Sin Chávez, ¿más chavismo de Cristina?

Por Eduardo Van Der Kooy

Sos un desubicado. No se puede decir de un presidente las cosas que dijiste. Menos en su propia casa”. El reproche, más enérgico de lo que trasuntan las palabras, se lo hizo Cristina Fernández a Hugo Chávez, cara a cara.

Sucedió en septiembre del 2006, cuando la Presidenta era sólo senadora y primera dama. Ambos habían estado días antes en Nueva York, en la Asamblea de la ONU. En esa oportunidad el caudillo venezolano habló de George Bush como “el demonio” y dedicó otras hirientes referencias al entonces mandatario estadounidense. Esas frases fueron de las más recordadas en los últimos días para evocar el controvertido perfil de Chávez, en la imponente despedida de su vida.

Un año antes Néstor Kirchner, con el aporte del propio Chávez, había cruzado públicamente a Bush en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata. Fue una disputa político-diplomática de las naciones de un frágil Mercosur contra la Asociación de Libre Comercio para las Américas (ALCA), impulsada por Estados Unidos y México. Ese desencuentro le sirvió al caudillo de Venezuela para dos cosas: el lanzamiento del ALBA (Alternativa Bolivariana para América) y su acercamiento a aquel bloque regional, al cual ingresó años después gracias al empeño de Brasil y la Argentina.

Los Kirchner nunca supieron, hasta que lo comprobaron con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, que aquel recordado encontronazo condicionaría la relación con Washington.

Creyeron algún tiempo que el triunfo de los demócratas despejaría el horizonte. Pero EE.UU. posee intereses comunes entre los partidos del sistema. Como comparten también cierto respeto por sus mandatarios y por los ex. James Carter tuvo la audacia de ser concesivo en elogios para homenajear a Chávez y no padeció ningún escarnio en su tierra.

Mientras cayeron en la cuenta de aquel equívoco, los Kirchner intentaron oficiar de mediadores de cada conflicto surgido entre Venezuela, EE.UU. y algunos países de la Unión Europea. El ex presidente, aún fuera de su cargo, se ocupó mucho más que Cristina.

Ocultaba un recelo por el estilo caribeño y el origen militar de Chávez.

Pero también un agradecimiento por el socorro que había brindado a la Argentina luego de la crisis del 2001 y, en especial, de su arribo a la Casa Rosada. Fueron US$ 5.000 millones con los Bonos del Sur en momentos en que nuestro país tenía cortados los circuitos con los organismos financieros.

Esos circuitos siguen cortados.

El socorro caducó cuando los intereses aplicados por Chávez se tornaron usurarios. Fue también la asistencia energética (venta de combustible) porque con rapidez el sistema nacional entró en crisis. Fueron, en definitiva, infinitos negocios multimillonarios que sembraron el vínculo de corrupción.

La famosa valija de Guido Antonini Wilson quedó reducida a una anécdota. Aún hoy la importación de combustible produciría enormes desvíos de dinero que administrarían –aunque cueste creerlo– personas que estuvieron en el poder y ya no están.

Ahora hubiera resultado inimaginable aquel severo reto de Cristina a Chávez. Mucho menos aún para salir en defensa de Bush. La Presidenta, desde que se convirtió en tal, pareció ir copiando de modo progresivo los pasos del caudillo. La radicalización de ambos reconoció hitos similares. Chávez aceleró a fondo cuando en el 2007 perdió un referéndum por la reforma constitucional. Igual la consiguió un año más tarde con una enmienda. A Cristina (a Kirchner también) la marcó el pleito con el campo y la caída en las legislativas del 2009. Pero existieron en ella otro dos disparadores: la muerte del ex presidente, que muchas veces obraba como inhibidor de sus ínfulas, y el tremendo triunfo en el 2011 con el 54% de los votos.

Tantas simetrías entre una y otra experiencia no podrían responder a una simple casualidad.

Ambos sistemas fueron el producto de una profunda crisis general. Y consolidaron la fractura política y social. El Estado pasó a ser un actor excluyente en el campo económico y político. Los medios de comunicación no adictos fueron elegidos como enemigos. El desenvolvimiento económico se encapsuló. Llegaron las restricciones cambiarias y los procesos inflacionarios más llamativos del mundo. También otro alineamiento exterior. China, Cuba, Bielorusia, Corea del Norte e Irán son algunos de los principales amigos extrarregionales de Venezuela. En su segundo mandato, la Presidenta también inició un viraje. Naciones africanas, árabes, emergentes de Asia. El Memorándum de Entendimiento con Irán por el atentado en la AMIA podría estar abriendo otra puerta.

“Nunca nos opondremos a ningún diálogo. Pero tememos las consecuencias futuras de ese diálogo”, comentó enigmático, esta semana, un diplomático estadounidense. Chávez , sin embargo, sacó una ventaja clara sobre Cristina: logró domesticar al Poder Judicial no bien ensayó su primera reforma constitucional.

