El dedo acusador de Nisman sigue apuntando a Cristina Kirchner

El dedo acusador de Nisman sigue apuntando a Cristina Kirchner

Por: Martín Rodríguez Yebra. Alberto Nisman es una tragedia con nombre propio que expone a Cristina Kirchner al espejo incómodo de sus días más oscuros en el poder.

 

De vuelta en la cima -en sus palabras, "indultada por la historia"-, la vicepresidenta se repite a sí misma cinco años después de aquella muerte inexplicada. El gobierno que integra se empeña en dinamitar la investigación judicial que apunta a que el fiscal fue asesinado en el baño del departamento que alquilaba en Puerto Madero. El oficialismo vuelve a hurgar en las finanzas de Nisman. Hasta los acusados de volar la AMIA se pronuncian para exculpar a la expresidenta y para atacar a un hombre que no se puede defender.

El recuerdo de Nisman sigue preguntando por qué Cristina Kirchner negoció con el régimen de Irán un pacto cuyo único resultado podía ser la impunidad de un atentado que se cobró la vida de 85 argentinos. Lo más cercano a una respuesta de ella figura en su libro"Sinceramente", donde dice que aquel memorándum con los ayatolás fue "una verdadera ingenuidad" de parte de su gobierno.

La denuncia que escribió Nisman consideró aquel acuerdo un acto criminal de encubrimiento. El fiscal murió de un balazo el 18 de enero de 2015, horas antes de presentar en público los detalles de su investigación.

Si cinco años después seguimos en penúmbras sobre lo que pasó con el fiscal se debe en gran medida a la actuación posterior de la entonces presidenta y sus colaboradores. El gobierno administró un desastre político de repercusión global como si fuera una guerra particular contra un hombre muerto. La escena del crimen parecía un subte en hora pico, con la presencia del secretario de Seguridad, Sergio Berni, como enviado especial de Cristina, que demandaba información en tiempo real.

Hipótesis y pistas falsas

Mientras la investigación naufragaba antes de empezar, la Presidenta se encargaba de instalar hipótesis por redes sociales y por cadena nacional desde la Casa Rosada. Pasó del asesinato al suicidio, con escala en algo así como un suicidio inducido, sembrando pistas inconducente y acusaciones al voleo, como si estuviera promocionando una novela negra.

El gobierno de Cristina administró un desastre político de repercusión global como si fuera una guerra particular contra un hombre muerto

En paralelo, miembros encumbrados del Gobierno impulsaban una campaña de desprestigio del fiscal muerto: ventilaban romances con modelos, gustos sofisticados, aparentes manejos oscuros de dinero. Aníbal Fernández, que era Secretario General de la Presidencia, llegó a referirse a Nisman como "un sinvergüenza de los que pocas veces se han visto en este país".

Esa operación avanzaba sin reparar en la congoja que invadía a gran parte de la sociedad y mucho menos en el duelo de la familia del fiscal, a la que la "presidenta de los 40 millones de argentinos" fue incapaz siquiera de transmitirle un pésame.

La conmoción social se tradujo en una marcha masiva sin consignas políticas, a la que Cristina respondió con una de sus frases más impiadosas: "A ellos les dejamos el silencio". El entonces opositor Alberto Fernández pronosticó en un artículo de opinión que algún día ese silencio iba a "aturdir a la Presidenta".

La Justicia también quedó retratada con el caso Nisman. La explicación del motivo de la muerte cambió del kirchnerismo al macrismo, a tono con la tesis que más agradaba a cada gobierno pero siempre carente de pruebas contundentes para sostenerla.

Hoy la causa judicial afirma que a Nisman lo mataron, pero es incapaz de determinar datos elementales del presunto plan criminal: quiénes son los asesinos, cómo entraron y salieron del departamento, cuál fue el móvil, querían beneficiar o perjudicar al gobierno de entonces.

El quinto aniversario de la muerte cae en un momento crítico. El Presidente, que en 2015 marchó en silencio exigiendo justicia, promueve hoy la revisión del peritaje que avaló el homicidio, pese a que los investigadores judiciales no lo consideran necesario. La maquinaria del poder vuelve a empujar el péndulo hacia el extremo contrario, aunque en el camino acaso se lleve puesta la verdad.

El objetivo parece el mismo que en el verano agitado de 2015. Que el dedo acusador de Nisman deje, al fin, de apuntar a Cristina.

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