Dos estilos muy distintos marcaron esta década

Dos estilos muy distintos marcaron esta década
Néstor Kirchner hace 10 años llegó a la Casa Rosada como un torbellino. Su corte en la frente alteró a los funcionarios de planta que temieron por las consecuencias de no haberlo protegido. Su desembarco fue a tropezones, como era su andar. Descontracturado, odiaba el protocolo y lo hacía saber, cuando podía evitaba toda la pompa y ceremonia en los actos.
Disfrutaba los actos en el interior del país. No importaba si eran en viejos galpones o plazas de barrio. Le gustaba saludar a la gente que, en ese entonces, se movilizaba espontáneamente. Los actos no eran multitudinarios, del mismo modo en que los miembros de su gabinete, gobernadores o intendentes, no abundaban en los elogios hacia Néstor Kirchner.

Al principio el periodismo no era un enemigo, sino "un bicho raro" al que había que ir desentrañando. Era habitual que los periodistas acompañáramos al ex presidente en sus excursiones, tanto en el país como en el exterior, como asimismo mantener charlas con los ministros en las esperas en aeropuertos o una vez finalizado el motivo del viaje.

Néstor, en la primera etapa, iba conociendo cómo funcionaba un país tan complicado como la Argentina, del mismo modo en que los habitantes de la Rosada iban desentrañando al mandatario que venía de tan lejos.

Rápidamente la gente de Protocolo y Ceremonial descubrió que Kirchner se aburría con las largas ceremonias formales, detestaba la pompa y la ceremonia y era habitual verlo cuchichear con algún miembro de su gabinete o poniendo cara de "cuándo termina esto".

Con un humor ácido, pero humor al fin, solía hacer chanzas a sus colaboradores más cercanos e incluso a los periodistas que cubríamos sus giras. Eran tiempos en que las primicias siempre recaían sobre los principales medios gráficos y un portal que recién comenzaba.

Eran tiempos, también, en que el enemigo era el "infierno" del cual veníamos, es decir, se recordaban siempre las imágenes difíciles y terribles del 2001 y de los últimos años de la convertibilidad.

A pesar de que cuando Kirchner asumió el país ya crecía a una tasa del 8 %, el desempleo comenzaba a bajar, cerrando ese año con una tasas del 17,3% y dejando atrás el 25% del 2001, y la inflación casi no existía ya que a fin de ese año registró una tasa del 2 % anual.

La Casa Rosada mostraba el deterioro como reflejo edilicio de lo que pasó en la Argentina, pero no fue Néstor quien se ocupó de restaurarla sino, en ese entonces, la primera dama o mejor dicho la legisladora, Cristina Fernández de Kirchner. Todos reconocen el titánico trabajo que llevo a cabo no solo rescatando su historia arquitectónica sino también dotándola del confort moderno.

Amante de la pintura se propuso rescatar el mural de Siqueiros que hoy se exhibe en el Museo del Bicentenario, de hecho el Museo no tiene nada que envidiarle a las principales salas del mundo.

Fue Cristina quién abrió las puertas de la Rosada para que los argentinos visiten como suele decir "la casa de todos". Sin embargo, para no alimentar los rumores sobre que "ella era la que iba a mandar" cuando asumió Néstor, casi no se la veía en la sede presidencial.

Es que Cristina era mucho más conocida que Néstor por su rol como legisladora y sus famosos enfrentamientos en el Parlamento. Transmitía una fuerte personalidad y se pensó que sería ella quien desde la sombra iba a gobernar.

Los santacruceños se reían de esta aseveración, respondiendo "No tienen idea de lo que es Lupin", como llamaban en Rio Gallegos al ex presidente.

Néstor dormía poco y su insomnio hacía que el teléfono sonara tanto tarde en la noche como a primera hora de la mañana. Su estilo, poco atado al formalismo, hacía que él mismo discara el teléfono del infortunado colaborador que podía despertarse con el grito:"Me podés explicar qué paso con tal o cual cosa".

Pero Néstor no llamaba solamente a funcionarios, también podía sorprender a un ciudadano que, tiempo atrás, le había le había acercado una cartita en un acto o dejado un pedido en la Rosada. Es más, el ex mandatario estableció que todas las cartas debían tener una respuesta. Además, conocer los reclamos le servía para controlar la gestión nacional, provincial y municipal.

A pesar de tener un fuerte carácter y pasar rápidamente de la chanza al enojo más furibundo, el personal estable de la Casa Rosada aprendió a convivir con un presidente tan diferente a los anteriores.

Costaba entender esa permanente desconfianza que mostraban los sureños, desconfianza que se notaba aún cuando mantenían al personal heredado, más por falta de reemplazo que por convicción.

Sin embargo, hubo algunos colaboradores que supieron ganarse la confianza a tal punto que llegaron a ubicarse en puestos prominentes dentro del gabinete.

Tal es el caso del actual Secretario de Medios, Alfredo Scoccimarro, quien conoció a Julio de Vido apenas desembarcó en las oficinas del Ministerio de Economía, más precisamente en las dependencias correspondientes a la Secretaria de Obras Públicas. El "Corcho", como se lo conoce, se ocupaba de hacerle la prensa al anterior secretario de Obras Públicas y De Vido aceptó contar con sus servicios "provisoriamente". Otro ejemplo es el actual jefe de Gabinete, Juan Abal Medina o Carlos Tomada, uno de los ministros no sureños que cumple también una década.