De la Justicia, de modo frontal, Cristina se está ocupando ahora. Cuando el ciclo cumple su década. Aunque el kirchnerismo, con los años, también fue armando una maquinaria ju dicial favorable y amañada. Los recurrentes socorros a Norberto Oyarbide son apenas un ejemplo. La Presidenta insiste en que no habrá ninguna reforma constitucional. Al menos vinculada a su continuidad en el 2015. Pero podría ser la Constitución un escollo, tal vez, para las reformas que anunció en su discurso al Parlamento.

El cristinismo acostumbra a mirarse con nostalgia, en estas horas, en los espejos de Chávez y del presidente de Ecuador, Rafael Correa. Lo que hizo el venezolano lo hizo también, con creces, el ecuatoriano. Concretó la primera reforma constitucional no bien ganó, la segunda en el 2008 y la tercera en el 2011. Las dos últimas con el aval de referéndums para capitalizar su popularidad.

En ellas introdujo fuertes cambios en la Justicia y en leyes referidas a los medios de comunicación.

Un detalle: también avanzó sobre las medidas cautelares como se insinúa aquí. Los Kirchner no habrían tocado la Constitución por dos razones. El ex presidente debutó con una bajísima legitimidad, de sólo el 22%. Aunque con ese puñado de votos terminó edificando un gigantesco poder. Con la Constitución vigente el matrimonio pudo hacer muchísimas cosas, desde estatizaciones hasta expropiaciones. Pero ese texto sería ya percibido como un corsé por el cristinismo para lo que gusta denominar “profundización del modelo”.

La cuestión más conflictiva, en ese aspecto, remite a la idea de que los miembros del Consejo de la Magistratura sean elegidos por el voto popular.

“Nadie tiene coronita”, disparó Cristina por twitter antes de viajar al velatorio de Chávez. Los siete miembros de la Corte Suprema, en su primer plenario del año, habrían coincidido en dos cosas.

Que la idea no ayudaría en nada a mejorar el Consejo ni la Justicia. Que el mecanismo propuesto rondaría la inconstitucionalidad.

El Consejo funcionó siempre con mayoría peronista (menemista o kirchnerista) desde su oficialización hace 14 años. Fue derivación de la reforma constitucional de 1994 pero entró en vigencia recién cuatro años después. El formato del actual Poder Judicial tiene relación, de modo incontrastable, con esa realidad. La reforma que en el 2006 impulsó Cristina como senadora de Buenos Aires quebró el equilibrio de ese organismo explicitado por la Constitución.

Los sectores de la minoría perdieron un representante por estamento mientras que el oficialismo conservó a sus cinco representantes.

Desde entonces proliferaron las irregularidades y sospechas en la designación de jueces.

¿Qué habría detonado el nuevo espíritu de cambio de Cristina? La imposibilidad de nombrar a una jueza que le aseguraba la declaración de constitucionalidad de dos artículos objetados de la ley de medios. Igual lo consiguió, luego de varias piruetas, con Horacio Alfonso. Pero tantas dificultades hicieron sonar alarmas de la Casa Rosada.

Cristina y sus feligreses vivieron la muerte de Chávez como propia.

La Presidenta la emparentó a la desaparición de Kirchner. El Gobierno editó un spot de homenaje al líder caraqueño que difundió por las redes sociales y la televisión pública. Cientos de funcionarios y dirigentes se subieron a los aviones para no ausentarse del sepelio. El cristinismo empapeló el centro porteño con afiches que rezan: “Por siempre comandante. Llorarlo será poco. Sigamos su ejemplo”. En la década del 80, para incomodar entonces a Raúl Alfonsín, muchos de esos dirigentes devenidos hoy en cristinistas ensalzaban a un presidente de Perú.

“Patria querida, dame un presidente como Alan García”, imploraban en carteles callejeros. García terminó muy mal su primer mandato. Debió exiliarse, sufrió cárcel. Pero tuvo su revancha en un segundo turno (2006-2011). Mantuvo una mala relación con Chávez y en extremo distante con los Kirchner.

Cristina y el cristinismo parecieran andar por un túnel del tiempo. Invocan a Chávez con la verba con que también solían invocar a Juan Perón. Se sintieron conmovidos por el dolor de la marea humana que despidió al caudillo venezolano, pero también por el corte bien militarista de todo el funeral. Presumen que, tal vez, como también presumían en los 70, se avizoraría una crisis terminal del capitalismo.

La Presidenta alude siempre al derrumbe mundial. O, al menos, a un fuerte reacomodamiento que permitiría otros rumbos. Así podría explicarse que el presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, haya recibido una impactante ovación en el país caribeño. Así podrían explicarse, además, las aproximaciones de la Argentina con Teherán.

Habrá que ver si, una vez superados el dolor y la emoción, Cristina concluye que la única huella posible de seguir sería la dejada por Chávez.

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