El Camino de Sirga se volvió un basural a cielo abierto y una obra abandonada

El Camino de Sirga se volvió un basural a cielo abierto y una obra abandonada

Quien nunca ha transitado por el camino de sirga que divide El Manantial y Yerba Buena, con la mirada puesta en el horizonte, se pierde una maravilla. 

A las 8 de la mañana, por ejemplo, en estos días de agosto, el sol es una bola de fuego. Su bravura no encandila: fascina. Si el cielo ha amanecido despejado, el recorrido de quienes usan esa trocha hacia el este es dominado por el astro; radiante. Eso, hasta que la vista se fija en el suelo. El contraste resulta grosero. El canal que va junto al camino es un basural a cielo abierto. Las bolsas se reproducen obscenamente. Y ahí uno entiende que, por esos rumbos, el Estado puede ser una ausencia.

Es habitual ver a algún habitante de los alrededores arrojando cosas adentro del desagüe pluvial, especialmente en el tramo que va desde las calles San Martín hasta Solano Vera. También hay gente que llega en vehículos, se baja y deja allí lo que quiere sacarse de su vista. No son sólo bolsas. Son electrodomésticos. Son colchones. Son animales muertos. Es inmundicia. Ante esto, la primera pregunta que uno se hace es por qué. Y surgen algunas respuestas.

El camino de sirga se encuentra en el límite entre la municipalidad yerbabuenense y El Manantial, la más grande de las cerca de 90 comunas tucumanas. Entonces, ahí las competencias gubernamentales se vuelven difusas. ¿Quién se hace cargo? ¿Yerba Buena? ¿El Manantial? ¿El Estado provincial? Y el canal en el que arrojan desperdicios -puntualmente- es atribución de la Dirección Provincial del Agua. 

“El camino de sirga es de todos y no es de nadie”, contesta José Luis Ferroni -secretario de Obras Públicas y Planeamiento Urbano del municipio-, en una frase que sintetiza lo que más tarde plantearán, también, otros funcionarios.

Y esa ausencia se plasma en más faltas. Desde 2015 están construyendo una nueva autovía del lado de Yerba Buena. La obra fue prometida por el otrora intendente Daniel Toledo para fines de ese año. Iba a tener caminería peatonal, cuatro puentes, una bicisenda y pistas de salud. En 2016, su sucesor, Mariano Campero, dijo que la tarea iba a culminar en febrero o marzo de 2017; todavía no ha terminado.

Pese a que la basura acaba en ese destino inadecuado y a las demoras en la infraestructura pública, la zona ha pasado, de ser periferia, a ser un centro urbano. Cerca del centro comercial Quara proyectan levantar más galerías y departamentos. Hacia El Manantial y San Pablo, entretanto, se sucede una legión de barrios, como Cerro Azul; Las Cañitas; La Cañada; La Cañadita; Pedemonte, Solano Vera, Del Pilar, La Emilia, Aldora, Altos del Rosario, Fincas, San Pablo, La Arboleda y un etcétcera que se insinúa infinito.

Máximo Cossio Etchecopar es arquitecto. Entre 1993 y 1994 elaboró, junto a su colega Rolando Piñero, el Código de Ordenamiento Urbano de Yerba Buena. Él menciona la necesidad de organismos supramunicipales que regulen la expansión. “Estas superposiciones administrativas no son nuevas; ocurren desde hace tiempo”, dice, a sus 67 años. 

También Marcela Medina -doctora en humanidades con orientación en urbanismo y profesora de ordenamiento territorial- apunta a la planificación más allá de los márgenes. “Esto ocurre con todos los límites jurisdiccionales, cuando cobran importancia. El Camino del Perú, que divide San Miguel de Tucumán y Yerba Buena, es otro ejemplo. Se necesita coordinación entre los municipios”, agrega.

Así las cosas, pareciera que el desafío radica en hacer las ciudades a la velocidad que llega la gente; y no al revés. “Yerba Buena seguirá creciendo. No habrá forma de pararla. Y lo hará hacia San Pablo, un último bastión atractivo”, augura Cossio Etchecopar.

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