Carrera contra reloj por los buitres

Por Eduardo van der Kooy

Cristina Fernández parece haber reparado con demora en la política exterior. Su última semana ha sido en ese terreno rutilante. La más llamativa de todo el segundo mandato, al margen de las improvisaciones y los resultados que, al final, arroje el ejercicio. Recibió en Buenos Aires a Vladimir Putin, el presidente de Rusia; a Xi Jinping, el mandatario de China, y concurrió a la cumbre del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que se realizó en Brasilia.

 

Esa intensidad diplomática, que el Gobierno desea presentar como un presunto giro en el insulso alineamiento de la Argentina con Estados Unidos y la Unión Europea, parece haber sido disparada por una sola razón: el conflicto con los fondos buitre que ingresó en una cuenta regresiva. Faltan diez días para saber si el kirchnerismo llevará al país a un nuevo default. En ese lapso deberían resolverse dos cuestiones clave: que los bonistas que entraron en los canjes de la deuda puedan hacerse del dinero que el Gobierno depositó en el Banco de Nueva York; que el juez estadounidense, Thomas Griesa, desbloquee ese trámite y el reclamo de los holdouts, avalado en tres instancias judiciales, pueda ser satisfecho sin que implique a futuro una multiplicada carga para el Estado argentino. Haría falta para cumplir los objetivos una ingeniería política, diplomática y financiera que todavía resulta difícil avizorar.

La Presidenta y Axel Kicillof – las únicas opiniones que pesan en el tema– han dado ahora prioridad a la acción política. El Gobierno hizo una cosecha de apoyos a su postura en la región frente a los buitres. Y aunque Putin y Jinping fueron en extremo cautos ante el conflicto, sus presencias en nuestro país encerraron la intención K de exhibirlos como líderes de dos potencias interesadas en limitar el papel de Washington en el teatro mundial. No por casualidad el kirchnerismodescarga en la Justicia estadounidense y en la administración de Barack Obama, sobre todo, el dilema que lo enfrenta con los buitres.

Rusia y China poseen intereses concretos en la región, mucho más importantes que los de aparentar solidarios con la Argentina en la pelea con la usura internacional. La relación bilateral con Móscú sufrió un impulso luego de la anexión rusa, mediante un plebiscito, de la región ucraniana de Crimea. Las naciones del G-8 (EE.UU., las potencias europeas, Japón y Canadá) cuestionaron esa determinación que Cristina decidió avalar, aunque haya agriado las históricas argumentaciones argentinas por el pleito con Gran Bretaña sobre las Malvinas. A Putin le interesan las inversiones en áreas energética, un punto débil de nuestro país.

El caso chino sería distinto. Hace rato que el gigante asiático ha colocado su foco sobre América latina. Además de la Argentina, Xi Jinping hizo también visitas de Estado a Brasil, Venezuela y Cuba. Si bien pretende potenciar el intercambio con nuestro país, esa ambición no quedaría circunscripta a los recursos naturales. China ofrece servicios en infraestructura (ha vendido vagones para emparchar nuestra decadente red ferroviaria), en telecomunicaciones y en el sector de las finanzas.

Los chinos mantienen, pese a la promesa de US$ 7.500 millones en inversiones, algunas reservas. Ello explicaría que ante la posibilidad de futuros litigios bilaterales intervendrían los Tribunales de Londres. El Gobierno vetó a Nueva York por su guerra con los buitres. Pero cedió ante la presión china que impuso a los británicos. ¿Por qué razón tanto recelo? Por la pésima experiencia que China tuvo años atrás cuando el presidente era Néstor Kirchner. El Gobierno proclamó por entonces (en 2004) un supuesto aporte de los asiáticos de US$ 20.000 millones que iban a destinarse a la cancelación de una parte de la deuda externa en default.

Nada de eso sucedió. Mucho tiempo después se supieron los motivos del fiasco. Aquellas negociaciones fueron realizadas por el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, hoy procesado en varias causas, con un representante de la Inteligencia china. El paso del entonces mandatario, Ho Xintao, resultó tenso y se redujo a la firma de un puñado de convenios y a la promesa de un asiento contable para reforzar las reservas del Banco Central. Se concretó recién en el 2009 cuando esa entidad atesoraba cerca de US$ 50.000 millones. El mecanismo se repetirá ahora aunque en circunstancias diferentes: las reservas caen y el Central dispone sólo de 28.000 millones de dólares. El aporte de China equivaldrá en yuanes a 11.000 millones de dólares. Para que la Argentina no deba recurrir a la moneda estadounidense cuando realice compras a Beijing.

