Las batallas invisibles que enfrenta Vidal

Las batallas invisibles que enfrenta Vidal

El martes próximo se cumple un año exacto del día en que María Eugenia Vidal ganó la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Una mujer, candidata de una fuerza nacida apenas una docena de años antes al calor de la gran crisis de comienzos de siglo, en una elección irreprochable, le quitaba al peronismo el poder ejercido en ese territorio sin interrupción durante 28 años.

 

Lo que siguió fue de vértigo. La victoria de Vidal dio el empujón decisivo a Mauricio Macri hacia la Presidencia. Llegó la asunción del poder, el duro discurso inaugural de ella diciendo que había recibido “una provincia quebrada”. Las primeras urgencias sociales, la comprobación del deterioro feroz del Estado, las alianzas imprescindibles para una fuerza sin mayorías legislativas. Y el comienzo de las batallas invisibles contra las zonas tenebrosas del poder y la droga, de la corrupción y el delito.

Para sorpresa de quienes daban nada por su sobrevivencia a tamaño compromiso, al cabo de un año Vidal se recorta –en la unanimidad de las encuestas– como la figura política más popular y aceptada del país.

Según la consultora Isonomía, escuchada por el jefe de Gabinete Marcos Peña, la alta imagen de la gobernadora tiene como respaldo una solidez que otros referentes políticos no alcanzan.

Explican que al igual que Macri, Vidal juega con el pasado y el futuro a favor: la “herencia recibida” que aún justifica medidas ingratas y la expectativa de que las cosas serán mejores en el mediano plazo. Pero el capital propio del gobernante es el presente –dicen los expertos– y en ese campo Vidal está muy firme. La opinión más extendida que recogen en los sondeos es que la gobernadora “está luchando contra las mafias”. Ese fue el mandato de quienes la votaron. Transmitir la impresión de que se está cumpliendo la promesa electoral es lo que consolida su imagen.

Macri, después de un año muy duro en lo económico y social, no disfruta de esa condición. Por eso su buen índice de aceptación sería algo más volátil.

Elogiada por el Papa por su trabajo social, ovacionada en el coloquio empresario de IDEA, la gobernadora necesita tomar cada día acciones que fortalezcan su gestión. Decía a poco de asumir que había que “ayudar a la gente a cruzar el bache”. Pero el bache –pobreza, malos servicios, inflación, falta de trabajo– resultó más largo y profundo de lo esperado. La ayuda social se estira cada día, pero nunca termina de alcanzar.

Algunas áreas de la administración provincial empezaron a marchar. Después de meses de maraña administrativa, escasez de recursos y problemas funcionales propios, el ministerio de Edgardo Cenzón asegura tener 800 obras públicas en ejecución. Unas 300 son reactivaciones de trabajos iniciados en la gestión de Daniel Scioli. La mayor parte del total son proyectos de mediano porte. Los grandes emprendimientos, de vialidad o hidráulica, suman unos 30.

El ministro bonaerense de Economía, Hernán Lacunza, ya consiguió en el año 3.000 millones de dólares a través de la colocación de bonos de mediano y largo plazo. Hace una semana cosechó US$ 750 millones con tasas menores a las que debió pagar cuatro meses atrás.

Pero Vidal debe jugar toda su influencia en el respaldo continuo a otros ministros que batallan con áreas de altísimo riesgo y complejidad, como Cristian Ritondo en Seguridad y Gustavo Ferrari en Justicia.

En la Provincia ya hubo este año más de 120 asesinatos en ocasión de robo. La inseguridad es un corrosivo de la gestión y del humor social. Y la Policía Bonaerense, un ejército de 90.000 efectivos poco entrenado, pobremente equipado y sin liderazgo claro, resulta demasiadas veces parte del problema antes que de la solución.

Después de un comienzo donde se aceptó la herencia policial que dejaron Scioli y el ex ministro Alejandro Granados –hoy intendente de Ezeiza– a falta de una política y un equipo propios para el área, la administración de Vidal y Ritondo comenzó un cauteloso proceso de reformas. La cautela no impidió la reacción de los afectados. Abundaron las reuniones conspirativas de oficiales sancionados y algunos en actividad, llovieron amenazas a la gobernadora y sus funcionarios más cercanos, como el ministro de Gobierno Federico Salvai, y recrudecieron las zonas liberadas para el delito y los secuestros.

