La conjura de la manzana, y su difícil desactivación

La conjura de la manzana, y su difícil desactivación

Lo ocurrido con la protesta frutícola después del resultado de las elecciones en Río Negro, cuando eclosionó una división entre quienes pretendían levantar los cortes –y así lo votaron- y quienes no, y permanecieron en los bloqueos, se explica desde la política.

 

No fue el domingo cuando el diablo (la política) metió la cola, sino antes, cuando hubo que decidir, en la semana final de la campaña electoral, si las medidas se distendían o se acentuaban, con cortes totales.

Allí, según se comenta en los ámbitos políticos regionales, tanto de Neuquén como de Río Negro, el equipo de campaña de Alberto Weretilneck promovió la dureza del bloqueo, amparándose en el argumento de la irrestricta defensa de la producción regional más importante, que es –todavía- la fruticultura.

El objetivo político, lógico, fue enfatizar en la ausencia de soluciones efectivas desde el gobierno nacional, que en los comicios fue representado por Miguel Pichetto, el ahora derrotado. La manzana, así, justificó su larga historia de promoción de conflictos, nacida en el mismísimo paraíso cuando fue la tentación de Adán con Eva, y el motivo de la expulsión de ese protegido coto donde reinaba la armonía.

Esa manzana, con el sello de la W, símbolo de campaña del reelecto gobernador, disparó desde la política los bloqueos, amparada en la justicia del reclamo y en el largo peregrinar en el exilio de los chacareros, postergados, olvidados y condenados por una política macro que destruye gradual e inexorablemente las economías regionales.

La diferencia amplia de votos a favor de Weretilneck, y la consolidación por ende de su fuerte presente político, con todo lo necesario para gobernar después de semejante validación popular, disparó la euforia y la consigna que reflejaron los dirigentes frutícolas que habían participado de la maniobra sectorial-electoral: “ya ganamos. Ahora levantemos el corte”, se dijo en los puentes entre Cipolletti y Neuquén.

Fue entonces que vino la respuesta rápida del grupo que no reconoce afinidad directa con los intereses del gobierno, ni tampoco complacencia. “¿Qué ganamos?” preguntaron sus referentes. “Todavía no conseguimos nada. Hay que seguir”, mascullaron. Y se quedaron en los puentes.

Así, lo que se había activado con cierta facilidad, se tornó un poco más difícil de desactivar. Suele ocurrir en el mundo de las protestas, cuando se favorece una situación que después se vuelve independiente, sin riendas, sin control de nadie en particular, sino de grupos, grandes o chicos, que persisten cada uno en lo que pretende lograr.

Weretilneck convocó al encuentro en Allen, en Fruticultura, lugar de mil reuniones, negociaciones, entuertos y fabulaciones varias en estos años aciagos. Y se prometió acompañar al encuentro con Nación, a esa reunión del miércoles prometida por Aníbal Fernández y Pichetto, cuando el senador todavía estaba en carrera.

Los productores, a favor o en contra de tal o cual política, saben, probablemente, que como el mismo Weretilneck anticipara, no habrá soluciones mágicas. No pretenden eso. Solo pretenden una solución, sin magia, apenas con buena fe.

Rubén Boggi

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