Brasil, la envidia de los empresarios argentinos

Por Carlos Pagni |

Los empresarios argentinos convocaron a sus reuniones más importantes del año a gobernantes de Brasil. En octubre invitaron a Lula da Silva al Coloquio de IDEA. Y para la conferencia de la Unión Industrial Argentina, que terminó ayer, trajeron a Dilma Rousseff.

La predilección por Lula y Dilma es un mensaje para Cristina Kirchner: "Queremos que nos gobiernes como ellos", dirían esos dirigentes si se animaran a hablar. Traducido: nos gustaría una Presidenta que, sin renunciar al imperativo de la inclusión social, respete las reglas del arte administrativo. Y que mantenga, como Lula y Dilma, niveles razonables de protección para que nuestras compañías no sean arrasadas por la competencia internacional. Una condición que la señora de Kirchner cumple sin que se la soliciten. Como los sindicalistas que empapelaron Buenos Aires con la leyenda "Ay, patria mía, dame un presidente como Alan García" en tiempos de Raúl Alfonsín, los hombres de negocios envidian el jardín de al lado.

¿Advertirán la dimensión de lo que piden? La posición estelar que ocupa hoy Brasil en la escena global es el resultado de una continuidad que excede a sus líderes. La secuencia se inició con Itamar Franco y quien fue su ministro de Hacienda, Fernando Henrique Cardoso, cuando lanzaron el Plan Real. Ese programa, cuya pretensión central fue desterrar de la vida brasileña el maleficio de la inflación, sobrevivió hasta hoy. Es decir, atravesó el período de Franco, los dos de Cardoso, los dos de Lula y se mantiene en el de Dilma: cinco gobiernos, tres partidos y una misma política económica.

El mérito de los presidentes del PT fue no haberse tentado con ensoñaciones fundacionales. Respetaron lo mejor de la herencia recibida: la independencia del Banco Central y la responsabilidad fiscal extendida a los estados federados.

A la luz de la brasileña, la experiencia argentina es contrastante: una misma fuerza política, el peronismo, desplegó entre 1991 y 2012 no menos de tres estrategias económicas distintas.

La devoción empresarial por Lula y Dilma expresa una demanda de racionalidad que se está volviendo urgente. En la Argentina se han repuesto en estos días los tres síntomas que caracterizaron a la crisis de 2001. El país camina por la cuerda floja de un default, está de nuevo atrapado en un problema cambiario y afronta una crisis fiscal que se manifiesta de antemano en las provincias.

Estas desviaciones son graves porque son engañosas. Aparecen en un contexto muchísimo más comfortable que el del 2001. Aquel año el precio de la tonelada de soja era de US$ 150, no de 500. La deuda con el sector privado era de 55% del PBI, no del 14%. Y la tasa de interés internacional superaba el 5%, cuando hoy es 0. Estas divergencias convierten a 2012 en una parodia de 2001. Un 2001 trucho. ¿Dónde está la diferencia? En que los riesgos y dificultades no son el resultado de las circunstancias objetivas sino de la actuación del Gobierno. La crisis se debe a las excentricidades del médico más que a las enfermedades del paciente.

El kirchnerismo se ufanó durante nueve años de que no reconocería la deuda con los holdouts. Pero no tuvo en cuenta que, como sometió los bonos reestructurados en el canje a la misma jurisdicción de ese litigio, los fondos destinados a saldar los nuevos compromisos podrían ser embargados. Es lo que hizo Thomas Griesa. La Presidenta quedó en una encrucijada riesgosísima. Si no fuera porque ayer la Cámara de Apelaciones de Nueva York prorrogó los plazos de la sentencia del juez, el 14 de diciembre hubiera debido desembolsar U$S 1330 millones. O entrar en cesación de pagos. Ahora ganó tiempo. No resolvió el problema.

La alternativa de cambiar la jurisdicción pactada en los nuevos bonos es impracticable: Griesa amenazó con sanciones al que ayude al país a no cumplir con su sentencia: Euroclear, bancos, abogados. Este asfixiante jaque explica por qué el Gobierno admite modificar la ley cerrojo. No sólo está sugiriendo que ofrecería a los holdouts las condiciones de los canjes anteriores que, como sostiene Alfonso Prat-Gay, deberá presentar como muy generosas, y no como la quita más grande de la historia. La revisión del cerrojo insinúa también que Cristina Kirchner podría llegar a pagar los US$ 1330 millones, operación que está prohibida por el artículo 3º de esa ley.

