Choque cultural

Por Jorge Fontevecchia

Pocas veces se puede tener un ejemplo mejor de paradigmas en pugna: el argentino/napolitano versus el sajón/calvinista.

 

A pesar de su apellido latino, el juez Griesarepresentó al de la estricta cultura calvinista que cree que “no hay cura sin dolor” (traducción interpretada de “no pain, no gain”). Y de la misma forma que Margaret Thatcherjustificaba la Guerra de Malvinas diciendo que era una lección a los dictadores latinoamericanos, porque gracias a su intervención Argentina podía recuperar la democracia, los fondos buitre se mienten a sí mismos y a los demás diciendo que atacan la corrupción de los regímenes populistas latinoamericanos al demostrarles que “las reglas (en su caso más que las leyes, los contratos) son para cumplir” y hacen show persiguiendo las cuentas de las empresas de Lázaro Báez en Estados Unidos. El ala derechista del Partido Republicano en Estados Unidos, que tiene en el Tea Party su expresión más inflexible, se siente reconfortada con que Argentina sufra una condena severa por ser “un deudor recalcitrante” al que hacérselas pagar.

También en la Argentina se “malviniza” el juicio y el kirchnerismo descubrió que ese juez encorvado y bastante retrógrado, sumado al rostro desagradable y peores antecedentes del dueño del fondo Elliott, Paul Singer, le devolvían un enemigo que aglutinaba a la mayoría de los argentinos en su contra y permitía al Gobierno volver a crecer en aprobación, incluso hasta entre quienes aborrecen a Boudou. Lo que esperaba que hiciera el Mundial y no hizo, haciendo olvidar a los argentinos de la corrupción, lo logró el juez Griesa, con un fallo que resulta tan costoso cumplirlo como no hacerlo, y en ese dilema evidencia su error.

La comparación de Cristina Kirchner sobre los misiles que bombardean Gaza con los misiles financieros que recibe Argentina desde Wall Street ilustra la idea de guerra virtual que representa este conflicto en el que, como cuando la selección de fútbol enfrenta a Inglaterra, todo es metáfora del Sur contra el Norte.

La paradoja es que en esta guerra todos pierden, a la vez que todos creen que ganan. Porque mientras la derecha norteamericana piensa que afecta al kirchnerismo con esta lección, el Gobierno sale en el corto plazo políticamente favorecido. Y mientras el kirchnerismo gana aprobación en las encuestas, la Argentina pierde entre dos y tres puntos del PBI en los próximos doce meses.

Tres puntos del PBI cuestan diez veces más que pagar los 1.600 millones de dólares del fallo judicial. Movidos por esa lógica es que los mercados siempre imaginaron y apostaron a un arreglo. Pero el error de pronóstico surgió de creer que era sólo dinero lo que estaba en disputa. El ego, tanto el personal como el ideológico, estuvo presente en las decisiones del juez y del gobierno argentino. El choque cultural entre ambos –aunque pacífico– no tuvo nada que envidiarle al que Samuel Huntington desarrollaba en su teoría sobre el choque entre civilizaciones durante los años en que Bin Laden cosechaba seguidores entre quienes odiaban a Estados Unidos. Si el conflicto con los fondos buitre se hubiera desarrollado en la década del 70, no habría sido tan poco probable que un comando de Montoneros o del ERP hubiera asesinado a Paul Singer en Manhattan después de haber embargado la fragata Libertad. Gracias a Dios, vivimos en otra época, donde esas batallas quedan circunscriptas al terreno discursivo, por lo menos en nuestro país, pero las emociones tienen el mismo componente.

La forma como se estructuró la negociación sobre el cumplimiento de la sentencia parecía hecha a propósito para satisfacer el deseo conjunto de que no sea cumplida. Sólo los bancos que tienen muchos papeles de la deuda argentina promovían que se llegara a un acuerdo. Y como los pensamientos son hijos de los deseos, los pronósticos de los mercados siempre apostaron a que se alcanzaría un acuerdo, porque también era lo que más les convenía.

Un gran perdedor de estos dos meses fue la lógica económica. Quedó demostrado cuánto hay de irracional en el funcionamiento de los mercados y en la Justicia de la principal plaza financiera del mundo. Bancos expertos en especulación como el JP Morgan, sabiendo que la espada de Damocles del fallo de Griesa estaba a pocos meses de caer, casi se quedan doblemente perjudicados por sumar bonos de deuda argentina más parte de los bonos que Repsol recibió por el 51% de YPF, más seguros antidefault (CDS). Es la misma actitud detapar el sol con la mano la que lleva a Kicillof a decir “no hay default” y la que llevó a los bancos a pronosticar en contra del default.

Timba, ingenuidad, voluntarismo, todo entre quienes se supone que son los más fríos y racionales tomadores de decisión. Otra demostración de emocionalidad atávica la evidenció el presidente de la UIA, Héctor Méndez, al responsabilizar de lo que sucedía a “una mujer y un joven”, por la Presidenta y el ministro de Economía, como si la condición femenina y la juventud (tampoco tanta en Kicillof) inhabilitaran el buen raciocinio. Méndez debió sentirse identificado etariamente con el juez Griesa, pero su problema no es haber envejecido mal, porque hace años que dice barbaridades.

Otro tipo de solidaridad generacional debe haber sentido Brito con Fábrega (difícil la vida del presidente de Banco Central) al proponer una negociación de compra del juicio a los buitres asumiendo que el Gobierno la aceptaría.

En síntesis –y parafraseando el título de tapa de ayer de PERFIL–, un default esquizofrénico, más que selectivo.

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