El kichnerismo acostumbra oscilar con demasiada frecuencia entre la fantasía y la realidad. Ahora fabula con la posibilidad de aluvionales inversiones rusas y chinas como si proviniesen de naciones dispuestas a hacer negocios pero también algo de caridad. Nada de eso. Está demás abundar sobre las características políticas del régimen de Putin,empeñado en muchos combates autoritarios, entre ellos el de la homosexualidad. El líder soviético sabe también de extorsión con sus poderes económicos: lo siente Europa –ahora con el conflicto en Ucrania– por el abastecimiento de gas. China se expande por el planeta casi como una topadora. Ha hecho masivos desastres del medioambiente en explotaciones de naciones africanas, tiene mano de obra esclavizada dentro y fuera de su territorio y hasta exporta la trata de personas. Por caso, en Birmania.

¿No se escandalizaría el kirchnerismo con todo eso? ¿No remitiría al capitalismo salvaje que Cristina acostumbra a denunciar?

El propio kirchnerismo sobreactuó la presencia de Cristina en la reunión del BRICS y sus hipotéticas consecuencias. La Presidenta aprovechó ese foro, donde asistió en calidad de observadora, para plantear el problema con los fondos buitre. Los cinco países integrantes escucharon y asintieron, pero no incluyeron una sola mención al tema en su declaración fina l. También el Gobierno se ocupó de batir el parche con factibles financiamientos. El Banco de Desarrollo que anunció el BRICS recién podría funcionar en tres o cuatro años. Los K en ese lapso ya no estarán en el poder. Muchos dijeron además que el futuro banco podría ser un desafío para el papel que cumple el Fondo Monetario Internacional. Dilma Rousseff, la mandataria brasileña, se ocupó de aclarar que no será así. El FMI viene apoyando a la Argentina en la puja con los fondos buitre.

Cristina dijo en Brasilia que nuestro país no va a entrar en default porque seguirá pagando. Pero ese discurso resulta vidrioso.

¿Cómo seguir pagando con el pleito vigente de los holdouts?

Kicillof habría dado un giro. Fue al comienzo un entusiasta de toda negociación. Pero no le habría dado la talla, por su complejidad, para llevarla adelante. Carecería del equipo solvente al que siempre aluden, como necesidad, Roberto Lavagna o Alfonso Prat Gay. El ministro de Economía se avendría a una solución si Griesa repusiera la medida judicial protectiva para los bonistas que deben cobrar. De lo contrario, se arriesgaría a un “default técnico o administrativo”. Al menos hasta fin de año, cuando cese la posibilidad de reclamo de aquellos bonistas. La Presidenta adscribiría a esa línea de pensamiento. Porque su inconsciente, tal vez, se regodearía con el regreso de una épica perdida: la que puede representar en ese imaginario la batalla a sangre y fuego contra los buitres.

Cristina y Axel están casi solos. El meneo del default desagrada –aunque nunca lo dirá– a Jorge Capitanich, el jefe de Gabinete. Aterroriza a Miguel Galuccio, el CEO de YPF, que vería naufragar el proyecto de reactivar la empresa petrolera. E inquieta a los candidatos que desde el kirchnerismo aspiran a anotarse en la sucesión del 2015.

Florencio Randazzo se empieza a diferenciar con nitidez de Daniel Scioli.

El gobernador de Buenos Aires elude las cuestiones urticantes. El ministro de Interior y Transporte se encargó de una misión discreta para que el Gobierno recibiera asesoramiento. Fue gestor del encuentro que semanas atrás el ex secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, mantuvo con Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Nadie sabe adónde fueron a parar los consejos de Nielsen.

Randazzo se atrevió a más. Declaró que el escándalo que involucra a Amado Boudou “no le hace bien al Gobierno”. Una obviedad que en el silencioso paisaje kirchnerista asoma excepcional. El ministro fue protagonista en la celebración del 9 de Julio de un áspero intercambio con el vicepresidente. Al querer saludarlo, Boudou le habría reprochado:“Me dejaste solo”. Con frialdad, Randazzo replicó: “Jamás he dejado solo a un político”. Así concluyó ese diálogo críptico para Boudou. En el tramo implícito de aquella respuesta habría estado escondido lo peor: Randazzo no consideraría al vice como político de raza, sino como simple oportunista.

Boudou deberá declarar de nuevo esta semana ante la Justicia si no quiere perder los fueros, según alertó el juez Claudio Bonadio. La Sala II de la Cámara de Casación ratificó la condena a la ex ministra Felisa Miceli por el hallazgo de una bolsa con dinero en su despacho que nunca pudo justificar.

El fiscal José María Campagnoli, que investigó al empresario K Lázaro Báez, debió ser repuesto en su cargo luego de que el Gobierno fracasó en el intento de tumbarlo.

El problema para Cristina, por lo visto, no serían sólo el juez Griesa y los buitres. Son también las otras señales claras de su final.

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