Uh, la columna se me puso seria

Por: Carlos M. Reymundo Roberts. Esta columna, que cada tanto deja entrar alguna gota de ironía, e incluso de humor, hoy se pone seria. 

Lo digo como preámbulo de la siguiente reflexión: creo que, más allá de ideologías y gustos personales (los míos son muy conocidos), se impone reconocer los atributos del presidente; moderación, pragmatismo, sólida formación jurídica y política, apertura al diálogo y buena convivencia con la oposición. En estos primeros meses de mandato ha mostrado mano firme para conducir una cuarentena que es considerada un éxito a nivel mundial, y se propone superar los trastornos económicos que trajo el coronavirus con una articulación entre Estado y sector privado. Argentinos, en tiempos de tensión e incertidumbre para nuestro país deberíamos dejar de mirarnos el ombligo y aplaudir la gran novedad que representa el presidente Alberto. Luis Alberto. Luis Alberto Lacalle Pou.

Al Alberto nuestro también hay que reconocerle algo: tiene muchísima mala suerte. Para muestra, tres botones: la herencia, la pandemia, Cristina. Y este cuarto botón que supone la presencia, a metros, de Lacalle Pou. Las comparaciones son tan odiosas como irresistibles. Cada vez que escuchamos a nuestro vecino nos retorcemos de envidia: un himno a la racionalidad y la sensatez. Somos capaces de tolerar que Nueva Zelanda se haya premiado con la gran Jacinda Ardern, pero no a un Lacalle acá, a tiro de piedra. Alberto debe de odiar a Luis Alberto, que además también tiene una vice, Beatriz Argimón. Los uruguayos tienen una vice que es vice y un presidente que preside. Unos genios.

No es imprevisión del gobierno argentino, sino pésima suerte, mantener a un país encerrado durante cuatro meses porque se venía el pico de contagios, y liberarlo justo cuando llega el pico; se ve que querían darle la bienvenida con la gente en la calle. Lo mismo con Ginés: quién iba a pensar, en diciembre, que se iba a necesitar un ministro de Salud; después de tantos y tantos pronósticos equivocados, le recomendaría a Ginés que pronostique su salida del gabinete, cosa de reducir el margen de error. Lo mismo con Sabina Frederic, antropóloga, docente, investigadora del Conicet, a la que hicieron ministra de Seguridad probablemente para la elaboración de alguna tesis, y de pronto su integridad se ve amenazada por el rudo motoquero Sergio Berni; médico y militar, si se busca achicar el gasto público podría asumir los cargos de Ginés y de Sabina, lo cual aliviaría el trabajo de nuestro querido profesor: reportaría directamente a Cristina.

El colmo de la mala fortuna, pobre Alberto, es que no le gusten los planes económicos -según acaba de confesarle al Financial Times- y tener que soportar que no haya día que no le pidan un plan; me pongo en su piel y la estará pasando horrible. Tanto como detestar a los bonistas y tener que negociar con ellos, el karma de Guzmán; como ponerle 200 cepos al dólar y que el blue siga subiendo; como liberar presos con la excusa de que son población de riesgo y que salgan a robar y caigan abatidos en el intento; como que a Lázaro Báez no le alcancen los ahorros para pagar la fianza; como que los adalides de la sustitución de importaciones y "vivir con lo nuestro" se vean obligados a importar lo más nuestro: nuestros billetes.

Definitivamente, los planetas se han desalineado. Si fuera un ciudadano común, Alberto hubiese aprovechado esta cuarentena para clavarse 50 series. Pero el confinamiento lo agarró viviendo en Olivos y tuvo que restringir su exposición al streaming. En una entrevista con Página 12 contó esta semana que había "maratoneado"ChernobylCasi felizAsí nos venFaudaThe Eddy y El método Kominsky. Me tomé el trabajo de calcular el tiempo (solo de esas: las que le gustaron más): son casi 60 horas. Por suerte, mientras él, Fabiola y Dylan miran televisión, afuera, en el país, está todo bien. Profesor, me permito recomendarle una de Netflix: El presidente.

A estas alturas, son tantas las desgracias de las que es víctima que ya podríamos hablar de una conjura de los dioses. Se distrae un minuto y Cristina apura por las suyas la reforma judicial, el envío a Siberia de jueces que la molestan, el desplazamiento a los piedrazos del procurador general y la sanción en el Senado de leyes piantainversiones y piantaempleos y piantamodernidad como la del teletrabajo. Se distrae y en su despedida Canicoba procesa, gratis, de puro agradecido, a dos exfuncionarios de Macri. Baja un segundo la vista y Buenos Aires se hace de la mitad de los fondos destinados a todo el país. La vuelve a bajar y los Moyano convierten en camioneros a los que acomodan los carritos en los supermercados. Le manda un mensaje de lo más tierno a Viviana Canosa (básicamente le dijo que se cuidara) y ella lo toma como una intimidación, incluso una amenaza, y se queda temblando de pies a cabeza. Su afición a maltratar a periodistas mujeres le ha valido una fuerte reprimenda del Instituto Patria: le pidieron que compense peleándose con un número equivalente de periodistas varones.

Desde hace unos meses me venía preguntando si el peor infortunio de Alberto es tener que convivir con Cristina, o si es Cristina la que no tuvo suerte con Alberto. Por fin, encontré la respuesta. Los que no tenemos suerte somos nosotros.

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