El día que en España le apuntaron a Lionel Messi como culpable

El día que en España le apuntaron a Lionel Messi como culpable
El Barça se desgarra en la pena de ya no ser. Hundido, sin ánimo ni para pelearse con sus críticos, Gerardo Martino se fue de Mestalla mirando al suelo, arrastrando una valijita negra, mientras en el vestuario los referentes Carles Puyol, Xavi y Andrés Iniesta intentaban resucitar a un plantel deprimido.
Todos sabían lo que vendría. Y vino: la prensa catalana que hasta hace nada se rendía ante la hegemonía de este equipo irrepetible pidió sangre después de la caída en la Copa del Rey contra el Real Madrid.

"Este ciclo se ha acabado. ¡Que empiece otro!", exclamó desde su tapa el diario barcelonés Sport, sin paciencia para seguir edulcorando fracasos. "¡Qué palo!", titula la competencia, Mundo Deportivo, en un juego de palabras que alude a la última ocasión del partido en la casi empata Neymar. Pero matiza ese amago de consuelo con un titular punzante: "Messi sigue sin aparecer"; y una nota en la que tilda de "inexplicable" su actuación "apática" en los tres partidos en que el Barça tiró la temporada.

Si el bombardeo al Tata estaba escrito en las pirámides, la novedad fue el fastidio con Messi. Los medios catalanes, que gastaron en ocho años los adjetivos para elogiar al argentino, cruzaron una barrera después del desastre de Mestalla. En la rodada no hay vacas sagradas. La Vanguardia llegó a al extremo de destacar que en días como ayer "jugar con el mejor del mundo es jugar con 10".

Todos los análisis apuntaron a la previsible salida de Martino (destino que él mismo se encarga de alimentar cada vez que se sienta frente a un micrófono),a la pérdida de la identidad y a la necesidad de una renovación urgente del plantel, pese a que pesa sobre el club una prohibición de comprar jugadores por un año.

"Ni siquiera la Copa del Rey fue el canto del cisne de un Barça en el que tienen que cambiar muchas cosas. Muchísimas. Mirar para otro lado sería indigno en este momento", advierte el analista Lluís Payarols, en Sport.

En El Periódico, Martí Perarnau, escribe el epitafio del gran equipo del siglo XXI: "Siempre hay un puerto final para todo marinero y Mestalla se antoja esa orilla suave en la que ha ido a vararse la ballena azulgrana, quizás cansada de sí misma, harta ya de estar harta".

Santi Nolla, director de Mundo Deportivo, apuntó: "El Barça está obligado a afrontar una revolución. No se podía hacer el año pasado, pero ahora ha de encararla, porque una evolución no es suficiente. Ha de hacerla con respeto y con honores, pero hacerla".

El clamor de la renovación vino acompañado por el tabú de los nombres: se pide otro técnico, un central fiable, un arquero de elite. Pero, ¿qué hacer con el motor del juego?, ¿quién de las estatuas de los años gloriosos debe irse para que llegue lo nuevo? Silencio.

En las radios y canales de televisión españoles la Semana Santa no trajo otras noticias que los ecos del clásico que festejó el Madrid. El morbo del derrumbe culé ocupa más minutos que el asombro por la cabalgada jamaiquina de Gareth Bale para el 2-1 que definió la Copa.

Por el equipo quien dio la cara fue Xavi, símbolo del juego de toque y retrato también de este fin de época: no puede dejar de pensarse en el ocaso de una idea cuando se lo ve cruzar el círculo central con la impotencia de no encontrar casi nunca un pase hacia adelante.

"¡Ostias, vienen hablando de que estamos acabados desde hace tres años, joder! Es como esos que dicen una y otra vez que alguien se va a morir. Y sí, al final un día se morirá. Pero nosotros nos sentimos vivos", se rebeló el capitán, de 34 años, en una entrevista por radio. El regreso de madrugada a Barcelona, con caras largas y algunos gritos de furia de un grupito de hinchas, fue uno de los trances más amargos de su carrera.

El énfasis de Xavi encontró poco eco. Se siguió hablando de la presión siempre pesada de Johan Cruyff, que pidió el regreso urgente de Pep Guardiola. Y de la apatía de Messi.

Este Barça vivió demasiado tiempo de nostalgias alimentadas por genialidades de su estrella. Extraviado él, intermitente Iniesta, con Neymar jugando del lado equivocado de la cancha, el artilugio se desmonta.

La posesión inofensiva, que termina en centros sin destinatario, lo condena a la caricatura de su propio pasado. Los rivales -el Madrid en la Copa del Rey, el Atlético hace una semana, el pequeño Granada el sábado- le ceden la pelota como el médico que le suministra a un adicto dosis controladas de droga.

Para colmo la ausencia de Piqué quitó el velo al fondo, definitivamente convertido en un campo abierto para que cualquier delantero pueda llegar fácil hasta un arquero voluntarioso pero de otro nivel, como es Pinto.

El calvario culé continúa el domingo en el Camp Nou, contra el Athletic de Bilbao por la Liga. Ahí corre detrás del Atlético y del Madrid, necesitado de un fracaso ajeno y de la propia infalibilidad.

"Vamos a concentrarnos en ganar lo que queda, todavía podemos ganar la Liga", dijo Puyol, el capitán herido, en busca de un relato que ayude a terminar una temporada horrible. Quizás el primero desde 2008 que el Barça cierre sin un solo título en las vitrinas.

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