Destrucción en marcha

Destrucción en marcha

Por Raúl Dellatorre

Todos admiten que 2018 terminará con recesión, pero son muy pocos los que aventuran un cambio de clima favorable en la primera parte de 2019. En realidad, la especulación dominante en estas horas en los cenáculos empresarios no es tanto si el plan puesto en marcha es apto para lograr el objetivo prometido (estabilizar el tipo de cambio y atenuar la inflación). La pregunta que predomina es cuánto podrán resistir las empresas este nivel de tasas de interés sin apagar los motores y bajar las persianas. “Si no bajan las tasas en dos meses, vamos a estar todos en concurso preventivo”, le comentó un muy alto dirigente de la UIA a un periodista en el Encuentro del B20, evento de funcionarios y empresarios en el marco de las actividades previas a la Cumbre del G 20. No fue a un periodista de PáginaI12, sino de La Nación (con lo que esto implica). Y tampoco se trata de una de las visiones empresarias más pesimistas.

El Banco Central anunció el nuevo camino que encara para alcanzar los “equilibrios monetarios” comprometidos con el FMI y apretó el acelerador con firmeza en esa dirección. Llevó la tasa de referencia del 60 al 74 por ciento anual, empezó a ofrecer títulos a siete días a los bancos con semejante premio y colocó en el primer día (el lunes 1°) 53 mil millones de pesos. El dólar bajó. Al segundo día insistió en la fórmula, aumentando la tasa y el volumen de dinero que retiró del mercado (71 mil millones). Siguió así el resto de la semana, promediando más de 100 mil millones de pesos por día de retiro y consolidando una tasa del 74 por ciento que pasó a ser el piso de las tasas activas para todo el sistema. El dólar siguió quieto, lo que debe haber sido interpretado como un temprano éxito por el equipo económico (Lagarde, Dujovne y Sandleris). La economía real empezó a sufrirlo: los adelantos en cuenta de los bancos, con acuerdo previo, a empresas de primera línea (más de 10 millones de pesos), a 7 días, treparon a una tasa nominal anual entre 75 y 80 por ciento. Para empresas pequeñas y medianas, el giro en descubierto arranca de un costo de 80 a 85 por ciento y puede llegar a ubicarse por encima del 100, según el banco y volumen de operaciones del cliente. Viendo la política monetaria en marcha, quien está al frente de una empresa sabe que está política financiera llegó para quedarse por algún tiempo. La pregunta que se hace es si estará en condiciones de sobrevivirla.

Aunque con distinto diagnóstico, casi todos coinciden en la proyección. El Banco Mundial acaba de dar a conocer un informe en el que augura “un probable recrudecimiento de la actual recesión en Argentina” que no afectaría solamente por lo que resta del año, sino que la ve prolongándose al próximo. Para este año prevé una caída del Producto Interno Bruto del 2,5 por ciento, y para 2019 una baja adicional del 1,6. Se trata del informe semestral que se presenta previo a la Asamblea conjunta BM-FMI en el otoño boreal (este año será en Bali, Indonesia). Es decir, se trata de un documento oficial programado, no del comentario ni la visión de “un experto” o funcionario del organismo a título personal o en un trabajo académico. Un dato no menor para medir la dureza de la evaluación, y calibrar el espejo en que nos miramos. Como para relativizar cierto discurso oficial que suele repetir que desde afuera nos ven bárbaro. 

Volvamos a los comentarios recogidos por el periodista del diario La Nación esta semana en el Centro Cultural Kirchner, entre los empresarios concurrentes al B20. Es un buen termómetro para medir el clima en el establishment, nada menos. “Es un delirio”, afirmó Cristiano Rattazzi, de Fiat, con respecto a que se pongan tasas de más del 70 por ciento para controlar el dólar. El empresario automotor ha sido uno de los “cruzados” del ideario de no hacer nada para frenar el dólar y dejar que éste llegue adonde lo lleve el mercado, sin mirar a los costados ni lamentarse de quienes van quedando en el camino. Otro alto dirigente industrial, pero con reserva de su nombre, le apuntó al hombre de prensa: “si esto no cambia en el corto plazo, es la destrucción total”. 

