Cristina, Axel y Fábrega: una pelea que quebró los códigos

Por Marcelo Bonelli

Panorama empresarial. Denuncias cruzadas de negocios, traiciones y espectros de complots se han cruzado en el episodio que llevó al cambio de autoridades del Central. Un ex menemista tomó las riendas.

Axel Kicillof amenazó a Juan Fábrega con difundir que el hermano del ex titular del Banco Central opera en el mercado informal del dólar y se beneficia con las corridas cambiarias.

El ministro utilizó esta suerte de extorsión política para precipitar la salida de su archienemigo, quien –a su vez– responsabiliza a Kicillof del fuerte deterioro que aprieta a la economía.

La presión de Kicillof fue determinante para que Fábrega considerara el martes a la noche que su ciclo estaba terminado y presentara la renuncia indeclinable. Así lo dijo ante su entorno íntimo: “No se puede trabajar con amenazas y extorsiones. Mañana renuncio.”Fábrega sintió que Kicillof y la Presidenta vulneraron códigos políticos y repite una verdad que sabe el mercado: su hermano es agente financiero desde hace veinte años y era muy conocido por Néstor Kirchner.

El ministro había sugerido la cuestión frente a Fábrega. Ocurrió en las duras trifulcas que ambos sostuvieron –como detalló Clarín – en las últimas semanas por las diferencias para enfrentar la inflación y manejar la estrategia cambiaria. Kicillof también lo repitió varias veces en reuniones de su equipo económico, para desacreditar duros ataques de Fábrega por supuestos actos de corrupción de Kicillof.

El ahora ex titular del BCRA cuestionó a Kicillof por haber intervenido en favor del Fondo de Inversión Latan Securities, para que el BCRA le venda bonos en forma directa y ventajosa. Fue una operación por unos 200 millones de dólares, que benefició al fondo de Diego Marynberg, un inversor de sólido contacto y consulta de Kicillof.

En su intimidad, Kicillof decía que Rubén Fábrega, el hermano de Juan, operaba una cueva y hacía negocios con bonos y con el dólar. Kicillof afirmaba que Fábrega no quería enfrentar a los operadores del mercado por encubrir a Rubén. Pero, hasta hace bien poco, sólo había tratado el tema con su equipo y nunca lo llevó a Olivos.

El viernes pasado, Fábrega mantuvo una conversación cordial y a solas con la Presidenta, y recibió el aval de ella a su gestión.

Pero cuatro días después, las duras acusaciones de Cristina contra el BCRA le hicieron entender a Fábrega una cuestión: que Kicillof había ido con el cuento de su hermano a Olivos y que Cristina creyó la teoría conspirativa del ministro.

Kicillof fue el funcionario que le “dio letra” a la Presidencia y le precisó los detalles de los expedientes cambiarios y la supuesta información que Fábrega había filtrado a los banqueros.

Fábrega entendió el mensaje y renunció una jornada después. En la mañana del miércoles recibió un llamado del jefe de Gabinete y la visita a su despacho de un influyente ministro. Le pidieron que se quede, que “por la Patria” no tome en cuenta las acusaciones de Cristina y las operaciones de Kicillof.

Fábrega los tranquilizó, pero ya tenía resuelto dejar el cargo: a las cuatro de la tarde habló con la Presidenta y le comunicó su decisión irrevocable.

A partir de ahora, Alejandro Vanoli llevará adelante una estrategia concreta: lanzará el control policial para intentar bajar el dólar.

Vanoli cree que con el “garrote” podrá domesticar un billete que sube por la inflación y los desequilibrios macroeconómicos.

Vanoli tiene antecedentes funestos para los hombres de negocios: impulsó la ley de Mercado de Capitales que habilita a intervenir empresas sin previa acción judicial.

Ahora dispondrá, desde el BCRA, de un poder de regulación total del sistema bancario para tratar de bajar por decreto la tasa de interés.

Se trata de una profundización de la estrategia intervencionista que inauguró Guillermo Moreno y continúa Axel Kicillof.

Con ambos la estrategia fracasó: el cepo que puso Moreno hizo que el dólar subiera un 350% y Kicillof llevó la economía a la recesión.

Esa sensación repercutió ayer en el sistema bancario: las cotizaciones de los papeles argentinos se desplomaron en Buenos Aires y en Manhattan.

También repercute el giro “chavista” de la propia Presidenta. El incendiario discurso del martes confirmó una convicción en el mundo de los negocios: que la Presidenta busca desesperadamente culpables, para hacerlos responsables de los errores y traspiés económicos de la Casa Rosada.

Esta fue la conclusión de una hermética reunión que esta semana mantuvo la cúpula de la Asociación Empresaria Argentina. Jaime Campos lideró un encuentro plagado de críticas, donde los jefes de las empresas coincidieron en descreer que Cristina solucione en enero la crisis de la deuda.

Ayer Vanoli percibió el clima adverso a su designación. Aun cuando ahora –por conveniencia– se vista de kirchnerista, fue un fuerte defensor de la política de mercado y endeudamiento menemista.

En toda la década del 90, Vanoli trabajó en el Palacio de Hacienda dentro del equipo encargado de emitir deuda y colocar bonos en el exterior.

Lo hizo junto a Miguel Kiguel y Federico Molina, en el gobierno de Carlos Menem. Fue titular de la Oficina de Crédito Público. Después trabajó para la Alianza de Fernando de la Rúa, en el equipo de Carlos Weitz, de la Comisión de Valores.

Su paso como asesor en el Banco Central no dejó buenos recuerdos: los funcionarios de línea no confían en él. Tiene pésima relación con el gerente general, Juan Isi, y con el jefe de la mesa de dinero, Juan Basco.

Pero tiene un aliado en el vicepresidente del BCRA.

Para sobrevivir en su cargo, Miguel Pesce repitió actitudes desleales y ahora traicionó a Fábrega.

Pesce quiere que Vanoli lo recompense con un aval del Senado. Pero el directorio está convulsionado: Kicillof pretende ocupar todas la sillas que libera la renuncia de Fábrega.

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