Cristina Kirchner blinda su campaña

Cristina Kirchner blinda su campaña

Por Eduardo van der Kooy

Alberto Fernández está obligado a explicar todo lo que la ex presidenta calla. Las contradicciones y los fastidios son inevitables.

 

El único dato distintivo de la campaña electoral continúa siendo por ahora la fractura. No existe ningún otro debate. El Gobierno alienta esa realidad que le permitió recomponerse. Aunque se trate, a lo mejor, de un arma de filo doble. Aquella polarización extrema podría acercar a Alberto y Cristina Fernández a cifras compatibles con una victoria en primera vuelta. También es verdad que la batalla inicial por lo puntos será en octubre. Dos meses desde las PASO representan una eternidad en la Argentina.

La recomposición de Mauricio Macri podría explicarse por cuatro razones. La estabilidad cambiaria de los últimos meses, el regreso de la ex presidenta, el paulatino interés popular por los comicios, una estrategia de campaña bien planeada ante un contexto adverso.Ese contexto representa, en paralelo, la viga maestra que sostiene las esperanzas kirchneristas. Demasiadas veces parece neutralizarse, sin embargo, por el desequilibrio político natural entre Alberto y Cristina. Además, a raíz de una campaña de diseño discutible, en la cual, los planes se entrelazarían asiduamente con la improvisación.

Existe una descompensación en la fórmula opositora que no deja de llamar la atención. La ex presidenta realiza una campaña blindada. La mayoría de las veces con su libro, “Sinceramente”, como proa bajo el brazo. Con auditorios que aplauden y sonríen. Los tuits representan su herramienta adicional. Jamás alguna presentación a la intemperie política. Tampoco una mínima interpelación, que permita penetrar su caprichoso relato sobre el pasado.

Alberto se encarga de esa tarea. No le resulta fácil porque lo expone siempre a tener que explicar sus propias contradicciones entre la actualidad y el largo tiempo (nueve años) que resultó crítico severo de la ex presidenta. También debe hablar en nombre de Cristina. Surgen a veces brechas entre las palabras de ambos.

El candidato insiste con un latiguillo. Cristina cambió, asegura, luego de su derrota electoral en 2017. Habría detectado sus equivocaciones. Hasta ahora no las hizo públicas. Salvo la vergonzosa explicación, en su libro, acerca de los motivos que la llevaron a firmar el Memorándum de Entendimiento con Irán por el atentado en la AMIA. Se advierte una línea rectora con telarañas en todas las argumentaciones de la ex presidenta: los medios de comunicación serían factores determinantes de la política y los comportamiento colectivos. Su obsesión. Sus anteojeras.

En los últimos días abundaron ejemplos. Describió una de las pocas entrevistas abiertas que concedió en 2017 como una suerte de interrogatorio casi bajo tortura. Se la realizó el periodista Luis Novaresio. Debió aclarar que se había tratado de una metáfora infeliz. Lo hizo después de una conversación con Alberto. También habló de modo despectivo de la incidencia de las “segundas marcas” en el consumo popular para ilustrar la dimensión de la crisis. Amén de representar una falacia estadística (el fenómeno data de los 90) adjudicó la situación a un presunto encubrimiento de los medios de comunicación. Recomendó leer los diarios extranjeros. Los mismos que sistemáticamente evitó y maldijo en sus ocho años de poder. Mencionó un supuesto blindaje intencional del periodismo a favor de Macri y María Eugenia Vidal. Blindaje en el cual se escuda ella para realizar la campaña.

Alberto prefirió pasar por alto una de las últimas intervenciones de Cristina. No puede ser su traductor permanente. Pero no debe haber soslayado los efectos. Con la utilización de un lenguaje provocativo y chabacano para aludir al deterioro del consumo (habló de las imaginarias marcas “pindonga” y “cuchuflito”) ocupó la centralidad de la fórmula y la escena. Mientras el candidato trasegaba Córdoba, Santa Fe y La Rioja en la búsqueda de votos.

El fantasma del doble comando o del comando paralelo, entonces, se mantiene vigente. Pese a las reiteraciones del candidato acerca de que será él quien mande en caso de convertirse en presidente. Alberto se encarga de recurrir a un corsé para explicar el pasado que Cristina calla. Describe que la ex presidenta habría dejado apenas tres problemas como herencia (déficit fiscal, cepo al dólar e inflación). Macri se habría encargado de profundizarlos. Exhibe números discutibles en cada caso, como suelen serlo los números manipulados por la política.

Aquel corsé le evita atravesar otros pantanos. ¿Cómo explicaría el aumento de más del 60% del empleo público en los doce años kirchneristas? ¿Qué diría sobre la destrucción del sistema energético que obligó a la Argentina a importar combustible de Venezuela y gas de Bolivia? ¿Cómo justificaría el dispendio de Axel Kicillof cuando negoció con el Club de París y estatizó el 51% de YPF? La empresa petrolera tenía un valor de US$ 3 mil millones. El ex ministro entregó bonos a Repsol por US$ 5.800 millones. La lupa podría colocarse también sobre Aerolíneas Argentinas, cuyo gremio de pilotos está estos días en pie de guerra. Como gerente financiero de la empresa y ex ministro, Kicillof pagó subsidios por 4.750 millones. El Gobierno logró disminuirlos un 65%. La cantidad de pasajeros transportados aumentó.

