El duro trabajo de ser árbitro

El duro trabajo de ser árbitro
Corren más que los jugadores, se entrenan solos, no tienen contención de AFA y se les exige que sean superprofesionales.
¿Qué le pasará por la cabeza a Patricio Loustau cuando lee que Riquelme firma contratos por un millón de dólares al año? ¿Encontrará Mauro Vigliano alguna explicación cada vez que las cámaras ponen la lupa sobre sus errores y nunca sobre las falencias de los jugadores? ¿Le molestará a Fernando Rapallini el violento contraste entre insultos propios y ovaciones ajenas? Ser árbitro en el fútbol argentino no es sencillo. Es que los ex hombres de negro padecen la misma presión que aquel que está acosado por el promedio y tanta exposición como cualquier estrella, pero a cambio sólo reciben palos y desprecio. Son como esos actores de reparto que suben al escenario con el único objetivo de que se luzcan los protagonistas. Y lo peor: cuando se divide la torta se tienen que conformar con las sobras que quedan pegadas en la bandeja.

Juegue. El caso Maglio volvió a poner a los árbitros en el corazón del debate. Que se equivocó. Que fue a propósito. Que siempre benefician a los mismos. Que siempre perjudican a los mismos. En el Belgrano-Boca de hace diez días anuló un gol lícito e ignoró un penal. Todo en contra de los cordobeses. O a favor de Boca. La fecha anterior, en el debut de Independiente en la B Nacional, el árbitro había cobrado una posición adelantada de un saque lateral. La justificación que encontró el mundo de los pitos fue de manual: Carlos Maglio, 48 años, 23 de árbitro, no puede tener dedicación full time. ¿Por qué? Porque debe atender otro trabajo en una compañía de seguros.

Que el foco de las mayores críticas recaiga en los árbitros es un síntoma de que algo no está funcionando bien. Porque el bajo rendimiento, muchas veces, es una alarma que demuestra las carencias de la actividad. Una simple ecuación podría demostrar que en un ámbito supercompetitivo los árbitros son semiprofesionales. De todos los actores que integran el fútbol, son los que peores condiciones padecen.

Un árbitro de Primera con trayectoria cobra un básico que ronda los 20 mil pesos, más unos 5 mil por partido. Eso significa que por mes recauda, promedio, entre 30 y 35 mil pesos. Mucho comparado con un docente de Primaria. Poco al lado del jugador peor pago que le toque dirigir. Estas cifras, claro, son para la elite que “juega” entre los grandes.

El beneficio de tener un sueldo básico es una medida que afecta a las nuevas camadas. Porque hasta hace diez años los árbitros facturaban sólo si dirigían, y quedaban en cero si los sancionaban o, por ejemplo, si sufrían una lesión. Por eso los jueces con más años en la profesión son los que arrastran otros trabajos que les garantizaban un ingreso. Juan Pablo Pompei, por ejemplo, es profesor de Educación Física; Néstor Pitana, un internacional, manejaba camiones y los dejó cuando empezó a crecer dentro del arbitraje; Diego Ceballos tiene un bar y atiende un kiosco; Patricio Loustau, hasta hace un año trabajaba en una agencia de publicidad, y Pablo Lunati, bueno, las inversiones de Pablo Lunati las investigó hasta la AFIP: dos bares, propiedades varias y una inmobiliaria orientada a la construcción de edificios.

Cuerpo y mente. El tema de la preparación física es otro foco de conflicto. Es que desde hace un año los árbitros se deben entrenar por su cuenta. Antes la AFA les organizaba las rutinas y les ponía los profesores. Pero ahora son ellos los mismos los que se entrenan, cuando, donde y con quien quieran. Los únicos que tienen abiertas las puertas del predio de Ezeiza son los internacionales. Para el resto, es parte de su compromiso y responsabilidad estar a punto en las pruebas físicas que les toman cada dos meses.

Los árbitros tampoco cuentan con asistencia psicológica. Que recae en sus espaldas la presión de los partidos calientes, que compiten con las mil cámaras y que son el blanco de todos los insultos lo sabe hasta un niño que va por primera vez a una cancha. Sin embargo, la AFA no les ofrece la posibilidad de un tratamiento con profesionales en salud mental, como sí tienen algunos clubes dentro de sus cuerpos técnicos.

Horacio Elizondo, ex director de la Dirección de Formación Arbitral de AFA y referente de la actividad, le confió a PERFIL que “no hay ninguna perspectiva de que mejoren las condiciones para la preparación de los árbitros”, y se lamentó: “A pesar de que no existe una estructura profesional, los exigen como si fueran superprofesionales”. El juez que dirigió la final del Mundial 2006 ofrece una estadística que evidencia la necesidad de una buena preparación física: durante un partido de liga, un árbitro corre entre nueve y 12 kilómetros, más que cualquier jugador. Sólo un esforzado carrilero puede equiparar ese trayecto.

La exigencia está. Lo que falta es contención. O un proyecto que contemple las deficiencias que deben tolerar los árbitros, esos sujetos que se tienen que conformar con las migajas en medio del gran banquete.

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