La ciudad inconmovible

La ciudad inconmovible
Vivimos en un lugar galvanizado. Un acorazado. Ningún impacto conmueve ni sacude. Solo sigue hacia adelante. Crece, se ensancha, se moderniza y se devora, si hace falta, a los que estamos adentro. Nos enorgullece y al mismo tiempo, no abofetea con lo indecible de nuestra propia indiferencia.
Así está Tandil hoy. Así. Hermosa y fría. Próspera e insensible. Mezcla de belleza y perversión. A tres meses y medio de que la tragedia se llevara a tres pibes del pueblo, mientras trabajaban en una fábrica tan emblemática, como misteriosa, sus familiares marcharon pidiendo un poco de empatía, un poco de consuelo, gritando con las miradas que quieren saber qué pasó aquella madrugada, que marcó el inicio de la vida en carne viva de sus viudas y sus hijos, de sus padres y sus hermanos.

Lucas, Juan Cruz y Luciano eran tres tipos comunes. Ni héroes ni villanos. Tres laburantes, jóvenes, con hijos pequeños, a los que la explosión del, ahora eternamente repudiado horno 6, les cegó la vida en pocas horas.

A partir de allí, uno esperaría, mínimamente, saber qué pasó. Eso. Cómo fue. Qué se hizo mal. Si fue falta de mantenimiento. Si fue impericia. Si hubo fatalidad o desidia. Si, como se venía diciendo, esto fue consecuencia de la desinversión a la que se ha venido sometiendo a Metalúrgica Tandil; o sí, como otros dicen, en la fábrica estaba todo bárbaro y el horno explotó por una mala maniobra laboral. Uno esperaría que los peritajes esclarecieran el asunto con firmeza. Uno esperaría también, que importe. Que fuera una lección. Que la indignación de perder a tres convecinos en su lugar de trabajo, llegara a límites insospechados, en la ciudad inconmovible.

Pero no, la ciudad no se detiene ni siquiera a consolar. No abraza. No marcha. No reclama. Sigue. No importa la verdad. Ni que te pueda pasar a vos, o a mí, o a alguno de los compañeros de Lucas, Juan Cruz o Luciano, que se presentaron en la marcha de ayer en un número dolorosamente escaso. Las familias de los muchachos fallecidos, solo piden memoria, que se diga la verdad y que se las consuele, al menos, con una mirada que contenga la misma furia, por lo que pasó.

No saber, para los familiares y para nosotros, sus vecinos, es tan vergonzoso como repudiable. Los involucrados en el incómodo asunto de tener que dar explicaciones, comenzaron una comedia de enredos que, parece, hizo que perdiéramos el interés. Y eso, es imperdonable.

Desde el fatal 9 de enero a esta parte, la empresa, el sindicato, la clase política y sobre todo, la justicia, danzan su habitual ritual de patetismo, desidia y disparates, mientras nos abomban con sus frases hechas y poses de ocasión, al tiempo que advierten que ya nadie les cree. Pero siguen. Se llevan todo puesto. Porque nos conocen. Saben que estamos en otra cosa.

Cien personas más o menos marcharon ayer junto a las viudas de los laburantes que dejaron su vida en Metalúrgica Tandil, la empresa que, a pesar de ser un apéndice de una multinacional como Renault, se consume lentamente en una agonía inconfesable. Cien personas, a tres meses de la primera marcha que convocó a más de mil.

Tres meses nos lleva archivar. Tal vez menos.

Cien personas se tomaron un rato para marchar por el centro, en silencio, con la única pancarta de recordar que algo así nos pasó…, y no nos perturbó. No nos sacudió. No hizo que exigiéramos saber la verdad. Eso es lo que mostró la marcha de ayer.

Que vivimos subyugados, un tanto adormecidos, en esta preciosa ciudad inconmovible.

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