Después de la borrachera, una amarga resaca

Después de la borrachera, una amarga resaca

Por Jorge Fernández Díaz

Los últimos seis días podrían leerse como la triste y angustiante crónica de una resaca. La borrachera nacionalista duró menos de lo esperado y las amargas consecuencias de esa alegría delirante y de esa temeridad vacía llegaron como un calambre en el estómago y como un devastador dolor de cabeza. Una nueva encuesta de Poliarquía, realizada después del default más innecesario y original de toda la historia del capitalismo, registra una caída de seis puntos en la aprobación del manejo que tuvo Cristina Kirchner, quien, como en el juego de la oca, vuelve a retroceder algunos casilleros. Un análisis de los dos sondeos realizados antes y después del portazo de Nueva York revela que muchos ciudadanos aplaudían la tenacidad negociadora de la Presidenta, pero sólo en función de llegar a un acuerdo concreto. Cuando esta posibilidad fracasó, los números se desplomaron. Hoy casi el 80% de los encuestados quiere "seguir negociando" o directamente "pagar la deuda". Sólo el 13% coincide con el Gobierno, en cuanto a "mantenerse firme y esperar que los holdouts cedan su posición". Y el 68% de la gente presiente que todo esto impactará con dureza en la economía.

La maldición económica, sin embargo, no espera fallos lejanos: cayó esta semana sobre el mamado y lo sacó de su ensoñación patriotera. Los empresarios en general (banqueros incluidos) y los industriales en particular, ya desgastados por la estanflación y el insostenible atraso cambiario, entraron en alerta máxima por señales de raigambre bolivariana emitidas desde Balcarce 50. Poco antes, los dirigentes de la UIA habían criticado las políticas oficiales y Kicillof los había mandado "al psicólogo". A continuación, el Gobierno sacó a relucir un proyecto para regular empresas y estatizar el mercado, que viene con olor a represalia y con el perfume rancio de la impotencia.

Por otras razones, pero todas ellas vinculadas a la crisis, la Comisión de Enlace inició una ronda de reuniones con productores para preparar una fuerte protesta nacional. Los gremios de todos los pelajes (incluso varios oficialistas) confirmaron que evaluaban huelgas duras y hasta un paro general por la difícil situación salarial de sus afiliados. Y la Conferencia Episcopal denunció "la inestabilidad creciente que se manifiesta en despidos, suspensiones y cierre de fábricas".

Iglesia, campo, industria, empresas, bancos y sindicatos. Comerciantes, empleados, obreros y consumidores. Y datos para el insomnio: en junio, la producción volvió a caer y lleva once meses en baja, y el gasto público se disparó (56%). El déficit de las cuentas públicas aumentó 290% en un año, y calculan que el rojo anual rondará los 200.000 millones de pesos. El kirchnerismo venía como bombero y corre el riesgo de terminar como pirómano. Una combinación de rencoroso encapsulamiento con una incesante fabricación de chapuzas administrativas y enemigos evitables da como resultado este crudo panorama que prescinde de los buitres, aunque ellos sirvan hoy como cobertura picuda y plumífera de cualquier torpeza pedestre. El kirchnerismo pretende sustituir inconscientemente la palabra "gorila" por el vocablo "buitre". Hace bien, puesto que a esta altura hay más peronistas fuera del Gobierno que adentro, y ya no se sabe a ciencia cierta quién es gorila y quién no lo es. Deben ser los buitres, deben ser. Y meta nomás.

Cristina es mucho más inteligente que su tropa, pero acusó el impacto de esta resaca como nadie. Cuando está eufórico, el cristinismo arrasa y cuando está deprimido, pulveriza, y la debilidad siempre lo conduce a la radicalización. La respuesta oficial a tantos chubascos ronda tres leyes excepcionales. La ley antipiquetes, que una parte del propio oficialismo resiste y que hoy avanza no como saludable reglamentación del espacio público sino como una prevención frente a la convulsión social que generaron y se les viene encima. La ley de abastecimiento, que con su modificación permitirá la intervención en las decisiones internas de las compañías, algo que el Gobierno necesita para controlar artificialmente los precios y sostener las cáscaras empresarias a pura pérdida, sin entender que a su vez le pegará un tiro de gracia a la inversión. Y la ley antiterrorista, que utilizan a modo de escarmiento (en este caso específico contra una empresa quebrada), pero cuya normativa está diseñada con miras más amplias, buscando blandir ante la opinión pública un arma nueva y peligrosa con la cual susurrarles a los empresarios: "Te quedás acá y perdés plata, o vas preso". Y con la que incluso se pueda amenazar al periodismo. La denuncia penal contra Donnelley está encuadrada como "alteración del orden económico y financiero". Pero la patrona de Balcarce 50 no se privó de acusar también a los diarios por "sembrar pánico en la población". Y agregó desde el atril que "ciertos medios se plegaron decididamente a la maniobra y con grandes titulares anunciaron que se quedaban 400 personas en la calle". Los periodistas, en verdad, dieron cuenta de que los trabajadores de Donnelley llegaron una mañana y encontraron las puertas cerradas de la planta de Escobar y un bando donde se les avisaba que debían comunicarse con un 0800. ¿Narrar hechos noticiosos de esta temática será a partir de este momento una actitud terrorista? ¿Alguien decidirá ahora en la Argentina qué información siembra el pánico y debe ser censurada?

Las características de estas leyes extremas denuncian el incendio de un país que es víctima de sí mismo. Y también que el ajuste no lo hará la obesa y venal burocracia del Estado sino el ciudadano común por vía de la inflación y las empresas privadas por la Doctrina Guillermo Moreno, si es que el Congreso se atreve a sancionarla y la Corte a resolver su constitucionalidad.

La resaca incluyó un nutrido pero políticamente opaco acto de fe en el Luna Park, donde el tren fantasma fue abandonado hasta por el conductor de la locomotora: el niño mimado del Ministerio de Economía. Como cuervo mata buitre, las frases más desoladoras las pronunció Larroque, que tiene relación diaria y muy cercana con la Presidenta. Se manifestó asombrado por los "buitres de adentro", y al respecto dejó una pequeña lección de historia: "Le juraron lealtad a la corona británica en 1806, conspiraron contra la Primera Junta y contra Moreno, contra Belgrano y San Martín; contra Rosas, Yrigoyen y Perón; después contra Alfonsín, Néstor y Cristina. Siempre que alguien hizo algo a favor de la Patria, hubo un sector que acompañó a ese poder extranjero". La televisión estatal se ocupaba de mostrar quiénes eran los traidores a la Patria, los "buitres internos": principalmente los periodistas críticos y los dirigentes opositores de la democracia argentina. Fue esa misma noche cuando Hebe de Bonafini dijo frente al micrófono: "Lo peor no es la dictadura, sino los que vinieron después, los que nos endeudaron".

Reacciones dislocadas, medidas decadentes, palabras violentas que duelen y meten miedo. A Cristina ese cóctel envenenado la degrada: le quedan 480 días de gestión, y tal vez la Corte de Apelaciones de Nueva York la saque en parte del laberinto externo durante septiembre. Ya nadie espera milagros, pero con un poco de racionalidad económica en lo doméstico y un temperamento más componedor las cosas seguramente mejorarían. El problema es que quien se ha embriagado con el monstruo foráneo y la conspiración intergaláctica, quizá no pueda dejar de beber y de tener resacas. Una y otra vez, hasta el final.

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