Cuando ni siquiera funciona como consuelo vivir para contarla

Cuando ni siquiera funciona como consuelo vivir para contarla

Calles peligrosas. El chofer asaltado al que fue a socorrer Camilo está destrozado. Otros colegas insisten en que ante un alerta la policía “nunca llega a tiempo”.

El testimonio de Daniel Petta es desgarrador. Se trata del chofer de taxi que apretó el botón de pánico al ser asaltado el jueves a la noche, llamado al que respondió su colega Hugo Camilo, quien terminó muerto tras ser baleado por el ladrón. “No puedo nada, no puedo más nada”, se sincera ayer ante La Capital: ni volver a manejar ni ir al velorio del compañero, casi que ni salir a la calle. “Daniel está destrozado porque se siente responsable de lo que le pasó a Hugo”, interpreta Adriana Tesorero, otra taxista que se hizo presente en el lugar apenas ocurrido el tiroteo que horas más tarde se cobraría la vida de Camilo y que, en el camino hasta el lugar, hasta “apuró” a un móvil policial para que llegara a tiempo a socorrer a sus compañeros. “Pero siempre llegan tarde”, afirma la mujer.

  Por la proximidad que supone viajar junto a otro, y muchas veces ir charlando con él, los taxistas asaltados suelen referir una de dos situaciones: o que se la vieron venir o que resultaron sorprendidos en su buena fe.

  El caso de Petta fue el de una confianza estafada. “Levanté al pasajero, un hombre de unos 40 años, bien vestido, que venía medio rengo y me dijo que salía del Hospital Alberdi porque se había caído de un andamio”, recuerda Daniel.

  “Por las dudas lo estudié un poco, pero veníamos hablando lo más bien”, cuenta. Primero el supuesto pasajero le indicó la dirección a que quería ser llevado, Polledo y Granel, en Nuevo Alberdi, pero luego modificó el destino. “Cuando doblo por Polledo me dice que vaya por Somoza, que tiene que pasar a buscar a la mujer, y ahí me la veo venir porque es una calle corta, donde hubo un búnker”, dice Daniel.

  Fue entonces cuando apretó el botón de pánico y, al mirar por sobre su hombro, vio al hombre sacar un arma de la bermuda. Con la pistola, ahí nomás, le pegó varios culatazos. “Me rompió la cabeza”, relata el tachero. Entonces le robó y le hizo apagar todas las luces del auto.

  “Yo le digo «vamos a chocar», y en ese momento aparece Hugo, que me pone el auto al lado. «¿Todo bien?», me pregunta, y yo le digo que sí, pero se ve que enseño la mano con sangre. Y Hugo arranca. Yo creo que ahí fue cuando me bajé y el tipo empieza a los tiros, como loco, tres balazos me tira a mí, ninguno me da en el cuerpo, dos en el auto”.

  En esa saga brutal el ladrón le dispara también a Camilo, a quien alcanza con un disparo en la espalda, que le perfora los intestinos. “Yo no sé por qué me salvé, la policía no paraba de decirme que nací de nuevo”, cuenta Daniel, pero es un consuelo que no le alcanza.

  Por la angustia que le produce la muerte de su colega (“no tengo palabras para Hugo, diga lo que diga no va a alcanzar nunca, ni para él ni para su familia”) y por el terror que la situación le dejó. Hoy mismo comenzará una terapia para afrontarlo, pero desde ya asegura que nunca más conducirá un taxi.

  “Cuando llegué él estaba con un terrible ataque de nervios, creo que porque se sintió responsable de lo que le pasó a Hugo”, cuenta Tesorero, una colega que arribó al lugar a los pocos minutos del tiroteo y que asegura que ahora “hay dos familias destruidas”.

  La mujer, taxista nocturna desde hace seis años y que ya fue asaltada “tres veces en el mismo mes”, asegura que “la policía nunca llega a tiempo” y que “hay que reclamar 10 mil veces porque, aunque el operador haga su trabajo, los patrulleros siempre aparecen para los aplausos”.

Meter presión. Consciente de esa situación, al recibir el alerta de Petta el jueves a la noche, mientras circulaba por Italia y Wheelwright, Tesorero dice que literalmente “corrió” a un móvil policial para que “apuraran” el envío de una patrulla al lugar del trágico asalto.

  “Nosotros en el taxi hacemos de todo: de policías, de psicólogos, de enfermeros, de educadores, a veces hasta de padres”, afirma. Y dice que es “un horror vivir como se está viviendo”, pero aun así no abjura de su trabajo nocturno.

  “Si no, no habría gastronómicos, ni enfermeros, ni estacioneros de servicio”, razona, convencida de que “en algún momento esto tiene que cambiar”.

  Con la convicción de que la solidaridad entre los trabajadores ayuda a esa causa, esa misma noche llegó a Baigorria y Circunvalación, donde se encontró con el dramático panorama junto a otros “cerca de 30” tacheros, entre ellos Selva, la otra taxista que, según afirma Adriana, la sacó barata, con dos tiros en el auto, pero a salvo.

Lamberto y Fein

El ministro de Seguridad, Raúl Lamberto; su número dos, Gerardo Chaumont, y la intendenta Mónica Fein mantuvieron una extensa reunión ayer, a la que luego se sumaron referentes de los taxistas. “Estamos tomando medidas complementarias frente a un hecho tan lastimoso, pero que por desgracia no recae sólo sobre los taxistas”, afirmó Chaumont.

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