El cuadro que describió el anónimo aludido (se trata de un vicepresidente de la UIA, agregó el colega) es similar al que se puede recoger en otros ámbitos económicos menos cercanos al establishment. Muchas empresas, incluso de primera línea, deben recurrir a financiamiento bancario de corto plazo para cubrir sus operaciones inmediatas, pagando tasas superiores al 75 por ciento. “Imaginate qué pasa con las pymes”, suele escucharse. Los plazos de pagos comerciales se estiran de parte de quien debe (“nadie te paga antes de cien días”) y se limitan o desaparecen si el que vende un insumo o materia prima tiene una posición dominante o directamente monopólica (pago contra entrega). Quien quede atrapado en el medio, y deba recurrir a financiamiento externo, verá seguramente diluirse el resultado de su ecuación de ingresos y gastos. Sobre las cabezas del comercio y la industria empieza sobrevuela un fantasma que desde 2001 no proyectaba una sombra tan espesa: la cesación de pagos.

El Banco Mundial advierte, en su informe, que la elevación de las tasas de interés, como respuesta a la corrida cambiaria que el país empezó a sufrir a partir de abril, es uno de los componentes centrales del cuadro que empuja a un recrudecimiento de la recesión. Pero no se aleja de la lógica predominante en los organismos de crédito internacionales y que el dogma neoliberal adopta como un credo: el gobierno “no tiene otra opción” que acelerar el ajuste fiscal. ¿No la tiene?

Si hay una fórmula que, en Economía, no merece el más mínimo crédito es la tan mentada “no hay (o no había, cuando se justifica después de hecho) otra opción”. No hace falta ahondar demasiado para verificar que siempre hay más de una –más de dos, casi siempre– forma o camino para llegar a un mismo objetivo. Siempre habrá una variedad de sectores entre los cuales se elige, cuando se adopta determinada política, a quién afectar o a quién no; o tomar entre distintos objetivos, a cuál se le asigna prioridad y cuál se posterga. El gobierno eligió una política y su instrumentación, y no era la única posible. En la que eligió, se eleva fuerte la tasa de interés como instrumento principal, y se recortan los gastos públicos a aplicar o distribuir, para cumplir con el doble ajuste: el fiscal y el monetario. 

Una de las formas de manifestarse de ese ajuste fiscal es la sucesión de aumentos de las tarifas de los servicios públicos, incluso con pagos adicionales “en cuotas”, en el caso del gas, como el conocido ayer, para “compensar” a las distribuidoras por el aumento del dólar y su impacto en el precio del gas que le pagan a las petroleras que lo extraen. El gobierno decidió dividirlo para presentarlo edulcorado: informó un aumento del 35 por ciento en la tarifa y, por cuerda separada, aplica el ajuste “en cuotas” por la suba del dólar. Pero el ajuste no se negocia.  

¿A quién afecta el ajuste, entonces? El ajuste fiscal es menos poder adquisitivo para la población, menos recursos para las provincias, paralización de la obra pública, retraso salarial para los empleados estatales y jubilados, y recortes en servicios sociales. El ajuste monetario beneficia a los bancos pero le recorta recursos financieros a la actividad productiva, va a provocar caída de empresas que no van a tener espaldas para soportar las restricciones, y pérdidas de empleos (despidos). También en la actividad privada habrá retraso salarial, e incluso alguna gran empresa con espaldas suficientes decidirá reducir actividades en el país o postergar inversiones (dos automotrices ya lo anunciaron), en virtud de un mercado que quedará planchado por un período que, calculan, no será tan breve.

El nuevo programa económico del Fondo, el del doble ajuste, todavía no fue aprobado por su directorio, ni se autorizó el segundo desembolso (originalmente, iba a ser en septiembre). Pero Argentina ya hizo un doble ejercicio de anticipación: desde el lunes, Guido Sandleris puso a funcionar la relojería de la bomba Leliq, mientras que ya la economía real, la productiva, empieza a mostrar los primeros signos de este proceso de destrucción.

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