A diferencia de Cristina, Néstor comenzaba bien temprano a trabajar en la Rosada, a las 7.45 de la mañana ya estaba en su despacho, mientras que Cristina muy rara vez llega por la mañana, siendo habitual ingrese a su despacho cerca de las 18 horas.

Para la jefa de Estado, Olivos pasó a ser su refugio, su lugar de trabajo y ya las puertas no se abren para actos oficiales.

Los funcionarios rescatan que gracias a Cristina han podido volver a tener una vida más normal, salvo alguna circunstancia particular, la presidente respeta que los fines de semana estén con la familia. Siempre tuvo en cuenta respetar el vínculo familiar y más aún luego de la pérdida de su compañero.

A Cristina le gusta la lectura minuciosa de los diarios, establece un diálogo con los autores de las notas, que ahora hace público a través de sus discursos.

Se enoja con las críticas, no tolera mucho el disenso y quienes la conocen bien sostienen que es difícil que cambie de idea sobre un tema. "Terca" la calificó el presidente de Uruguay, José "Pepe" Mujica, y Cristina no se molestó sino que confirmó su terquedad.

A Néstor, en cambio, le gustaban más las reuniones, escuchar a otros, discutir, polemizar, escandalizar a sus interlocutores. Si bien defendía sus iniciativas con pasión, pragmático al fin, si era conveniente las podía cambiar o abandonar. Era al fin y al cabo, "un político más tradicional", explican quienes lo conocieron bien.

Sencillo en sus gustos, en sus hábitos no le gustaba la ostentación, ni los entornos lujosos. Nunca fue al Teatro Colón y se lo notaba muy incómodo cuando debía asistir a las ceremonias oficiales o agasajos internacionales.

En China, donde pesa tanto el formalismo, se encerró en el alojamiento destinado a mandatarios extranjeros y ni siquiera quiso visitar la Ciudad Prohibida, que fue cerrada al público especialmente por su visita. Cuando viajaba al exterior estaba siempre pendiente de lo que ocurría en Argentina. Para Néstor "viajar no era un placer" y se notaba en su humor.

En cambio, Cristina en China, no paró un segundo y quiso aprehender todo lo que más podía de esa cultura milenaria.

La jefa de Estado disfruta a pleno los agasajos y las ceremonias. Pero, también le gustan los eventos populares y que la gente pueda disfrutarlos. Las grandes fiestas como la del Bicentenario, cuando asumió nuevamente a la presidencia o la "Década Ganada" son impulsadas por la jefa de Estado. La Casa Rosada se engalana en esas ocasiones, aparecen los gazebos en los patios internos, sillones y arreglos florales junto con catering de primer nivel.

Cristina es una persona solitaria. La realidad la mira a través de la televisión, de la lectura de los diarios. No le gusta mucho que la toquen, que la interrumpan, es curiosa y detallista. "No puedo estar en todo", se queja habitualmente, ya que su estilo de gobierno es intentar conocer, decidir y controlar.

Sus colaboradores tenían miedo de los arranques de ira de Néstor; a Cristina, como ella dijo "me tienen un poquito de miedo". El temor es a sufrir un reto en público, a ser freezado o a su indiferencia.

En la Rosada, hay una sobreactuación en el cumplimiento de las órdenes de "la doctora", como se la llama, y es conocido los actos en donde se aplaude de más o se disfruta con sonrisas cómplices de las críticas dichas desde el púlpito.

Durante la gestión de Néstor el enemigo estaba afuera: era el 2001, los 90. Se necesitaba recuperar "la autoestima" de ser Argentinos decía siempre el ex mandatario. Luego comenzó a pelearse con un medio de comunicación. El conflicto con el campo radicalizó aún más la visión amigo enemigo. El enemigo empezó a tener nombre y apellido, a ser un vecino.

En tanto, Cristina y más aún luego de fallecido su esposo, se apoyó en los jóvenes especialmente en la agrupación La Campora. Sus militantes han copado la Rosada, muy jóvenes pululan por diversas oficinas y ahora en varios ministerios.

A la Presidenta le gusta sus cantos, sus gritos de apoyo, se saca fotos con ellos y, a diferencia de antes, no rehúye esos abrazos y besos. En realidad, Cristina tiene muchos puntos de coincidencia con la juventud, esta siempre atenta al futuro por eso se entusiasma con los avances tecnológicos y durante su gobierno se avanzó mucho en una de las disciplinas claves para el futuro.

La Campora es un ejército civil cuya misión es proteger a Cristina y defender a toda costa el modelo.

Con Néstor los actos se hacían mayoritariamente en el Salón Sur, uno de los espacios más chicos de la sede presidencial. Cristina prefiere el Salón de las Mujeres del Bicentenario que alberga a un numeroso público, y para grandes ocasiones está el Museo del Bicentenario donde se miles de militantes reproducen en un ámbito interno actos políticos que eran más habituales en el barrios del conurbano.

Néstor era un hombre austero y descontracturado en su proceder, Cristina, por el contrario, es elegante y tiene un alto sentido estético, le gusta de las cosas lindas y su trato es mucho más formal.

Las coincidencias de ambos están en un estilo que logra infundir temor, en su permanente desconfianza, en sospechar enemigos en el que piensa distinto. También una gran voluntad, fuerza, coraje y perseverancia que los llevó a dirigir los destinos de la Argentina por una década.

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