Desconsuelo

Desconsuelo

El sentimiento de venganza es el amargo (y equivocado) consuelo de la impotencia por no haber juzgado estos casos mientras el kirchnerismo gobernaba, como hubiera correspondido.

Por: Jorge Fontevecchia.

Quiero ponerme contento y no puedo. Me esfuerzo pero no lo logro. Al contrario, me voy poniendo más triste. Me apenan las personas que gozan no sólo porque Boudou fue detenido sino porque lo arrestaron estando descalzo y casi en pijama. O los que la semana pasada paraban sus autos en la Avenida del Libertador frente a la casa de De Vido para festejar su detención como si fuera el triunfo de la selección de fútbol en un Mundial. Y quienes desde las redes sociales insultan a los periodistas que expresaron que no era necesario humillar al ex vicepresidente con el video de la detención dentro de su casa (que hasta puede lograr el efecto opuesto). Pienso que muchos de ellos ahora lo tienen borrado de su memoria, pero votaron por el kirchnerismo en 2011, cuando ganó con el 54%, y la amargura es mayor.

Me subleva la grieta tanto de un lado como del otro: tampoco la Prefectura le derribó la puerta al ex vicepresidente ni lo arrancó de la cama, podría haberse calzado y fue su decisión estar descalzo durante el procedimiento.

No me consuela la detención de Boudou. Por el contrario, me recuerda la cuestión de fondo: ¿cómo pudo una persona así ser vicepresidente? ¿Cómo pudo quien eligió a una persona así como su compañero de fórmula haber tenido en un puño a casi toda la Argentina? Pienso en cómo Cristina Kirchner, actuando casi siempre en contra de sus objetivos, duró tantos años. A fin de 2016 me tocó tener de accidental compañera de asiento de avión en un viaje a Europa a la diputada Juliana Di Tullio, famosa kirchnerista por, entre otros gestos, haberse tatuado “No fue magia”, a quien no conocía. Se me presentó y conversando durante la cena en el espacio reducido de un avión me dijo, en otras palabras, que nosotros los periodistas sobreestimábamos a La Cámpora y la estructura kirchnerista porque finalmente ellos no hicieron más que perder una tras otra todas las batallas importantes que pelearon.

Probablemente eran tan agresivos oralmente para esconder que eran profundamente frágiles en sus acciones. Desembocar en 2015 con Scioli como único candidato competitivo es uno de los tantos síntomas de esa inoperancia. No es que no hubiera malvados en esos fundamentalistas sino que mucho antes eran incapaces de lograr sus objetivos. Dilapidaron aquel 54% de votos de la reelección de Cristina Kirchner en un “vamos por todo” puramente declamativo, porque no pudieron ir por nada.

Pero Cristina Kirchner sí puede lograr blindarse judicialmente con sus fueros de senadora si es que el cuerpo que integrará a partir de diciembre, a diferencia de Diputados, mantiene su práctica de no desaforar a sus miembros hasta que haya sentencia firme en “cuarta” instancia (juez, cámara, juicio oral, Casación y pronunciamiento de la Corte Suprema), lo que demandará muchos años.

A Cristina Kirchner le cabría más que a nadie la aplicación del mismo artículo 319 del Código Procesal Penal, que permite la prisión preventiva y utilizó la Cámara para ordenar al juez de De Vido que pidiera su desafuero y detención, y se aplicó con Boudou en los mismos términos diciendo que “a la hora de examinar riesgos procesales no corresponde limitar el análisis a la forma en la que los imputados se comportan formalmente en el proceso penal, sino que resulta relevante determinar si existen datos reales y concretos que permiten presumir que mantienen lazos funcionales tejidos al amparo del acuerdo criminal, se encuentran aún vigentes y si pueden ser usados en perjuicio de la investigación penal”.

Y la ex presidenta podría hacer lo mismo porque nadie más que un ex presidente pudo haber “tejido lazos funcionales” que podrían continuar vigentes y permitirle entorpecer la investigación. Pero con esa lógica, la prisión preventiva se habría justificado también cuando los funcionarios estaban en el ejercicio de su cargo y estaba a pleno ese “tejido funcional” con el cual entorpecer la acción de justicia, como bien lo demuestra el hecho de que la causa que llevó a la cárcel a Boudou se inició en 2012, al año siguiente de haber asumido, y quedó dormida toda su vicepresidencia. Paradójicamente, nunca desde 2011 Boudou tuvo menos posibilidad de entorpecer el proceso judicial que a partir de la semana pasada, con el segundo triunfo de Cambiemos en las urnas.

Otra paradoja del destino, en este caso de Patricia Bullrich (quien, aunque Maldonado se haya ahogado, igual debe disculpas por haber hecho una defensa inicial sin pruebas dándole al kirchnerimso una bandera), es que después que la difusión de las fotos de la autopsia del cadáver de Maldonado generara una investigación judicial para saber quién las había tomado en la morgue, en el juzgado de Ariel Lijo aclararon que no hubo orden de filmar nada ni de distribuir la filmación de Boudou entre los medios, sino que habría sido por una directiva del Ministerio de Seguridad a la Prefectura, que en la casa del detenido en Puerto Madero tuvo a cargo el procedimiento.

Más allá del Código Procesal Penal, la prisión preventiva en el caso de funcionarios es también resultado de la “doctrina Moro”, el juez del Lava Jato, porque hasta él también en Brasil los políticos nunca iban presos por corrupción utilizando apelaciones que demandaban veinte años, hasta llegar al Supremo Tribunal (nuestra Corte Suprema), y habitualmente los condenados fallecían antes de la sentencia definitiva, como podría haber sucedido en Argentina con Menem. Moro utilizó la prisión preventiva como una forma de incitar a la confesión y la delación premiada a cambio de rebaja de pena. La gran diferencia con Moro es que las prisiones preventivas que él dispuso fueron mientras gobernaba el partido de Lula, y no años después.

El sentimiento de venganza es el amargo (y equivocado) consuelo de la impotencia por no haber juzgado estos casos mientras el kirchnerismo gobernaba, como hubiera correspondido.

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