Alberto parece forzado a desdoblarse para hacer frente a tantos desafíos. También debido al mitológico Olimpo que se apropió Cristina en la campaña. El candidato volvió a cuestionar al juez Claudio Bonadio, con varias causas en contra de su compañera de fórmula. Entre ellas, la de los cuadernos de las coimas. También sostuvo que ni Julio De Vido ni Cristóbal López deberían estar en prisión. De abogado penalista a economista. Se trenzó en una pulseada con el ministro de Finanzas y Hacienda, Nicolás Dujovne, por las cifras de la herencia.

El candidato intenta monopolizar los temas para evitar, tal vez, que las diferencias en el interior del kirchnerismo afloren en la superficie. Uno de sus asesores en materia económica, Guillermo Nielsen, tildó de “ignorante” a Kicillof por un calificativo sobre el valor de los mercados. No hubo réplica porque Alberto se encargó de sellar una tregua. Había viejas cuentas pendientes entre aquellos.

Nielsen estuvo en el pre-coloquio de IDEA, en Neuquén, como representante de Alberto para hablar sobre Vaca Muerta. El ex secretario de Finanzas expuso en la ocasión un proyecto de apertura inversionista que provocó entre los especialistas una mezcla de sorpresa y agrado. La contraparte no tardó en llegar. Los equipos técnicos ligados al kirchnerismo, cuyo rostro visible es Federico Bernal, emitieron una declaración sobre Vaca Muerta, de contenido mucho más restrictivo. Que apunta al mercado interno antes que a las exportaciones. De donde la Argentina podría compensar la falta de dólares que, históricamente, detona los ciclos de crisis.

Alberto también insiste con que su hipotético gobierno cumplirá los acuerdos que Macri estableció con el FMI (Fondo Monetario Internacional). Aunque, como casi todos, vaticina la necesidad de una renegociación. Pregona relaciones normales con Washington, aunque Donald Trump consiga la reelección. Siempre al esfuerzo de moderación se le escapa alguna liebre. Máximo Kirchner, alzado en una tarima, instó a que las decisiones las adopte el Gobierno y “no los gringos”. Lenguaje enmohecido.

Las apariciones de los camporistas, a propósito, resultan muy acotadas en campaña. El hijo de la ex presidenta constituye casi una excepción. Los otros 21 candidatos en el país prácticamente redujeron las actividades a sus distritos. ¿Pedido de Alberto?. También resulta impactante el bajo perfil de Sergio Massa. Primer candidato a diputado en Buenos Aires. Nadie supone que sus declaraciones podrían apremiar a Alberto. Pasa que su visibilidad representaría un bocado político para el macrismo. Es fácil recordar dónde estuvo y qué dijo el ex intendente de Tigre los últimos años.

Alberto consiguió al menos, aunque de modo parcial, que las protestas callejeras y las huelgas disminuyan su intensidad. Suelen fogonear el mal humor social. Se trata de un incordio cuya desarticulación le calza bien al Gobierno. Está reflejado en el seguimiento de la consultora Diagnóstico Político. Los piquetes durante el primer semestre de 2019, salvo el mes de febrero, cayeron un 14% respecto de igual lapso de 2018.

Una excepción son los pilotos de Aerolíneas, comandados por el gremialista ultra K, Pablo Biró. Detrás de él está ahora agazapado Hugo Moyano. Su gremio pactó una tregua de campaña con las empresas del sector. Pero el acecho judicial por las sospechas de lavado de dinero en Independiente, club que preside, lo obligó a abandonar la quietud. De todas formas posee límites: tiene prohibido arrimarse a la línea de fuego electoral de los K.

El macrismo se entusiasma con aquel paisaje desarreglado. Macri juega sus últimas fichas a la región central. En 2015 lo convirtió en Presidente. Todas las figuras taquilleras de Juntos por el Cambio acuden a Buenos Aires en respaldo de María Eugenia Vidal. El ingeniero estuvo en Córdoba y volverá allí para cerrar la campaña. Juan Carlos Schiaretti, el gobernador, le regaló una foto especial con Juliana Awada. No lo había hecho con Alberto ni con Roberto Lavagna.

La fiesta resultó incompleta. Faltó la esposa del mandatario, la diputada Alejandra Vigo. ¿Ausencia premeditada o espontánea? Dicen que la mujer se ocupa de frecuentar a los intendentes del PJ para fortalecer la “lista corta” que lleva su marido en la provincia. De paso, favorecía a Alberto. Esa espina le quedó clavada a Macri.

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