Se complicó el partido

Se complicó el partido

Macri sufrió la impericia propia y de su equipo. El ‘ole’ de los gobernadores y el rol de Francisco. Busca desquite.

Por: Roberto García.

Cuando suponían que el pavo estaba cocinado, nadie lo pudo sacar del horno. Hasta la mesa se había servido. Encolerizó Macri retirándose temprano de la Casa Rosada, cuando aún pegaba el sol y, al partir, echaba chispas, rayos y truenos, para citar un sustituto educado de los insultos que despachó sobre su equipo. En particular,  sobre sus delegados en la Cámara de Diputados (Monzó, Massot, Negri), el ministro Frigerio y sus malogradas negociaciones, sin olvidar más de un párrafo referido a Patricia Bullrich, a quien no se sabe si la incluyó en el repertorio por imperio del cupo femenino o por su exagerada propensión a la mano dura. Se reservó, en apariencia, un discreto encono con su delfín manifiesto, Marcos Peña, el jefe de todos. Queda en la intimidad. También hubo silencio indigesto con Elisa Carrió por su inclinación al cambiante vodevil, quien en los últimos tiempos parece más convencida de que merece cogobernar y no ejercer el rol de huésped privilegiada en el banquete. Ya rige un lema: Macri propone, Carrió dispone. No era este jueves pasado, entonces, un día para llegar de visita, tomar el té con flema británica mientras el enojado mandatario se iba, en una escena italiana, trasladando a su gabinete una frase que popularizó el PRO: “Háganse cargo”.

MAS NOTICIAS DE COLUMNISTASDel país de “la grieta” al país de “la valla”AutoridadSe complicó el partidoAutoridad

Se fue a Olivos como si no tuviera la culpa de nada: licencia de jefe de Estado. Nunca se lo vio tan indignado, de poco le sirvieron tantos años destinados a la meditación oriental para sosegar la ira. Justo a él, experto boquense, le vino a ocurrir la desgracia cuando el partido estaba ganado: caer sobre la hora, ante un club chico, por un penal en contra y con fallas de sus jugadores más cotizados.  Perdió en la cancha lo que ya había ganado presuntamente en el escritorio: no es el mejor final del año para quien atravesó 2017 coronado de laureles. Aunque, en la política como en el fútbol, siempre hay un domingo de desquite y “todo pasa”, como aseguraba aquel finado filósofo de Villa Dominico. Por supuesto, su team tampoco se hizo cargo de la derrota, imaginó correctivos desde el atril endilgando responsabilidad a los gobernadores que faltaron a la palabra y a los grupos violentos que no respetan la democracia si no son poder. Más la miseria desesperante aplicada a gente revoltosa que, contratada por 400 pesos y un sándwich, 15 de un total de 22 heridos son de nacionalidades vecinas. Lo que se denomina motivación ideológica. Este núcleo discursivo era parte de un mensaje flamígero que le derivaron a Macri. Y, de paso, también le adosaron un decreto de necesidad y urgencia que mágicamente convertiría en ley lo que no pudo consagrarse como ley en Diputados. Firmaron todos los ministros por protocolo, salida fácil, exprés, justificación jurídica de esa craneoteca que hasta podía encontrar antecedentes en una decision semejante en tiempos de Menem (carátula: jefe de Gabinete Jorge Rodríguez, tema aeropuertos). Una forma de que no los comparen con las  experiencias teocráticas del kirchnerismo.

Pero lo pensó el ingeniero y, otra vez, intervino Carrió como auxiliar, intrépida dama que hasta coqueteó en el recinto con los cuarentones de La Cámpora y, para ser justos, estos con ella (al parecer, son desposeídos que siempre requieren una protección femenina): viva el diálogo entre cínicos. 

Salvataje peligroso. Si la diputada ya había bombardeado la reforma con sus prevenciones públicas en Diputados, ahora lo advertía amenazante a Macri: “Si firmás el DNU, me despido de Cambiemos”. 

Debió suspender el Ejecutivo el sosegate anunciado, empezar de nuevo para que esta semana en Diputados se encierre en un dilema pernicioso: si mantiene blindado el apoyo de los gobernadores con pocas migajas sería un epitafio para provincias y economías regionales; si les concede todo lo que le piden, podría diluirse la autoridad presidencial y reiniciaría una etapa de transacciones que la Administración personalista detesta. Y que, por lo visto, no sabe muñequear, conducir. Menos su equipo.

Ese día se le desmoronó el castillo. No pudo imponer una ley clave demandada por sus expertos económicos y la asesoría del FMI, que recortará en principio el creciente déficit del sistema jubilatorio y le facilitase plata para nutrir su voracidad electoral en la provincia de Buenos Aires, esa tierra del Conurbano que le piensa arrebatar al peronismo en 2019. Lo que se imaginaba un paseo legislativo por el apoyo de gobernadores de la oposición en el Senado –gracias al consenso, palabra con la cual pretende distinguirse el Gobierno, cuando solo se trata de intercambio sobre los recursos de la clase pasiva– culminó con violento escándalo en la calle, también en el recinto, ausencias que se sospechan conspirativas, ineptitud en la conducción propia y, lo peor de todo, desconfianza sobre aliados que nunca sabe si están de su lado o prohíjan rebeldías que lo desestabilizan (léase Carrió). 

Desconsuelo. Para colmo, el episodio de la sesión trunca resucitó a Cristina, a ese núcleo intolerante que hasta ahora era conveniente tenerlo enfrente. Quizás la peor noche que le tocó vivir al ingeniero desde que llegó al Gobierno. 

Tampoco lo consolaba refugiarse en otra religión: la Iglesia Católica fogoneó en contra de su proyecto previsional desde que lo objetó el Episcopado de Córdoba, y lo expresó en el mismo sentido el portavoz del Papa (Juan Grabois) y hasta el Papa mismo, quien desde el Vaticano se preocupó por aconsejar el cuidado de los viejos, de los abuelos, castigados por la iniciativa oficial. Y después dicen que el Sumo Pontífice no se ocupa de la Argentina. No vendrá, pero la atiende.

Cuando comparaban el tropezón legislativo con la negada ley Mucci que el peronismo le bloqueó a Raúl Alfonsín, se repasaban errores en el macrismo. Las sandeces, por ejemplo, de Basavilbaso sobre el envidiable ingreso de los jubilados, o las de Tonelli (los jubilados ganarán menos, pero tendrán mayor poder adquisitivo), añadiendo la incongruencia de Dujovne (no hice la cuenta entre lo que ganará un jubilado con la ley actual y lo que perderá con el proyecto nuevo), o el desvarío de Carrió prometiendo a los abuelos una vida mejor remunerada más adelante, en otro año. Como si los jubilados fueran de EI y les conviniera inmolarse ya para alcanzar el Cielo. Por no hablar de los gestores que, sotto voce o bajo cuerda, arreglaban complicidades políticas y dinerarias para sumar votos y, en armonioso coro, fingir que solo les interesa el país o la patria. 

Comentá la nota