El coronavirus recorre la Casa Rosada: miedos, dudas y la deuda en sala de espera

El coronavirus recorre la Casa Rosada: miedos, dudas y la deuda en sala de espera

Alberto Fernández busca mostrarse inflexible tras el giro del Gobierno. La psicosis social en medio de las negociaciones con el FMI y los bonistas. El nuevo viaje de Cristina.

 

-Yo voy a viajar igual a negociar con los acreedores- desafió hace solo unos días Martín Guzmán en una conversación privada.

-¿Sí? Pensalo, porque cuando vuelvas vas a tener que estar aislado- le contestaron.

-¡Pero si soy el ministro de Economía!- insistió, incrédulo.

La conversación continuó. El ministro, por supuesto, no tuvo más que ceder ante la precipitación de los acontecimientos y a las resoluciones que fue tomando el propio gobierno, pero la escena explica hasta qué punto a los funcionarios les costó tomar dimensión de los tiempos que transitan. El coronavirus empieza a recorrer, a inquietar y a sacudir a la Casa Rosada después de un período de vacilaciones y, por qué no, de subestimación.

El Ejecutivo pasó de negar que la enfermedad pudiera llegar a la Argentina (Ginés González García, el 23 de enero) a entrar en un estado de alerta permanente. Es lógico y suena prudente. Desde Donald Trump hasta Xi Jinping se mueven bajo el mismo fantasma. 

El paso en falso de Ginés fue cuestionado incluso por quienes sienten admiración por él. “Pifió en el diagnóstico y en la comunicación. Son dos errores graves”, le achacan. El Presidente no pensó nunca en reemplazarlo. Básicamente: no cree que haya alguien que sepa más que él sobre salud pública. Tampoco, dicen, hubiera sido conveniente en medio de la tormenta. Por ahora reacomodan su entorno. A sus primeros voceros los apartaron de las decisiones importantes. El ministro tiene nuevos asesores que trabajan en las sombras y que, antes que nada, tienen la misión de pasar los reportes a presidencia. El sensible número de infectados en tiempo real, por ejemplo. Ni hablar cuando se produce una muerte.

Hubo dos puntos de inflexión en el cambio de postura del oficialismo. Ambos demasiados recientes. El primero fue la muerte, el sábado pasado, de un hombre de 64 años que había regresado de París. Los funcionarios de la primera línea alteraron su descanso de sábado y los teléfonos se pusieron al rojo vivo. "Va a crecer la psicosis. Tenemos que prepararnos", propuso un ministro que no esperaba una muerte tan temprana. El segundo hecho fue pocos días después, cuando la Organización Mundial de la Salud aseguró que el coronavirus ya era una pandemia.

Alberto Fernández -tras varias reuniones reservadas con sus colaboradores más fieles- se fue endureciendo y con el correr de la semana terminó de apartar a sus funcionarios de los micrófonos para pasar a ser él el centro de la comunicación. "No solo de la comunicación. Alberto es el que decide qué hacer y pasó a interactuar con todos los ministerios, no solo con el de Salud", sostienen esos hombres.

El jefe de Estado busca mostrarse inflexible: quiere que se detenga a quienes no cumplan con la cuarentena (ayer hubo cinco detenidos) y que se comunique cada caso para mostrar un Estado activo y dispuesto ejercer la autoridad. Hasta evaluó cerrar las fronteras para argentinos y no residentes -como publicó ayer Clarín-, aunque luego se impuso la idea de que solo fuera para los extranjeros. Antes hubo contactos con Paraguay y Brasil para ver si esos países harían lo mismo. En las últimas horas se reforzaron los puestos de control en el aeropuerto de Ezeiza y llegaron más médicos y se mandó un nuevo instructivo a todas las provincias y pasos terrestres. En simultáneo, se realizaron operativos en hoteles para supervisar si pasajeros que deben estar aislados estaban cumpliendo la orden. Hay un temor que nadie quiere hacer público, tampoco el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta: ¿hasta qué punto están preparados los sanatorios privados y los hospitales públicos para una escalada de contagios?

El coronavirus no solo conlleva la amenaza del contagio y la muerte. A diferencia de lo que ocurre en países afectados del primer mundo, la infección irrumpe en medio de la crisis económica y de la renegociación de la deuda. El último es un tema vital para el Presidente porque está atado al primero y porque de eso dependerá hacia dónde enfoca su administración. “El Plan A sigue siendo arreglar con el FMI y los bonistas. Pero si nos va mal tendremos Plan B”, dicen a su lado. Otro de los temores oficiales es cómo afectará la pandemia en las negociaciones. Guzmán habla de “emergencia global” y pide que las partes sean “más flexibles”. Los últimos días, sin embargo, no fueron auspiciosos para el ministro. 

Fernández sigue confiando en que no será necesario el Plan B. Pero el tiempo vuela y los plazos previstos por el Ejecutivo para una solución no se cumplirán. La Argentina tiene que renegociar en una primera etapa 68 mil millones de dólares con el FMI y los tenedores de títulos emitidos en legislación extranjera. La oferta se realizará en los próximos días. El Gobierno quería una solución para antes del 31 de este mes, ya que en abril vencen 500 millones de dólares. La negociación se alargará y la fecha límite es mayo. Ese mes vencen 3.000 millones en moneda estadounidense.

El Presidente repite que no habrá default y respalda por completo la tarea de Guzmán. El ministro logró también la adhesión de Máximo Kirchner. “Defendámoslo, cuidémoslo”, arengó el diputado frente a sus pares al destacar sus cualidades técnicas. Máximo comparte sus pensamientos con el ministro del Interior, Eduardo De Pedro, y ha reforzado las charlas con Sergio Massa. El triángulo Máximo-De Pedro-Massa se ve muy seguido. "Esta semana los tres se reunieron con Cristina en el Instituto Patria", contó un asesor del presidente de la Cámara de Diputados. 

Hasta allí llegó la versión de que los ministros temen por una parálisis en sus gestiones por el efecto del coronavirus. Ya de por sí Alberto les había pedido moderar su ambiciones hasta tanto se resolviera la situación con los bonistas bajo la excusa de que no saben con qué recursos van a contar. Massa trasladó el planteo a la Casa Rosada y está en estudio un plan de obras para intentar dinamizar la economía, aunque tampoco hay dinero para planteos innovadores. “Estamos ante lo imprevisible”, reconoce un ministro.

Alberto también ha enfriado nombramientos en las segundas y terceras líneas de su gobierno, puestos vacíos o que aún ocupan hombres y mujeres que llegaron de la mano de Mauricio Macri. Quienes quieren bien a Fernández aseguran que es porque “no tolera que lo operen” y que “escanea” cada nombre que le llevan. La que apura esas designaciones es Cristina Kirchner. La vicepresidenta no altera el diálogo cotidiano con su socio. Pero ahora las charlas están tomadas por el coronavirus. A Cristina el tema la inquieta, pero no le impedirá volver a salir del país esta noche. Una vez más, pidió permiso en la Justicia para poder viajar a Cuba. La espera su principal preocupación. Florencia. 

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