El aparente pacto suicida de la astróloga Lily Sullos con su hermano, científico, parco y misterioso, tiene todos los elementos hipnóticos de la atracción periodística.
Él, silente, estudioso, siempre en un segundo plano.
Decidieron suicidarse. Los disparos de él sobre la cabeza de ella, ya quebrada por un ataque cerebro vascular y la ancianidad impiadosa. Un mensaje confesando el hecho. Y luego él, con el mismo revólver.
Nada falta en la historia. Es shakesperiana, algo estrambótica y macabra, muy humana, terrible.
¿Parar qué entonces se especulaba en esos programas baratos con la eventualidad de un vínculo fraternal incestuoso? ¿Por qué esa tendencia a ponerle sexo a todo, aún cuando evidentemente ya no existe?
No hacía falta inventar incesto alguno para conmovernos más.
Pero la perversión puede más que la información, y hablamos en los medios de la hipótesis incestuosa entre los hermanos eventualmente suicidas, como si hubiera necesidad de mencionar lo inconsistente, aunque mágico, para activar la imaginación y devaluar la información.
“Nos vamos”, se despidió Luis Sullos tomando la palabra por ambos.
Diparó los tiros del final.
Y eso fue todo.
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