Concordia: crónica de una ciudad sitiada en una madrugada de pesadilla

Concordia: crónica de una ciudad sitiada en una madrugada de pesadilla
“¿Quiere saber qué tenemos? ¿En serio quiere saber?”, preguntó un vecino de cincuentaytantos, camisa rosada, contextura gruesa, cara de cansancio y ojeras. Era parte de un grupo de u nos 20, entre mujeres, varones, adultos, jóvenes, que hacían guardia en boulevard San Lorenzo.
“En esa camioneta tenemos itakas, pistolas, un pistolón, escopetas. Unas 10 armas”, dijo. “Y él”. El francotirador debía tener unos 40. Estaba sentado en el borde del techo, escondido tras un cartel, piernas cruzadas, manos agarradas. Se volvió cuando lo señalaron. Tenía además un celular y se comunicaba con otros grupos de civiles. En ese momento, pasaban a 80 o 100 km por hora dos camionetas policiales con varios efectivos en la caja trasera, de pie, con cascos, chalecos antibalas, armas largas.

Aturdían las sirenas. “Miren, miren”, se escuchó. Todos corrieron. “Parece que están saqueando por allá”. A dos cuadras, las camionetas clavaron los frenos y se oyeron varios disparos. Siguieron estallidos. Todas las cuadras estaban valladas.

Era lunes de noche. Los vecinos, librados a su suerte, se habían armado para resistir. Así, buscaron lo que hubiera a mano.

“¿Cómo hacés si vienen a tu casa?”, se preguntaba María de los Ángeles, abogada, que no hizo guardia pero que junto a su esposo aprontó palas y herramientas por las dudas, para defender a sus tres hijos.

Horas antes, en el otro extremo de Concordia, varios vecinos se daban ánimo y bromeaban. Muestran dos casquillos. “Venían armados”, dicen. “Y algunos, en camionetas de alta gama”. Pero ellos también tenían sus pertrechos: “acá los esperamos”, vociferaban. Tenían desde un cuchillo enorme de carnicero hasta tres pistolas, bastones tipo policial, una escopeta, facas, tres barretas de fierro, palos, una gomera y una daga o espadita corta del tipo que usaba el Ejército décadas atrás. “ Los vamos a enfrentar. Vamos a defender lo que es nuestro”, c reían.

En la peatonal, una muchacha que no superaba los 20 llevaba una fusta en la mano derecha. A dos cuadras, un civil portaba una escopeta.

Todos llevaban algo: fierros, palos, cadenas enfundadas en mangueras.

Los resultados de tanta crispación se hicieron patentes en el informe del hospital Masvernat: dos internados en Terapia Intensiva; tres heridos de arma de fuego, un herido de arma blanca, dos quemados, un casi ahorcado, otros veintinueve heridos. Sobre las 10 de la noche del lunes Concordia parecía ciudad sitiada, llena de patrullas con armas y barricadas en las esquinas. Los grupos de civiles se habían vuelto bultos movedizos en la poca luz. Balazos, humo, sirenas, corridas. Todos los accesos estaban infranqueables, controlados por vándalos. Y los concordienses, machete o palo en mano, continuaban una vigilia tensa.

Recién la luz del amanecer disipó sombras.

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