La Cámara de Apelaciones de Nueva York admitió ayer como parte en el conflicto a los bonistas que ingresaron en los canjes. Esos ahorristas esgrimirán el argumento que uno de ellos, David Martínez, expuso el lunes pasado ante LA NACION: "Griesa nos tomó como rehenes para que los que no quisieron entrar al canje cobren su acreencia a costa de los que aceptamos una quita". La aparición de este nuevo actor modifica en beneficio del Gobierno el ritmo del proceso.

La novedad no disculpa la impericia. La existencia de la ley cerrojo fue un argumento central de todos los pronunciamientos de Griesa, asumido como propio por la Cámara. ¿Por qué recién se esperó a que el país fuera condenado y embargado para relativizar esa norma? Habría que preguntárselo a la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona, que ejerce la abogacía del Estado, y a su padrino y superior, Carlos Zannini.

El de la deuda no es el único cabo suelto de 2001. Tampoco se normalizaron las tarifas de servicios públicos, lo que está llevando a un colapso energético, ni se cumplió con los arbitrajes del Ciadi, ni se arreglaron las cuentas con el Club de París. Al contrario, se agregaron otros incumplimientos: en el juzgado de Griesa, Repsol reclama que se le reconozca el valor de las acciones confiscadas en YPF.

Así como la Argentina se reencuentra con un default inesperado, también está enredada, como en 2001, en un problema cambiario provocado por el Gobierno. Los Kirchner se ataron a una paridad de 4 a 1 mientras la inflación corroía el valor de la moneda. Para salvar su número mágico, la Presidenta inventó un corralito distinto del que impuso Domingo Cavallo para salvar la convertibilidad. Cavallo impidió el acceso a los pesos con los que el público compraba dólares. Ella fue más expeditiva: impidió el acceso al dólar. En consecuencia, indujo un mercado paralelo que ofrece todos los perjuicios de una devaluación sin sus escasos beneficios. En su afán por no enfriar la economía, provocó una recesión.

Para que este simulacro de 2001 se vuelva más convincente haría falta que las provincias emitan cuasi monedas. Por ahora sólo Daniel Scioli comenzó a pagar con bonos. Los proveedores de IOMA ya no cobran en pesos, lo que está perturbando al sistema bonaerense de salud.

El balance de estas distorsiones inspira una pregunta. ¿Los desajustes provocados por el derrumbe de 2001 fueron resueltos o sólo quedaron disimulados bajo una ola de bonanza? La comparación con la experiencia brasileña, pero también con la uruguaya o la peruana, puede ayudar a pensar esta cuestión.

Con su brote tropicalista los empresarios también aspiran a iluminar la política local. Dilma es el resultado de la negativa de Lula a forzar la reelección. El PT habría despejado la incógnita sucesoria, que mortifica desde siempre al peronismo. Con sus insistentes invitaciones, los directivos de IDEA y de la UIA estarían señalando ese camino. ¿Cristina-Scioli? ¿Cristina-De la Sota? Son detalles.

Para la Presidenta, la lección tal vez no es tan evidente. Rousseff llegó a Buenos Aires dejando una tormenta a sus espaldas. Aún no terminó o juizo do século , que mandó a la cárcel a las testas coronadas del PT, y debió exonerar a Rosemary Novoa Noronha, acusada de coordinar una red que confeccionaba expedientes fraudulentos en favor de contratistas de obra pública. Si fuera por el rango de la funcionaria, sería un caso insignificante: era la jefa de la delegación del gobierno federal en San Pablo. Pero "Rose" integra el círculo más estrecho de Lula. La oposición del PSDB quiere hacer estallar el escándalo. La dinamita son las grabaciones de más de cien conversaciones telefónicas mensuales entre el ex presidente y su amiga.

En cualquier momento Eduardo Duhalde y la Presidenta serán llamados por los empresarios de Brasil a dar clases sobre transiciones ordenadas. Ya lo dijo Caetano Veloso: "De cerca nadie es normal"..

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