Con respaldo de Vidal, Ritondo se atrevió a una doble jugada. Puso a un civil –Guillermo Berra– al frente de Asuntos Internos de la Bonaerense y después a otro –Ignacio Greco– a manejar la administración, o sea la caja grande policial. La audacia de la gobernadora y la acción del ministro para meter mano en la Bonaerense merecieron apoyo incluso de opositores. Entre ellos, y en fecha reciente, Sergio Massa, Diego Bossio y el ex juez y ex ministro Carlos Arlsanian.

La relación armónica con el Frente Renovador de Massa y con los sectores peronistas alejados del kirchnerismo le resultó clave a Vidal para sostener la gobernabilidad desde la Legislatura provincial. Y así seguirá siendo, a pesar de cortocircuitos, mientras no lo haga imposible la necesaria diferenciación propia del año electoral.

Un espacio fuerte de cooperación se da con los intendentes, en especial los peronistas, que consiguieron de la gobernación un trato y una provisión de fondos hasta ahora desconocidos. Fue una sugerencia de ellos volver a desplegar gendarmes en las zonas más calientes del Gran Buenos Aires.

Vidal consiguió el compromiso de Macri y, aún en proporciones módicas, Ritondo y la ministra nacional Patricia Bullrich oficializaron el despliegue de efectivos en una docena de municipios. La cifra se estirará hasta llegar a más de 30 distritos. Es un calmante transitorio. Pero es mejor que nada.

La tarea conjunta con los intendentes ya ofrece algunos buenos resultados. Un ejemplo reciente: en Hurlingham, donde gobierna el peronista Juan Zabaleta, se hicieron más de 80 allanamientos en base a denuncias de vecinos y trabajo de inteligencia de la Secretaría de Seguridad municipal y la Policía. En los últimos procedimientos, hace una semana y con apoyo del nuevo juez federal Néstor Barral, encontraron marihuana, cocaína, armas, chalecos antibalas. Hubo detenidos en William Morris, en Villa Tesei, también en San Miguel y el jefe de distribución de esa banda narco fue atrapado en la Capital.

Pero a pesar de los avances que puedan lograrse, siempre escasos ante la enorme demanda acumulada en este terreno, las autoridades saben que la solución debe ser integral y que todavía está muy lejos.

Angustias similares atraviesa el ministro Ferrari, a cargo de Justicia. Su problema mayor no son los tribunales, aunque sus buenos entuertos tiene allí donde el kirchnerismo dejó terreno minado en juzgados, cámaras y fiscalías. Lo más acuciante es la situación de las cárceles y la de las comisarías abarrotadas de presos.

En las prisiones provinciales hay alrededor de 9.000 personas más de las que caben en condiciones normales. Ferrari recuerda que “hace 15 años que no se construyen cárceles” y asegura que en estas condiciones es imposible resolver el hacinamiento.

La superpoblación también puede ser negocio: la gestión de Vidal encontró nichos de corrupción en la compra de colchones, de comida, de medicamentos y hasta en las colas que hacen los familiares para ver a los detenidos. “Todo se cobra”, dicen todavía asombrados.

En las comisarías la situación es crítica. El conteo hecho por el Ministerio de Justicia provincial en la última semana dio que había 2.690 presos en calabozos de dependencias policiales. Por las malas condiciones en que se encuentran, y por presión de algunos organismos de derechos humanos, hay jueces que clausuran calabozos. Los detenidos llegan a estar esposados en las cocinas de las comisarías. Es una invitación continua a la violencia y la muerte.

“¿Quiere que le mande los presos a su casa”, llegó a preguntarle el ministro, indignado, a un juez que hizo una de estas clausuras. Otra opción es soltarlos. Inaceptable. Aunque de hecho la puerta giratoria de la Justicia sigue funcionando y andan en la calle muchos delincuentes que deberían estar a buen resguardo. Contra eso también están yendo, intentando cambiar la legislación.

Son algunas de las batallas invisibles que desde hace un año está librando Vidal, la gobernadora que casi nadie vio venir.

Comentá la nota