La conversión de Scioli

Por Joaquín Morales Solá

¿Qué Daniel Scioli quedará en la memoria colectiva? ¿El hombre que durante 12 años trabajó como un orfebre el perfil de un político amable, distinto de las formas del kirchnerismo? ¿O el último Scioli, el candidato presidencial capaz de sembrar un miedo injustificado, de golpear sin piedad sobre su rival, con quien mantenía una amistad de 30 años?

Tal vez ésa haya sido la novedad más importante de la campaña electoral de las últimas dos semanas. Y también la del debate. La conversión de Scioli en un político kirchnerista más, que prefirió la descalificación a los argumentos, que eligió la manipulación de la historia a la exposición clara de sus ideas.

Es probable que Scioli haya estado actuando el peor papel de su historia política. Prueba de esa exageración podrían ser su rostro y su actitud extremadamente tensos durante el debate con Mauricio Macri. Los norteamericanos, que son los que más experiencia tienen en debates presidenciales, suelen medir no sólo las palabras y sus contenidos, sino también -y sobre todo- el carácter presidencial que muestran los candidatos. La unanimidad de los analistas asegura que en ese aspecto fue en el que Macri sacó mayor ventaja. "Macri actuó como dueño de casa y Scioli como un huésped incómodo", llegó a decir uno de ellos.

El problema de Scioli es que no tiene campaña. Lleno de asesores argentinos y extranjeros, pierde el tiempo escuchándolos a todos, pero las decisiones las termina tomando él luego de hablar con Cristina Kirchner. Su equipo de campaña es un caos, que lo provoca el propio candidato. A Macri se le podrá reprochar el exceso de prolijidad en su campaña (todos dicen exactamente lo mismo en el mismo momento), pero debe convenirse en que es mejor la prolijidad que la anarquía. En ese caos están reflejadas, quizás, las intensas paradojas en las que se mueve Scioli. Dependiente él política y psicológicamente de la Presidenta, su equipo aspira a otra cosa, a una diferenciación no sólo de palabras, sino también de gestos y actitudes con respecto a las prácticas cristinistas. Scioli prefiere el consejo de Cristina. Y la política y la vida son para ella una confrontación perpetua. El resultado es la confusión del candidato.

La conversión de Scioli sólo puede explicarse en la desesperación. Estaba convencido antes del 25 de octubre de que ganaría en primera vuelta y resulta que ahora no encuentra ninguna encuesta donde figure ganador en el ballottage. Creyó tener la presidencia en las manos. Lo más probable es que la haya perdido definitivamente. Aquel convencimiento de un triunfo en primera vuelta fue sobre todo una expresión de anhelo, porque ninguna encuesta le dio nunca semejante seguridad. El anhelo era razonable: la segunda vuelta fue siempre un riesgo muy grande para Scioli. Con un 60 por ciento de la sociedad reclamando un cambio, aunque con distintas graduaciones, el objetivo del 50 por ciento es demasiado grande, casi inalcanzable.

Es cierto que Macri no contestó algunas preguntas, más que nada las que tienen que ver con la economía. Pero ¿se puede hablar en serio de la economía frente a un gobierno y un candidato que no dicen la verdad? La situación macroeconómica del país es un desastre y de él deberá hacerse cargo cualquiera de los dos. Scioli, por ejemplo, se escandalizó porque el equipo de Macri había adelantado que negociaría con los fondos buitre. Hay una dosis grande de hipocresía en esa actuación. Scioli también mandó a Mario Blejer a anticipar una negociación de un eventual gobierno suyo con los fondos buitre. Hablan de eludir lo inevitable. Porque ¿qué otra solución queda cuando esos fondos tienen una sentencia firme de la justicia norteamericana, a la que se allanó en su momento el gobierno kirchnerista? ¿La permanencia eterna del país en el default parcial es, acaso, una opción? Lo sería sólo si el próximo gobierno eligiera continuar con el aislamiento político y financiero de la Argentina. Si decidiera, en fin, seguir repartiendo lo que ya no hay.

Macri no supo aprovechar (¿o no quiso?) los aspectos más vulnerables de su contrincante. ¿Qué clase de amnesia sufre Scioli cuando lo acusa a Macri de significar el regreso a los años 90? Scioli es un hijo de los 90 y, sobre todo, de su líder más importante, Carlos Menem. Scioli votó como diputado la privatización de YPF y luego apoyó, como gobernador kirchnerista, su estatización. No suena sincero que ahora esté dispuesto a inmolarse por la YPF estatal que, según Aníbal Fernández, tiene las normas de una compañía privada. El kirchnerismo es difícil de entender.

La última campaña de Scioli consiste en spots radiales que imitan la voz de Macri. ¿Va a privatizar la Anses?, le pregunta un supuesto periodista. "Por supuesto", contesta el imitador. No dicen que se trata de una imitación. El miedo sirve sólo para confirmar el temor de los que ya votaron por Scioli. Más del 60 por ciento de la sociedad votó en octubre, sin miedo, por candidatos que prometían un cambio. Es cierto que nunca se vio una campaña de miedo tan intensa como en los últimos días. El mundo está lleno de experiencias electorales en las que prevalecen consignas como "yo o el hambre" o "yo o el caos". Menem usó los dos prospectos a lo largo de sus diez años de poder. Sin embargo, hay veces en que las sociedades prefieren cualquier riesgo a la alternativa de seguir con lo mismo. Los propios Kirchner fueron beneficiarios de esa opción social después de la crisis de principios de siglo.

La actuación de Scioli se vio incluso en el tratamiento hacia Macri. Amigos desde hace décadas (sus esposas son también amigas y trabajaron juntas), Scioli prefirió llamarlo "ingeniero Macri" o "candidato Macri". En verdad, lo llama "Mauricio" desde hace demasiados años. Los dos hablaban por teléfono, a veces una vez por semana, antes de las elecciones del 25 de octubre, antes de los resultados que desestabilizaron al candidato oficialista. Antes de que se Scioli se convirtiera en otra persona.

La precisión meticulosa de quién ganó y quién perdió en el debate corresponde a las encuestas. Pero lo cierto es que Scioli necesitaba ganar por knockout para revertir la tendencias de las encuestas. Y eso no lo consiguió. Influyen tanto como el debate las conclusiones posteriores al debate. Todas las conclusiones de los analistas de opinión pública coincidieron, con distintos matices, en que el ganador fue Macri, aunque éste nunca haya tenido el mismo nivel ni haya estado siempre impecable.

Macri estuvo más suelto en la primera media hora y un poco cansado en la segunda. Lección para la próxima vez: un debate de esa envergadura requiere del necesario descanso previo. Importa poco si ganó por poco o por mucho, porque lo único que él necesitaba era conservar lo que tenía. Aconsejado por Cristina Kirchner, que sólo ve en la pelea la única alternativa de la acción política, Scioli perdió, tal vez, la última oportunidad que tenía para cambiar el curso de una historia que se anuncia perdidosa.

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