada en numerosos medios. "La gente lee en un diario que Fulano se peleó con Mengano y, en el mismo texto, se entera de que Fulano está trabajando en tal o cual espectáculo".

Entiendo la secuencia que describe Ventura, pero no llego a comprender cómo razonan los espectadores a la hora de decidir en qué gastar los pesos que destinan al ocio. ¿Dirán: 'Mirá, acá trabaja el que casi se va a las piñas en la tele, vayamos a ver esto?". Ésa es la parte de esta historia donde me quedo a la deriva: ¿De dónde viene el interés del público por seguir con tamaño fervor las mil y una peleas de la temporada?

Algo de eso le preguntó Del Moro a la psiquiatra que integraba el panel: "¿Tan mierdas somos que nos gusta ver personas peleando e insultándose?", le dijo. La respuesta, una lástima, apenas comenzada fue interrumpida por algún otro asunto. Les digo que lo lamenté, porque sospecho que a esta altura, la fascinación colectiva por las riñas de los famosos es un fenómeno cuyos motivos requiere de un saber que excede al periodismo. Tal vez sean los sociólogos o los psicólogos los más capacitados para hallar las razones de esa atracción malsana.

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